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Columna
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‘Black Blocs’, los cuerpos y las cosas

Cómo los enmascarados desenmascaran el Brasil del “otro derecho menos”

Eliane Brum
Jóvenes enmascarados en protestas contra el Gobierno de Temer.
Jóvenes enmascarados en protestas contra el Gobierno de Temer.Sebastião Moreira (EFE)

Los black blocs, a los que golpean tanto desde tantos lados, pueden ser una clave para entender este momento tan complejo de Brasil. No solo por lo que son, mucho por los discursos sobre lo que son. Al romper el patrimonio material como forma de protesta y ser transformados en una especie de enemigos públicos, se señala dónde están el valor y también la disputa. Mientras que la destrucción de los cuerpos de los manifestantes por parte de la Policía Militar es naturalizada, la de los bienes es criminalizada. Se reafirma, una vez más, que los cuerpos pueden ser arruinados, ya que lo importante es mantener el patrimonio, en especial el de los bancos y las grandes empresas, intacto. Son también los cuerpos los que sufrirán el impacto del proyecto del Gobierno que no fue elegido. Estos, que podrán verse aún más agotados por los cambios en las reglas del trabajo y también en las de la jubilación. Son los cuerpos los afectados por las reformas anunciadas como una necesidad de no “quebrar el país”. Al subvertir el objeto directo del verbo “quebrar”, quebrando así lo que no puede quebrarse, los enmascarados desenmascaran el proyecto que se puede llamar “otro derecho menos”.

Se puede estar en total desacuerdo con la táctica black bloc, pero eso no nos desobliga de escuchar lo que dice. Y lo que dice menos sobre ellos, más sobre el país en este momento en que los enmascarados vuelven a las protestas callejeras. Todo indica que no pasan de dos docenas los que se enmascaran y quiebran ventanas en São Paulo hoy, porque no todo aquel que lleva una máscara puesta es de hecho un adepto de la táctica black bloc. Pero ese puñado de enmascarados se ha convertido en un fantasma que se cierne sobre el imaginario de las diversas fuerzas que se disputan este momento.

Desde que las manifestaciones adoptaron los eslóganes “¡Fuera Temer!” y [elecciones] “¡Directas ya!”, se han multiplicado. El 4 de septiembre cerca de 100.000 manifestantes ocuparon la Avenida Paulista. A los militantes vinculados a partidos de izquierda y a movimientos sociales se sumaron manifestantes sueltos. La semana pasada hubo protestas menos numerosas, en las que predominaban los jóvenes. El domingo pasado (11/9) la manifestación adquirió un carácter más partidista y vinculado a los movimientos sociales tradicionales. Son diferentes actores, que se mueven en diferentes protestas. A Dilma Rousseff, la presidenta destituida mediante el impeachment, casi no la mencionan.

El “¡Quédate, Dilma!” alejaba a mucha gente. Incluso “por la democracia”, muchos se sentían incapaces de apoyar a un Gobierno que, entre otras traiciones a las bases, había cometido la atrocidad de Belo Monte. Como ya había ocurrido en las protestas de junio de 2013, y también en las protestas contra la Copa del Mundo, en 2014, la represión de la policía fue violenta. Y, siguiendo el mismo guion viciado, las autoridades —y parte de la prensa— la justifican como resultado de la acción de los manifestantes que usan la táctica black bloc. De inmediato la narrativa en las redes y la cobertura de la prensa son tomadas por la falsa oposición: la Policía Militar reacciona a los black blocs. Si no fuese por la violencia de uno, no habría la del otro.

