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La hora de Hillary

Cuando parece que algo le va a suceder, casi por derecho propio, una imprevista realidad trastorna a Clinton sus más ambiciosos planes

Yolanda Monge
Hillary Clinton en un mitin en Pittsburg.
Hillary Clinton en un mitin en Pittsburg.BRENDAN SMIALOWSKI (AFP)

En los últimos días, Hillary Clinton desciende y sube las escaleras de su avión de campaña siempre repitiendo la misma acción: un teléfono pegado a la oreja. Desde la distancia a la que se permite observar a una de las mujeres más protegidas de la tierra, a veces se puede ver a Clinton mantener una conversación con quien esté al otro lado. Otras escucha con concentración, intentando ignorar el molesto sonido de los motores del 737 rugiendo.

Decir que en ocasiones su gesto parecía preocupado es quizá osado. Pero lo cierto es que los acontecimientos de los últimos diez días, que volvían a introducir en la campaña al FBI y los correos electrónicos —tema ya desactivado—, eran materia para la angustia. La secuencia es demasiado conocida en la biografía de Hillary como para no preocuparse. Cuando parece que algo le va a suceder, casi por derecho propio, una imprevista realidad le trastorna los más ambiciosos planes.

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Así sucedió en 2008. Ocho años después, en ese gesto preocupado y literario que aventuramos los periodistas creemos intuir una determinación: "Esta vez no, esta vez es mi hora". Si Clinton alcanza la Casa Blanca este martes en Nueva York, habrá alcanzado la más alta cima. Ya no solo será una de las mujeres más conocidas en el mundo sino también aquella que rompió el famoso techo de cristal, el que dejó con 18 millones de grietas (los votantes que creyeron en ella) tras perder en las primarias de 2008 frente a Barack Obama. También será la primera vez en los últimos 70 años que van desde la II Guerra Mundial que los demócratas ganan tres ciclos electorales seguidos.

Hillary Rodham Clinton oculta las heridas ganadas en sus múltiples batallas bajo trajes pantalón que siempre sirven para aderezar una crónica cuando se trata de una mujer, haya roto techos o aspire a ocupar el trabajo más importante del mundo. Cuando se mira hacia atrás y se vislumbra Arkansas, donde comenzó como primera dama, empiezan a sumarse años que hacen que Clinton haya sido de una forma u otra parte del paisaje político norteamericano durante más de un cuarto de siglo. Hay quien esto se lo tiene en contra. Pero esa es otra crónica.

Las cicatrices, algunas todavía por cerrar, han sido adquiridas a lo largo de casi 30 años de preparación, entre ellos ocho de primera dama -no al uso- de la nación, ocho como senadora y cuatro como secretaria de Estado, posición desde la cual visitó 112 países y voló 956.733 millas (sí, alguien las ha contado). Su madre siempre le decía: "Todo el mundo se cae. Lo importante es si eres capaz de levantarte y seguir adelante".

Hillary Clinton considera que ese es el mejor consejo que jamás ha recibido de nadie. Y parece ajustarse al guión de su vida con la naturalidad de un guante de seda. Superviviente del escándalo político sexual más conocido de la historia americana, Clinton aspiró al senado de Nueva York cuando su marido todavía estaba en la Casa Blanca y había sufrido un impeachment, algo sin precedentes.

Años después, con los zarpazos de la entonces última batalla todavía frescos, la excandidata aceptó el encargo de Barack Obama de ser la jefa de la diplomacia norteamericana. Preguntada sobre cómo era capaz de trabajar para el hombre que la había derrotado en las primarias, su respuesta siempre era impecable, sin dejar ver ni una sola de las magulladuras que arrastraba: "Cuando tu presidente te pide servir a tu país, tú dices sí".

En el avión en el que la candidata demócrata viaja ahora junto a la prensa, un buen número de representantes de los medios de comunicación son mujeres. Atrás quedan los literarios años de The Boys on the bus, la narración detallada a golpe de testosterona de la vida de los periodistas -hombres- que cubrieron en carretera las presidenciales de 1972.

El mundo en el que creció Hillary —o su madre, que nacía un año antes de que las mujeres tuvieran derecho al voto en EEUU— es un mundo muy distinto a la docena de jóvenes reporteras que cada día practican un maratón siguiendo a la candidata demócrata. Muchas de ellas no saben o no recuerdan o no les han contado que en este país, Estados Unidos, una mujer necesitaba la firma de un hombre junto a la suya para, por ejemplo, solicitar un préstamo. Por supuesto, todas ellas, todas nosotras, tenemos una tarjeta de crédito con nuestro nombre en el frente, no el de nuestros maridos.

Clinton siempre tendrá luces y sombras, algunas directamente heredadas de un mundo todavía teñido de machismo, pero entre muchas de las batallas que ha dado, quizá, una de las más importantes y menos reconocida sea la de que Hillary Rodham Clinton ha sido quien ha hecho posible que la idea de que una mujer pueda convertirse en presidenta de Estados Unidos sea tan normal que muchas jóvenes directamente se aburren con la idea y no le dan importancia. Que eso se refleje en las urnas puede ser una liberación envenenada para que se de la hora de Hillary.

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Sobre la firma

Yolanda Monge
Desde 1998, ha contado para EL PAÍS, desde la redacción de Internacional en Madrid o sobre el terreno como enviada especial, algunos de los acontecimientos que fueron primera plana en el mundo, ya fuera la guerra de los Balcanes o la invasión norteamericana de Irak, entre otros. En la actualidad, es corresponsal en Washington.

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