Ana Júlia y la palabra encarnada
El movimiento de ocupación de los institutos públicos en Brasil se ha convertido en la principal resistencia al proyecto no elegido y puede ser la piedra en el camino del PSDB en 2018
Ana Júlia Ribeiro ha rescatado la palabra en un país donde las palabras han dejado de decir. Y qué fuerza tiene la palabra cuando es palabra. El vídeo que viralizó y llevó el discurso de Ana Júlia al mundo muestra que su palabra circula por el cuerpo. Es difícil estar allí, es penoso arriesgar la voz. Tiembla, casi llora, Ana Júlia se parte para mantener la palabra entera. La cámara a veces la deja y muestra la reacción de los diputados de Paraná. Algunos de ellos visiblemente no saben qué cara poner. Intentan algunas opciones, como una ruleta de máscaras, pero parece que las facciones giran en falso. Se encuentran con la súbita dificultad de hallar un rostro. La palabra de Ana Júlia arruinó, al menos durante un momento, la narrativa que comenzaba a imponerse: la de la criminalización de los estudiantes y de su movimiento de ocupación de los institutos públicos. Pero la disputa todavía es esta. Y todo indica que se volverá cada vez más pesada: son los estudiantes los que están en el camino del proyecto de poder del Gobierno de Michel Temer y de las fuerzas que lo apoyan. Y son también ellos quienes pueden poner obstáculos en el camino de quien corre hacia 2018, en especial el Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), de Geraldo Alckmin.
La mayor parte de la prensa ignoró el movimiento de los estudiantes, que, a finales de la semana pasada, había ocupado alrededor de 800 institutos públicos de Paraná y otros cientos por el país, inclusive universidades, en protesta por el proyecto de reforma de la enseñanza secundaria del Gobierno de Michel Temer, del Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB). Un proyecto presentado como una Medida Provisional (válida antes incluso de ser analizada y votada por la Cámara y el Senado), lo que es tan solo una señal más del ADN autoritario de los actuales ocupantes del poder. Los estudiantes también ocuparon los institutos en protesta contra la propuesta de enmienda constitucional (PEC) 241, que congela los gastos públicos durante 20 años y puede reducir las inversiones en educación y salud, áreas estratégicas para el país, con un impacto directo sobre los más pobres.
La potencia de la voz de Ana Júlia es la de la palabra que tiene cuerpo
La ocupación de los institutos públicos era —y es— el movimiento más importante de este momento en el país, y el espacio en la prensa, cuando lo hubo, fue mínimo. Hasta el día en que un estudiante mató a otro a cuchilladas, dentro de uno de los institutos. Ahí sí que salió en la prensa. Había entonces qué decir. Transformar un hecho aislado, con sus circunstancias particulares, en el estigma de todo un movimiento realizado por miles de jóvenes es una especialidad conocida del no periodismo y de la política sin ética. Y entonces llegó el discurso de Ana Júlia. No posverdad, sino verdad. Su verdad, la del colectivo de estudiantes que allí representaba. La potencia de la voz de Ana Júlia es la de la palabra que tiene el cuerpo.
Las reacciones al discurso de Ana Júlia expresan la época histórica que encuentra su mejor crítica en una serie de ficción: Black Mirror, con sus distopías sobre la vida atravesada por las nuevas tecnologías. Hay al menos dos maneras de vaciar la palabra de Ana Júlia. Una de ellas es ridiculizarla. El temblor de la voz, del cuerpo, las lágrimas se convierten en "argumentos" para debilitar su discurso. Es el viejo truco utilizado contra las mujeres, a menudo reducidas a "histéricas" o "locas" o "ñeñeñé". El todo que construye la voz es atacado para dejar su palabra, el verdadero objetivo, sin lastre. Sin cuerpo. Desde que su discurso viralizó, sus 16 años de vida están siendo investigados en la tentativa de encontrar cualquier episodio que pueda retorcerse, para destruir su palabra destruyéndola a ella. Si no existe, poco importa, se fabrica, como se vio en vídeos y en sitios web por internet.
Pero también hay otra forma de vaciar la palabra de Ana Júlia, y esta parece inofensiva, "del bien". Es transformar a Ana Júlia en una "heroína" o en la "esperanza de un país". En esa narrativa se aísla a Ana Júlia del grupo que sostiene su discurso, su cuerpo. Ella, que representaba a muchos, que era multitud, pasa a ser conjugada en singular. Sola, Ana Júlia puede muy poco.