La falsa oposición entre la Policía Militar y los black blocs se utiliza para justificar la violencia contra los manifestantes

La falsificación es evidente, ya que no deberían ser fuerzas en oposición. La Policía Militar debería actuar en las manifestaciones para proteger a los manifestantes, y no para quebrarlos. Debería actuar en estas manifestaciones como actuó en las protestas contra la corrupción y a favor delimpeachment. En la manifestación Fuera Temer y Directas Ya, del domingo 4 de septiembre, los organizadores obligaron a los black blocs a quitarse las máscaras o dejar la manifestación. La protesta se desarrolló sin incidentes hasta el final. ¿Qué pasó entonces? La Policía Militar comenzó a lanzar bombas de gas lacrimógeno cuando las personas intentaban entrar en una estación de metro para regresar a sus casas. Y, de ese modo, provocó lo que una parte de la prensa llama “confrontación”. Quedó explícito allí que la Policía Militar actúa de forma ideológica: algunas manifestaciones tienen que acabar bien, otras no. Como dijo el filósofo Vladimir Safatle, “la policía toma partido”.

Está claro que las actuales manifestaciones tienen que acabar mal. La interpretación más evidente es que, mientras la cobertura se concentra precariamente en las bombas de gas y las balas de goma lanzadas por la policía, no se discute —o se discute poco— lo que se está reivindicando en las protestas. Para una parte de la gran prensa, hay cobertura cuando hay violencia, aunque la violencia se presente como una “confrontación” entre la Policía Militar y los manifestantes y no como lo que de hecho es: las fuerzas de seguridad del Estado atacando a ciudadanos que ejercen su derecho constitucional de manifestación.

Las manifestaciones pacíficas solo recibieron una gran atención en las protestas amarillas. Si no es posible hablar de la violencia, es necesario hablar del contenido. Resulta explícito que, para una parte de los medios de comunicación, no es interesante poner de relieve el contenido de las protestas actuales. Si el contenido de las manifestaciones a favor del impeachment y “contra la corrupción” se discutía ampliamente, de forma continua y en tiempo real, en los canales de televisión, el contenido de las manifestaciones por el “Fuera Temer” y por las “Directas Ya” se ve oscurecido, literal y simbólicamente, por las bombas de gas de la Policía Militar. Todo se vuelve humo.

Un ojo menos: si la Policía Militar no está preparada, ¿cómo puede ir armada?

Si la Policía Militar, al actuar ideológicamente, fabrica incidentes cuando no los hay, es más prudente fabricar incidentes cuando hay chicos enmascarados rompiendo ventanas de edificios. Le tira bombas a todo el mundo, incluso a quienes están pasando o solo intentan llegar a casa, y se convierte en reacción. Los que intentan vender una imagen “neutral” se quejan de la “incompetencia” de la Policía Militar, por “exagerar” y no saber actuar solo sobre los “vándalos”. No se trata de ilegalidad, no se trata de acciones ideológicas, se trata de falta de preparación de las tropas. La falta de preparación es más inocente. Pero, ¿quien no está preparado puede ir armado a servicio del Estado?

¿Los black blocs son manipulados por las fuerzas que denuncian? Es posible decir que sí. Su acción serviría para justificar la represión de las manifestaciones sobre cuyo contenido no interesa arrojar luz. Además de que la violencia se convierte en la noticia, en lugar del contenido de las reivindicaciones, también aleja de las calles a aquellos que tienen miedo de que les pegue la Policía Militar. Es comprensible que muchos teman manifestarse si el riesgo es acabar con un ojo menos. Es esa idea la que mueve a los organizadores de algunas manifestaciones a impedirles actuar a los black blocs, o a obligarlos a que se quiten las máscaras. Al no actuar en la protesta del 4 de septiembre, en São Paulo, resultó evidente que la Policía Militar actúa con violencia, incluso cuando no se producen acciones de black blocs. Y eso marcó un punto.

Pero los black blocs son mucho más que eso. Son también los enmascarados que desenmascaran.

La semana pasada eso se hizo evidente por artículos en la prensa y en las redes que, con variaciones, les daban a las protestas el recorte de una oposición de clase entre los manifestantes y la Policía Militar. Como si se tratase de eso. De un lado, estudiantes universitarios mimados o incluso representantes de una determinada élite. De otro, policías pobres, padres de familia, representantes de las clases trabajadoras.

