Venezuela entre barrotes
Hablar de Estado de Derecho en el país sudamericano es una quimera
La crisis de Venezuela asombra al mundo. ¿Cómo es posible que uno de los lugares más bellos y ricos de la tierra esté postrado y viviendo una dramática situación en la que 30 millones de personas se encuentran confinadas en un inmenso campo de refugiados? Ni siquiera el alivio de la apertura temporal de la frontera con Colombia o la apariencia de un diálogo que aún no ha comenzado pueden ser considerados como auténticas vías de esperanza.
El régimen ha utilizado la democracia como instrumento de conquista del poder para, a continuación, subvertirla. Sin embargo hay dos circunstancias que han puesto contra las cuerdas a este régimen. La primera es el desmoronamiento del orden público y de la cadena de suministro de bienes y avituallamiento en la sociedad. La situación de inseguridad es insostenible: con casi 30.000 asesinatos al año, Venezuela es un país tan peligroso como Siria. Y el desabastecimiento ha alertado a un elevado porcentaje de ciudadanos del mundo.
El otro fenómeno ha venido de la mano de un caso que ha servido para explicar cómo a través del atropello del Derecho se ha mutilado la libertad de todo un pueblo. La decisión de Leopoldo López de oponerse al régimen ha supuesto en estos dos últimos años y medio un cambio sustancial en la mirada del mundo sobre Venezuela. En su libro desde la cárcel Preso pero libre, López relata cómo decidió, con su esposa Lillian Tintori, afrontar la injusticia de haber sido arbitrariamente acusado de acciones criminales que nunca cometió. Su éxito no ha consistido en otra cosa que en ayudar a poner de manifiesto en su propio país y especialmente ante la comunidad internacional la corrupción del Estado de Derecho en Venezuela.
Su causa no deja de crecer y lo hace porque a través de ella, muchos podemos defender la verdadera causa de la libertad. Todo lo que en las universidades del mundo entero y en el seno de nuestras conciencias de juristas y ciudadanos aprendimos sobre la justicia toma cuerpo y se convierte en un relato que vuelve a avivar esa llama que algún momento prendió en todos los que nos dedicamos al Derecho.
Este viernes se ha celebrado por fin la vista de apelación. A la tercera va la vencida. La esperanza del equipo de defensa es que se declare la nulidad radical de la sentencia. Eso significaría que debería realizarse otro juicio. Mientras tanto Leopoldo debería quedar en libertad. También cabe la opción de la “casa por cárcel”, que es como designan en Venezuela al arresto domiciliario.
A Alberto Ruiz Gallardón y a mí se nos ha concedido el privilegio y el honor de participar, como abogados, en el equipo de defensa de Leopoldo López. Como parte de un formidable equipo de letrados capitaneado por Juan Carlos Gutiérrez, hemos podido compartir experiencias, conversaciones y esperanzas en esta forma contemporánea de resistencia que es la que encarnan Leopoldo, Lillian, su familia, sus amigos y abogados y todos sus millones de seguidores.
La experiencia de visitar la Venezuela de hoy no puede ser más atroz y sobrecogedora. Los contrastes son escandalosos. En un paseo temprano cualquiera puede ver la dignidad pisoteada de todos los que acuden a las colas: más de 600 personas ante una farmacia a las siete de la mañana, o 5.000 ante un mercado que tan solo conserva un par de puestos abiertos. Se trata de una lucha por la supervivencia.
Hablar de Estado de Derecho es una quimera. Los derechos fundamentales se pisotean todos los días. El encarcelamiento, las detenciones arbitrarias, las acusaciones falsas, los juicios nulos desde la raíz conforman la estructura de la Administración de justicia penal en el país de Rómulo Gallegos, de Armando Reverón, de Gustavo Dudamel y de tantos intelectuales que otrora hicieron de la patria de Bolívar uno de los grandes centros de la intelectualidad y el arte. El país que acogió -y en el que falleció- a Manuel García-Pelayo, nuestro primer presidente del Tribunal Constitucional, que nos enseñó el significado del ejercicio de los derechos fundamentales de la libertad de expresión es hoy una enorme trituradora de derechos individuales.
El injusto encarcelamiento de Leopoldo López y la injusta condena que se le ha impuesto, con quebrantamiento de las más elementales garantías del debido proceso, constituyen una muestra indudable de lo que el régimen representa: un sistema que ha falseado la democracia, violando los derechos humanos y la separación de poderes, sin independencia judicial, sin seguridad jurídica y sin recatarse en reprimir la libertad de prensa y cualquier otro instrumento de control del poder. Bajo la apariencia de un Estado con Constitución, la realidad actual de la organización política venezolana es la de un régimen populista que, al no garantizar los derechos humanos, la división de poderes y el pluralismo político, contradice abiertamente los principios básicos del Estado constitucional democrático.
Después de entrevistarnos con dirigentes políticos arrestados en sus propios domicilios (como Daniel Ceballos y Antonio Ledesma, ex alcalde de Caracas, de hablar con destacados empresarios, abogados, periodistas, y representantes políticos parlamentarios, la conclusión a la que llego es clara. La única herramienta capaz de liberar a Venezuela es la de los derechos humanos.
Con su increíble decisión de enfrentarse al régimen, de dar la cara, de jugarse la vida y afrontar la cárcel, el coraje de López ha puesto en jaque a presidente Nicolás Maduro. López, al que muchos señalan como el Nelson Mandela contemporáneo, es hoy no sólo el principal dolor de cabeza de sus carceleros, sino la única esperanza para millones de seres humanos de que alguien abrirá pronto los barrotes de la lúgubre mazmorra en que han convertido los chavistas a la gran nación venezolana.
Javier Cremades es abogado y forma parte del equipo de defensa de Leopoldo López
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