El otro efecto de esta "famosización" es la exigencia de lo que Ana Júlia no puede ser, y no puede ser ni cuando puede mucho. En un país masticado por una crisis que también es de palabra, no hay cómo transferir a una joven de 16 años la responsabilidad de "salvar" a Brasil, transformándola en una encarnación de la "esperanza", esta que también está tan sobrevalorada. En este lugar simbólico, cualquiera, aunque tuviese 80 años de edad, estaría condenado al fracaso. Inflar su palabra es también una forma de despotenciarla.
La única protección contra los descuartizamientos en el ámbito público es lo colectivo
Al aclarar que su discurso fue preparado en conjunto con el grupo de estudiantes, pedir que no la fotografiasen sola y evitar hablar de su vida personal, Ana Júlia parece conocer los riesgos de ser convertida en una famosa instantánea. Si esta conversión se completase, su palabra se convertiría en producto. Y Ana Júlia sería consumida y escupida, como ya les ha ocurrido a tantos. En los días que siguieron al discurso en la Asamblea Legislativa de Paraná, en Curitiba, fue posible ver muchas manos, procedentes de varias direcciones, que intentaban arrancar astillas de la palabra-cuerpo de Ana Júlia. La única protección contra los descuartizamientos en el ámbito público es lo colectivo, el grupo, o juntos, o movimiento.
En un momento de su discurso de 10 minutos y 40 segundos, Ana Júlia menciona la muerte del estudiante Lucas Eduardo de Araújo Mota y afirma: "Estáis aquí en representación del Estado, y os invito a que os miréis las manos. Vuestras manos están sucias con la sangre de Lucas. No solo de Lucas, sino de todos los adolescentes que son víctimas de eso. La sangre de Lucas está en vuestras manos, vosotros representáis al Estado".
El Presidente de la Asamblea, Ademar Traiano (PSDB), como uno de esos tiburones rápidos en detectar un flanco de oportunidad, creyó que podría aprovechar para atacar a la chica y devolver el pleno a su ambiente natural, en el que los pececitos dorados no se enfrentan a los viejos carnívoros. "Aquí no se puede agredir a los parlamentarios.... Voy a cerrar la sesión, voy a cortar la palabra.... (...) No afrentes a los diputados, que aquí nadie tiene las manos manchadas de sangre, no", se inflamó. Cerrar la sesión, "cortar la palabra" sería una verdadera bendición para una parte de los parlamentarios.
Ana Júlia siguió defendiendo las palabras: "Pido disculpas, pero el ECA (Estatuto del Niño y del Adolescente) nos dice que la responsabilidad por nuestros adolescentes, por nuestros estudiantes, es de la sociedad, de la familia y del Estado". Ni necesitaría pedir disculpas. Ella estaba hablándoles en portugués a personas que deberían tener capacidad de interpretación de discursos en lengua portuguesa. El diputado entendió muy bien que la chica no se refería a manos literalmente “sucias de sangre” ni señalaba una relación directa con la muerte del estudiante, pero sí que estaba llamando la atención sobre la responsabilidad constitucional de los parlamentarios en su función pública. El diputado tan solo prefirió apostar por la burricie, y parece que nadie pierde en el Brasil actual al apostar por la burricie.
Hay un punto, en este episodio, que es precisamente la responsabilidad de los adultos. Sobre la escuela pública, sobre Brasil. La acción de los estudiantes se convirtió en el principal movimiento de resistencia al proyecto no elegido del Gobierno de Michel Temer y de las fuerzas que lo apoyan. Con la oposición debilitada, el Partido de los Trabajadores (PT) roto, capitales importantes como São Paulo y Río en manos de los conservadores y las izquierdas sin proyecto y peleándose entre sí, les quedó a los estudiantes de secundaria un peso demasiado grande. En este sentido, dio un poco de miedo ver a adultos infantilizados tratando a Ana Júlia como a un oráculo de 16 años. Hay que hacer las cosas mejor que eso tanto para apoyar a los estudiantes, respetando su autonomía, como para construir un proyecto capaz de resonar en el país.
La escuela pública fue destruida y abandonada durante décadas. También el PT hizo menos de lo que podría, especialmente en la enseñanza primaria y secundaria, durante los 13 años que permaneció en el poder. Mientras la clase media pudo matricular a sus hijos en los colegios privados, nadie se preocupó por los hijos de los más pobres, que no tenían educación y vivían un cotidiano de violaciones. La violencia comienza por el sueldo humillante de los profesores, el abandono de los edificios y una escuela que no educa, incapaz de cualificar el deseo y de ampliar el mundo de los niños y adolescentes. Todo indica que quienes allí están no tienen ningún valor para el país, relegados al lugar simbólico de restos.