La Policía Militar solo puede ocupar el mismo lugar simbólico que los manifestantes cuando se convierte en lo que no puede ser: una fuerza ideológica

En esta maniobra, la oposición se daría ya no por la protesta contra un proyecto que no fue elegido y la reivindicación de elecciones directas, sino por la oposición entre dos grupos callejeros, que representan a estratos sociales diferentes. Como si la Policía Militar y los manifestantes ocupasen el mismo lugar simbólico en las protestas. No lo ocupan ni pueden ocuparlo. O lo ocupan solo cuando la corporación deja de cumplir con sus funciones para transformarse en una fuerza ideológica y armada y se convierte, así, en lo que no puede ser: manifestante.

Dicho esto, siempre es importante saber quiénes son aquellos que protestan. En las manifestaciones contra y pro impeachment, en São Paulo, a pesar de que los manifestantes defendiesen posiciones distintas, las investigaciones demostraron que el perfil socioeconómico era semejante: en ambos lados, quienes estaban en las calles tenían ingresos y escolaridad más elevados que la población en general. En las actuales todavía no hay ninguna investigación que permita afirmar quiénes son los manifestantes a favor del Fuera Temer y de las Directas Ya, sin contar con que las diferentes manifestaciones tienen diferentes públicos.

Los black blocs, atacados a la derecha y también a la izquierda, son los que suelen traer alguna novedad a la composición socioeconómica de las manifestaciones. Para la izquierda tradicional, rechazarlos debería ser un motivo de embarazo. Como no son un grupo, sino una táctica, es más difícil afirmar quiénes son los black blocs que actúan en las protestas en este momento. En las protestas de 2013 y 2014, que tuvieron lugar en São Paulo, una amplia investigación publicada en el libro Mascarados (enmascarados) por Esther Solano, profesora de Relaciones Internacionales de la UNIFESP (Universidad Federal de São Paulo), mostró que la mayoría de los chicos vivían en la periferia. En una entrevista con esta columna, la investigadora afirmó:

“El origen social de los black blocs y de los policías es muy parecido”

“Había jóvenes de clase media que utilizaban la táctica, pero fue algo esporádico. La mayoría de los jóvenes que la utilizaron de forma continua y formaron la línea de frente durante esos dos años eran jóvenes de las periferias de São Paulo, que trabajan desde temprana edad y estudian. Los que estaban en la enseñanza superior solían estudiar en facultades privadas. En las narrativas de estos jóvenes surgían dos cuestiones estrechamente relacionados con la clase: 1) muchos se definían como la famosa clase C, que, con un poder de consumo mayor que el de sus padres, puede estudiar en la universidad, pero aún está expuesta a múltiples precariedades cotidianas; 2) por ser de las periferias, la mayoría tenían experiencia directa de la violencia policial en esas regiones, una experiencia que articula un discurso de rabia contra la corporación. Esta relación con la policía es fundamental para entender el Black Bloc en Brasil. Su origen periférico es un elemento esencial, porque el joven de clase media no tiene esta experiencia tan dura con la Policía Militar. Algunos jóvenes me decían: ‘Profesora, en la periferia no tenemos como enfrentarnos a ellos, porque allí es bala de verdad, y a la prensa le da igual. Pero aquí, en el centro, descargamos la rabia y podemos enfrentarnos a sus abusos porque las balas son de goma y la prensa está aquí’. Por lo tanto, yo diría que el estrato social de los black blocs y de la policía es muy parecido”.

