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Miedo a la libertad
Columna
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El insoportable olor a viejo

La corrupción es la semilla del mal que ha permitido que el populismo sea una alternativa real en muchos países

La reciente Asamblea General de Naciones Unidas fue el escenario por el que desfilaron los nuevos líderes de América Latina y entre los acontecimientos relevantes destacó la despedida del presidente Barack Obama —el hombre del “sí se puede”, el hombre del cambio—.

El mundo actual presenta muchos y distintos cambios, aunque no todos sean para bien. Por ejemplo, si escuchamos el discurso de Michel Temer, el nuevo presidente —por casualidad o por traición— de Brasil, llama la atención que no deje de mencionar la valentía que tuvieron él y sus partidarios para castigar a una presidenta que se había atrevido a hacer lo mismo que ellos hicieron en otros tiempos, solo que en esta ocasión les convenía más calificarlo como un delito.

Me entristece observar a Barack Obama y a Enrique Peña Nieto haciendo campaña contra los populismos, dado que ninguno de los dos puede actuar como si no tuviera nada que ver con la formación, el crecimiento y, en algunos casos, hasta la consolidación de esos movimientos. Sobre todo, cuando han sido responsables por causas diferentes de conservar un mundo que ya es inviable.

Y es que, ambos líderes —como muchos otros gobernantes en el mundo— se niegan a darse cuenta de que el binomio impunidad-corrupción ha destruido las bases de la confianza pública en todos los continentes. Ignorando que no se puede condenar a los populismos y, al mismo tiempo, convivir con la lacra de la corrupción, creyendo que esa enfermedad mortal para la democracia se va a solucionar solo con articular nuevas leyes o con declaraciones heroicas.

Sin duda, la corrupción es, en gran parte, la semilla del mal que ha permitido que el populismo sea, ante el fracaso del sistema actual, una alternativa real en muchos países.

Los populistas nacen cuando los sistemas se agotan moralmente y se diluyen en sus objetivos nacionales, crecen cuando la frustración y las situaciones que fomentan la vía salvaje de la explosión popular se conjugan como si fueran un caballo desbocado que cabalga directo al precipicio.

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Si Obama hubiera aplicado la ley a los que detonaron la crisis económica de 2008 con la misma contundencia con la que trató de cerrar la base de Guantánamo, el populismo en Estados Unidos sería diferente. Porque siempre que ha existido una tentación populista en el imperio del Norte, previamente se ha desatado una crisis económica, y siempre que esto ocurre Estados Unidos se aísla, carga la pistola y dispara contra toda sombra que amenaza su seguridad.

Siempre tuve la preocupación de que al final Obama solo llegara a significar un ligero toque de color en la historia de Estados Unidos. Aunque la noche que ganó me sentí parte de aquellos a los que denominaron héroes del cambio, la larga travesía por la impunidad de estos años trae hoy como consecuencia que pueda ser presidente Donald Trump. Y ahora ese multimillonario está demostrando que podría convertirse en alguien que permitiría vencer el miedo que tan útil le resultó a Franklin Delano Roosevelt con el New Deal para sacar adelante al país.

Por su parte, el presidente de México tenía un panorama relativamente fácil, ya que debía, por un lado, consolidar los cambios estructurales que desde Carlos Salinas de Gortari nadie se había atrevido a hacer y, por otro, entender que para tener éxito con las reformas lo primero que debía garantizar era que ni la corrupción ni la impunidad le hicieran voltear hacia atrás y se añorase al mesías de Macuspana, Andrés Manuel López Obrador.

Pero en lugar de eso, Peña Nieto se dedicó a salvar y a pelearse al mismo tiempo con los que más tenían y a ofrecer un catecismo de esperanza para los que no tenían nada.

Las promesas eran muchas, entre ellas que las reformas serían garantes de libertad, que la luz y el gas costarían menos y que, por fin, el pueblo mexicano viviría en un mundo ideal donde los corruptos irían a la cárcel y Pemex se convertiría en una empresa exitosa. Sin embargo, se optó por poner en marcha una política económica que buscaba el control y solo terminó por paralizar el sistema.

Hoy, México está paralizado y agotado porque sencillamente —igual que sucede en países como Brasil, Estados Unidos y hasta en Francia— el presupuesto público es lo que mueve la economía nacional.

El fracaso de los líderes actuales ha creado una generación mundial de populistas, y pese a que tal vez esos líderes tuvieron buenas intenciones, no hay que olvidar que los cementerios y la historia están llenos de catástrofes desencadenadas por los bien intencionados.

Pero lo que no se puede hacer es hablar del fenómeno del populismo y negar que se contribuyó a fortalecerlo. Porque, en cierto sentido, Trump es hijo de Obama y López Obrador se está reconfigurando gracias a Peña Nieto.

Al final del día, sólo queda el insoportable olor a viejo, que ha traído consigo una situación donde la apuesta de los populistas se limita a romper la mesa y a destruir las puertas.

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