Mientras fue este el estado de cosas, muy pocos parecen haberse preocupado más allá de los discursos vacíos, de las palabras sin cuerpo sobre la importancia de la educación, que resurgían cada elección y que culminarían en el “Brasil, Patria Educadora”, el lema del Gobierno depuesto de Dilma Rousseff. Decir que “la educación es una prioridad” se volvió un falso consenso que, en vez de palabra, se convirtió en flatulencia.
Los institutos públicos solo se convirtieron en un problema para las fuerzas conservadoras cuando los estudiantes los ocuparon para exigir una educación de calidad
Tener escuelas que no educan a los más pobres nunca fue de hecho un problema para las élites del país. Estaba todo bien así. El problema surgió cuando los estudiantes de los centros públicos de São Paulo entendieron que la “reorganización escolar” impuesta por el gobernador Geraldo Alckmin (PSDB), que cerraría más de 90 colegios y remanejaría a más de 300.000 alumnos, era un abuso. Ocuparon entonces los institutos a finales de 2015. Y, más que ocupar, cuidaron lo que nadie cuidaba —limpiando, pintando y arreglando— y dijeron que sí que querían ser educados. Cuidar los institutos y reivindicar una enseñanza de calidad se convirtió en una transgresión a castigar. Y a criminalizar.
La idea de que los institutos pueden ser ocupados, en un sentido profundo, por aquellos que de ellos dependen para tener oportunidades en la vida, se extendió por el país. “¿De quiénes son los institutos? ¿A quiénes pertenecen los institutos?" fueron algunas de las primeras preguntas de Ana Júlia a los diputados de Paraná. Es una gran pregunta, y los estudiantes tienen una respuesta que proponer.
Los movimientos de ocupación escolar empiezan, acaban y vuelven a empezar en diversos Estados de Brasil desde el año pasado. La ocupación de los institutos de Paraná coincidió, sin embargo, con un momento aún más delicado del país: un proyecto no elegido en el Gobierno Federal, apoyado por un Congreso corrupto, realizando con gran rapidez reformas cruciales, como laPEC-241, sin debate con la sociedad.
¿Quién está, de hecho, en el camino de este proyecto de poder, tanto como de las ambiciones de algunas figuras nacionales, en este momento de oposición debilitada o incluso aturdida? Los estudiantes de secundaria, con su Ocupa Escuela, una lucha que pasó a tener una dimensión mucho mayor de la que podrían prever. Así, hay muchas fuerzas que tratan de destruir el movimiento, siguiendo la cartilla de siempre: criminalizándolo.
Es importante darse cuenta de que, de repente, la escuela, que a muy pocos les importaba más allá del discurso vacío, se convirtió en el blanco de ataques conservadores bien organizados. Escuela Sin Partido el proyecto-aberración que buscacriminalizar el pensamiento crítico dentro de las escuelas y, por lo tanto, acabar con la posibilidad de cualquier proceso educativo, es una de las ofensivas en marcha. “La Escuela Sin Partido es decirles a los jóvenes, a la sociedad, que quieren formar un ejército de no pensantes, un ejército que escucha y baja la cabeza”, les dijo Ana Júlia a los diputados de Paraná.
El “sin partido”, cabe prestar mucha atención, es la malicia del momento. Busca encubrir a todos los partidos que estos proyectos toman, así como vender una supuesta neutralidad ideológica que no tienen. Sin contar con la creciente criminalización de los partidos políticos, como concepto y también como actores del proceso democrático, algo que merece una atención exclusiva en otro artículo.
Entre los intentos de deslegitimar el movimiento de los estudiantes, el más común es anunciar que los alumnos están “manipulados” y “al servicio” precisamente de partidos de izquierdas. Hicieron lo mismo con Ana Júlia tan pronto como su discurso viralizó en Internet. Es triste ver cómo ella y otros estudiantes tuvieron que explicarles una y otra vez a los periodistas, e incluso a los parlamentarios, que el movimiento es “apartidario”, lo que es diferente de “sin partido”.