En las manifestaciones por el Fuera Temer y las Directas Ya, la hipótesis de los investigadores del tema es que los black blocs de hoy son más jóvenes que los de las protestas de 2013 y 2014, posiblemente debido al movimiento de los estudiantes de secundaria que se formó durante las ocupaciones de los institutos públicos, y siguen con origen periférico. Pero aún no hay ninguna investigación que permita probar esta formulación. En São Paulo, en los años 2013 y 2014, aquellos que actuaban de forma continua, que usaban máscaras y depredaban fachadas de bancos y de empresas, no pasaban de 20 (vale la pena recordar que no todo manifestante que lleva una máscara es adepto de la táctica black bloc, así como no todo manifestante que utiliza la violencia es black bloc). En una observación apenas visual, es posible suponer que el número de black blocs se mantenga muy semejante en las actuales manifestaciones de São Paulo, aunque no sean los mismos jóvenes de los años anteriores.

¿Cómo 20 chicos —o incluso si fuesen algunas decenas— mueven una fantasmagoría tan potente? ¿En qué punto dan, qué desenmascaran?

Vale la pena reproducir aquí el relato del profesor de Antropología de la London School of Economics, David Graeber, uno de los activistas de Seattle en la década de 1990. Explica que la táctica black bloc adquirió nuevos significados a partir de la percepción de que, sin una prensa libre y activa, se ignoran las manifestaciones no violentas. Y, por lo tanto, sería necesario cambiar de táctica para hacerse visible.

“Las estrategias gandhianas (desobedecer y resistir sin violencia)no han funcionado históricamente en los Estados Unidos. En realidad, nunca han funcionado a una escala masiva desde el movimiento por los derechos civiles. Esto se debe a que los medios de comunicación en los EE.UU. son constitutivamente incapaces de informar sobre los actos de represión policial como‘violencia’ (el movimiento por los derechos civiles fue una excepción porque muchos estadounidenses no veían el sur como parte del mismo país). Muchos de los jóvenes que formaron el famosoblack bloc de Seattle eran, en realidad, activistas ambientales que participaron en tácticas de subir y amarrarse a árboles para impedir que los derribasen y que operaban según principios puramente gandhianos. Solo para descubrir en seguida que, en los Estados Unidos de la década de 1990, los manifestantes no violentos podían ser tratados con brutalidad, torturados e incluso asesinados sin ninguna objeción relevante por parte de la prensa nacional. Por eso, cambiaron de táctica”.

“Sin una prensa libre y activa, se ignoran las manifestaciones no violentas”

David Graeber es citado en un excelente texto de Pablo Ortellado, profesor de la Universidad de São Paulo (USP) y uno de los pocos investigadores brasileños dedicados a entender quiénes son los manifestantes. En este texto, epílogo de Mascarados, libro ya comentado en esta columna, Ortellado contextualiza históricamente la táctica y argumenta que los black blocs, en Brasil, “transformados por la prensa en una especie de Al Qaeda”, merecen el respeto de ser tratados como actores políticos consecuentes:

“La táctica black bloc debe entenderse más en la interfaz de la política con el arte que en la de la política con la delincuencia”

“El objetivo (de la destrucción selectiva de la propiedad privada) era doble: por una parte, rescatar la atención de los medios de comunicación de masas; por otra, transmitir, por medio de esa acción de destrucción de la propiedad, un mensaje de oposición a la liberalización económica y a los acuerdos de libre comercio. Al contrario de lo que normalmente se piensa, esta acción no solo no es violenta, sino que es predominantemente simbólica. Debe entenderse más en la interfaz política con el arte que en la de la política con la delincuencia. Esto se debe a que la destrucción de la propiedad a la que se dedica no busca causar un daño económico significativo, sino tan solo demostrar simbólicamente su insatisfacción con el sistema económico. Hay obviamente una ilegalidad en el procedimiento de destruir la vidriera de una gran empresa, pero es precisamente la conjugación de una arriesgada desobediencia civil y la ineficacia en causarle un daño económico a la empresa o al Gobierno lo que le da a esta acción su sentido expresivo o estético, en una comprensión ampliada. La destrucción de la propiedad sin otro propósito que el de mostrar el descontento simbolizaba y tan solo simbolizaba la ojeriza a los efectos sociales de la liberalización económica”.

