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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Sin efusiones de entusiasmo o indignación

Recomponer el proyecto europeo con políticas sostenibles que vuelvan a legitimarlo ante los ciudadanos

Francisco G. Basterra
El húngaro Victor Orban, la alemana Angela Merkel y el austriaco Christian Kern en la cumbre europea en Bratislava.
El húngaro Victor Orban, la alemana Angela Merkel y el austriaco Christian Kern en la cumbre europea en Bratislava.LEONHARD FOEGER (REUTERS)

Ya no son solo la salmodia de los euroescépticos, ni el asalto de los populismos rampantes, los principales factores de corrosión de la construcción europea. Por primera vez, coincidiendo con la amputación que significa el Brexit, temerariamente minimizada, los fervientes eurófilos sucumben también al escepticismo y admiten el estado de crisis aguda, existencial incluso, en el que está encallada la Unión Europea. El proyecto, sin liderazgo claro, ni propósito común, no se puede sostener. Si continuamos así destruiremos la Unión Europea. La unión monetaria inacabada, el enfrentamiento Norte-Sur, y la amenaza a la Europa sin fronteras proveniente de los socios del Este, diluyen lo comunitario y potencian la fragmentación.

La fatiga de los metales que soportan la construcción europea es ya demasiado evidente. El peligro inminente debe convertirse en la palanca de salvación. Raymond Aron, lúcido filósofo del siglo XX, nos advirtió de que la sociedad moderna debe de ser observada sin efusiones de entusiasmo o indignación. No son aproximaciones útiles para remodelar el proyecto europeo volviendo a legitimarlo ante los ciudadanos. La necesaria reconfiguración deberá llevarse a cabo con objetivos más humildes y políticos más débiles que los que dieron a luz, en 1957, a la Comunidad Económica Europea.

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El plano discurso del presidente de la Comisión, Juncker, en el Parlamento de Estrasburgo, preguntándose quién gobierna Europa no parece contener la chispa necesaria para arrancar el motor gripado. Su prudencia y cortedad confirman la hipotensión de la UE. Las sucesivas cumbres, como la de este fin de semana en Bratislava, son casi siempre una fábrica de remedios inadecuados, que se quedan cortos, envueltos en un lenguaje de madera.

Con un paisaje de crisis no remontada, bajo crecimiento y paro alto, la legitimación de la UE pasa obligadamente por resolver los problemas de los ciudadanos, fabricando prosperidad para los europeos. Obtener resultados mediante la aplicación de políticas concretas, sostenibles, olvidando las grandes estrategias. Solo así Europa puede volverse de nuevo atractiva. La imposible cohesión a 27 debe resolverse con la formación de un núcleo mucho más pequeño, formado por los que quieran avanzar más rápidamente hacia políticas comunes. Reconozcamos la inutilidad de la llamada vacía a más Europa, que no es compartida por las sociedades de los estados miembros

Es urgente paliar la retirada hacia las identidades nacionales, aun reconociendo que no superaremos los nacionalismos, el cáncer europeo. La batalla inteligente contra el populismo es prioritaria. El sociólogo Ulrich Beck se preguntaba ¿Son tan grandes la inseguridad y la sensación de peligro que la gente se siente atraída por la antigua simplicidad y emprende un viaje de huida hacia el futuro del siglo XIX? Ahora sabemos que si lo son. Y acorralar a los pollos sin cabeza: Orban en la Hungría antieuropea, el actual Gobierno polaco, el Frente Nacional de Le Pen en Francia, o la Alternativa para Alemania. Y preservemos a Merkel, la única dirigente europea capaz de defender los valores de solidaridad y asilo para con los migrantes, incluso contra la opinión mayoritaria de sus propios ciudadanos.

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