Es impresionante que aún funcione esa nueva versión de los comunistas que se comen a los niños mientras Brasil se convierte en el país de un derecho menos al día
Si una parte de la población no fuese tan estúpida, se daría cuenta de que los partidos identificados con la izquierda fueron derrotados en las urnas en estas últimas elecciones y de que el proyecto conservador viene atropellando al país de una forma acelerada, transformando lo cotidiano en otro derecho menos al día. ¿Lula habría llamado a Ana Júlia decirle que estaba “emocionado” con el movimiento? Era a Lula que a quien le hacía falta eso, no a Ana Júlia y al movimiento que representa. Si estuviese preocupado por la causa de los estudiantes de secundaria, más que con su propia supervivencia política, Lula inclusive se habría abstenido de esta llamada.
Así, es impresionante que todavía funcione esta nueva versión de los comunistas que se comen a los niños, mientras los derechos de la población están siendo tragados, digeridos y defecados en Brasilia por las fuerzas que, una vez más, rehacen el pacto conservador para mantener los privilegios intactos. La táctica de inventarse a un enemigo y, con él, alimentar el miedo de la población es tan antigua como la humanidad. Que aún funcione puede explicarse por aquí por la pésima educación pública, que puede volverse todavía peor, como advierten los estudiantes.
El MBL parece mucho más interesado en criminalizar a los estudiantes que ocupan los institutos que en los corruptos que siguen dando las cartas en Brasilia
El Movimiento Brasil Libre (MBL), uno de los protagonistas de las manifestaciones en pro del impeachment de Dilma Rousseff, ha actuado a favor de la desocupación de los institutos en Paraná y se ha esforzado por criminalizar el movimiento de los estudiantes. Aquellos que levantaron la bandera de la “corrupción” en las calles del país, mientras se sacaban fotos con el entonces presidente de la Cámara de los Diputados, Eduardo Cunha (PMDB), después de la destitución de Rousseff parecen muy poco interesados en los corruptos que siguen en Brasilia, dando las cartas. Pero, en contrapartida, están muy empeñados en quitarse a los estudiantes del camino. Vale la pena observar con toda la atención a qué partidos apoya el MBL. Este domingo, por ejemplo, ayudó a elegir al nuevo alcalde de Porto Alegre, Nelson Marchezan Júnior (PSDB), en una elección en la cual se rompieron cristaleras y se produjo incluso una muerte, ambos episodios aún mal explicados. Es la primera vez que el PSDB mandará en Porto Alegre.
Con la Operación Lava Jato rondando a José Serra y a Aécio Neves, el gobernador de São Paulo, Geraldo Alckmin, va llegando cada vez más cerca de ser el candidato del partido a la presidencia en 2018. Salió de las elecciones de 2016, donde se arriesgó y ganó, mucho más fortalecido. Si el PSDB fue el vencedor de las elecciones municipales, Alckmin —al conseguir que saliese elegido João Doria como alcalde de São Paulo todavía en la primera ronda, contrariando a otros sectores a caciques del partido, y ampliar la presencia de su base aliada en los ayuntamientos de otras ciudades y regiones del Estado— fue el campeón. Lo impresionante es que todavía se considere insípido a uno de los políticos más complejos del Brasil actual.
Alckmin, el vencedor de las elecciones de 2016 que quiere vencer en 2018, solo ha perdido batallas significativas frente a los estudiantes
Alckmin consiguió ser reelegido gobernador en la primera ronda, en 2014, en plena crisis hídrica, negando la crisis hídrica. Antes, en 2013, las protestas callejeras aumentaron después de que la policía de Alckmin reventase a manifestantes y también a periodistas. Pero, en poco tiempo, con la ayuda de la prensa, los manifestantes fueron convertidos en “vándalos”. Y, una vez más, Alckmin se salió con la suya.
En los últimos años, el único intento de Alckmin que no coló fue la criminalización de los estudiantes que ocuparon los institutos públicos de São Paulo a finales de 2015. Su policía empezó a reventar a los chicos en las calles y las imágenes eran demasiado chocantes incluso para los más crédulos. Alckmin vio caer su popularidad. El gobernador perdió aquella batalla, y la perdió frente a los adolescentes.
Los estudiantes de las escuelas públicas están en medio del camino del proyecto de poder de mucha gente sin escrúpulos. Con sus cuerpos endebles. Con su voz trémula. Tan solos en un momento en que a los adultos que podrían estar a su lado les resulta difícil entender la gravedad del momento y asumir responsabilidades.
Eliane Brum es escritora, periodista y documentalista. Autora de los libros de no ficción Coluna Prestes - o avesso da lenda, A vida que ninguém vê, O olho da rua, A menina quebrada, Meus desacontecimentos, y de la novela Uma duas.
Sitio web: desacontecimentos.com Email: elianebrum.coluna@gmail.com Twitter: brumelianebrum
Traducción de Óscar Curros
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