Cuando los black blocs de hoy, en São Paulo, quiebran la fachada de un banco o de una empresa, obviamente, no están poniendo en peligro la existencia del banco o de la empresa. Ni el banco ni la empresa irán a la quiebra a causa de una vidriera quebrada. Pero el mensaje es claro. Cuando eran confrontados con acontecimientos pasados, episodios en los que se habían depredado pequeños comercios y coches populares, los black blocs solían decir que “eso no lo hicieron black blocs, sino gente infiltrada”. Se esté o no de acuerdo con la táctica, señalan con el dedo al sistema político y económico, que creen que es el que promueve la real violencia, aquella que alcanza los cuerpos y los mastica en la aridez de la vida cotidiana.

Es interesante volver a prestar atención a las palabras de Michel Temer, el presidente naftalina, al tratar de minimizar las manifestaciones contra su Gobierno: “¿Las 40 personas que quiebran coches?” Hizo bastante ruido esa declaración sobre “las 40”, en especial después de que un público estimado en 100.000 personas ocupase la Avenida Paulista en un intento de echarlo del palacio presidencial. Pero se prestó menos atención al “quiebran coches”, lo que dice tanto sobre todos.

No es casual que la palabra “patrimonio” sea corriente solo en lo que expresa de material. Se trata el patrimonio inmaterial como irrelevante, o ni siquiera se trata como “patrimonio”. Cuál es el patrimonio prioritario dice mucho sobre el proyecto de un Gobierno, y de un país. Lo que se llama Brasil fue fundado sobre la destrucción de los cuerpos. Primero de los indígenas, después de los negros. Estos, al dejar de ser mercancías, fueron relegados a las periferias y a las cárceles, y hasta los días de hoy son los que tienen menos de todo y los que más mueren de enfermedades y de balazos.

Cuál es el patrimonio más importante —el material o el inmaterial— dice mucho sobre el proyecto de un Gobierno

El Gobierno Temer, en su retrato literal de toma de posesión, es blanco, es masculino, es arcaico. Temer es una figura que parece fuera de lugar en el Brasil que ha pasado por grandes cambios desde la República Vieja. Es una figura amarilleada. Pero, si lo es, también no lo es. O no estaría ocupando el lugar de una presidenta democráticamente elegida. Nuestra herencia esclavista y genocida sigue muy actual porque jamás ha sido superada. Desde laAbolición nunca ha habido políticas públicas suficientes para superarla. La mayor parte del tiempo, ni siquiera interés en hacer algo al respecto. Los cuerpos, en Brasil, siguen valiendo muy poco. Siguen pudiendo ser torturados, violados y también agotados. Mucho más los de los indígenas y los negros. Pero no solo estos.

Así, cuando los black blocs resurgen y vuelven a apuntar al patrimonio material y de inmediato se alzan voces para hablar de una oposición de clase entre la Policía Militar que destruye los cuerpos y los enmascarados que destruyen fachadas de edificios y “coches”, hay algo que extrañar. Es interesante notar también que, en el mismo momento, se recuerda repetidamente la muerte del camarógrafo Santiago Andrade, causada por dos manifestantes en Río, en 2013, durante una protesta con violenta represión de la policía. De este modo, se marca que los “black blocs” destruyeron una vida humana.

Es fundamental exigir justicia para Santiago, y se debe juzgar y castigar a los responsables, que ya han pasado 13 meses en la cárcel por el acto que cometieron. Así como es importante exigir justicia para todos aquellos que fueron asesinados en Brasil y cuya muerte sigue impune. Dicho esto, hay que reconocer que la destrucción de vidas no es una táctica black bloc. Pero la violencia contra los manifestantes es una práctica corriente de la Policía Militar en las protestas, con o sin black blocs. Excepto en las manifestaciones por el impeachment.

Lo más importante, sin embargo, es entender que una institución es diferente de un individuo y que, por lo tanto, no son comparables. Cuando la Policía Militar mata sistemáticamente —y la de Brasil es una de las que más matan en el mundo y también una de las fuerzas en las que más mueren policías, en comparación con otros países—, es el Estado el que mata. Por eso algunos grupos de la sociedad civil han afirmado que el genocidio de la juventud negra es una política de Estado en Brasil. En el caso de las manifestaciones, la Policía Militar, como representante de las fuerzas de seguridad del Estado, no podría hacer una actuación selectiva, ni convertirse en una oposición a los manifestantes, sean los que fueren. Cuando lo hace, rompe la ley y se convierte en una amenaza al Estado de derecho.

Cuando la Policía Militar rompe la ley, se convierte en una amenaza al Estado de derecho

Es significativo que la prioridad de las fuerzas de seguridad, como ya se ha vuelto evidente, sea proteger las cosas y no los cuerpos. También de cuerpos y de cosas se trata la actual disputa. Existe una posibilidad de que las manifestaciones por el Fuera Temer y las Directas Ya crezcan con el avance del proyecto del actual Gobierno. Y el proyecto que avanza impacta profundamente en los cuerpos, al tocar las relaciones y la jornada de trabajo, las pensiones y las inversiones en salud y educación. El discurso para quebrar más a los quebrados es el mismo de siempre: sin eso, el país va a quebrar.

Quiénes quiebran, cómo quiebran y por qué quiebran es más complejo de lo que se intenta hacer parecer. Los habituales quebrados se han acostumbrado a oír, en diferentes períodos históricos, que es necesario quebrarlos más para que el país no quiebre. Nunca se habla, por ejemplo, de políticas para quebrar un poco los ingresos de los ricos y redistribuirlos de manera que los quebrados de siempre se vuelvan un poco menos quebrados. No. La única salida es quebrar más a quienes ya están quebrados. Así, un proyecto que pertenece al campo de la política se transforma en un dogma propagado por gurús de la economía en el altar en el que los sacrificados son siempre los mismos. En este caso específico, la elección de un proyecto no elegido y, por lo tanto, sin legitimidad democrática para interferir tan profundamente en la vida cotidiana de los brasileños, sin legitimidad para impactar tan profundamente en los cuerpos.

Cuando los black blocs regresan al escenario de la disputa, ya se esté o no de acuerdo con su táctica, hay que mirar cuáles son las vidrieras que rompen. Y desconfiar de por qué la rotura de esas vidrieras ha causado tanto ruido y ha movilizado tanto humo.

No hay ilusiones ni bipolarización aquí. Aunque Dilma Rousseff prometía “ningún derecho menos” en su toma de posesión, fue durante su Gobierno cuando comenzó el “otro derecho menos”, y es su ley antiterrorismo la que permite criminalizar a los manifestantes. Fue también Dilma Rousseff la que comenzó a poner en práctica un proyecto que no fue elegido ya al día siguiente. Con Temer, ahora, ya son muchos más derechos menos. Y la resta solo hace crecer este resultado.

Lo que se discute es cuántos derechos menos los cuerpos de los quebrados conseguirán soportar

Lo que está en juego en este momento es cuántos derechos menos los cuerpos de los quebrados conseguirán aguantar sin reaccionar. Y durante cuánto tiempo una buena parte de los brasileños continuarán lamentando más la destrucción de las cosas que la de los cuerpos.

A los black blocs los han golpeado desde la derecha y también desde la izquierda. Tal unanimidad debe generar, como mínimo, curiosidad. Hay que entender que, estando o no de acuerdo con la táctica, señalan el impasse inevitable de Brasil, ayer y hoy: aquel que se produce entre los cuerpos y las cosas.

* Eliane Brum es escritora, periodista y documentalista. Autora de los libros de no ficción Coluna Prestes - o avesso da lenda, A vida que ninguém vê, O olho da rua, A menina quebrada, Meus desacontecimentos, y de la novela Uma duas.

Sitio web: desacontecimentos.com Email: elianebrum.coluna@gmail.com Twitter: brumelianebrum

Traducción de Óscar Curros

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