Un regate del sultán en la calle
El presidente Erdogan sale visiblemente reforzado de un trance del que podía haber acabado entre rejas o exiliado
Mijaíl Gorbachov permaneció en 1991 en la dacha en Crimea del presidente soviético mientras los golpistas tomaban la Duma, pero el exfutbolista aficionado Recep Tayyip Erdogan ha recurrido 25 años después a uno de sus regates tácticos. El presidente de Turquía salió rápidamente de su retiro vacacional en Bodrum, la histórica Halicarnaso, para regresar rápidamente a Estambul, la ciudad de su niñez y su feudo político desde que fue elegido alcalde de esta urbe en 1994. Rodeado de sus colaboradores más cercanos y en contacto con mandos militares que le son leales, el líder islamista organizó en la antigua Constantinopla la estrategia para contrarrestar con celeridad la intentona golpista fracasada.
Los ciudadanos turcos comprobaron inmediatamente que su principal líder reaccionaba con firmeza contra el pronunciamiento, en lugar de permanecer a la expectativa en la costa del Egeo. Pronto empezaron a recibir los mensajes del jefe del Estado para salir a la calle a hacer frente a los golpistas. Llegaron a través de los medios de comunicación no intervenidos por los militares, a través de envíos masivos de mensajes de texto a móviles y, sobre todo, por las redes sociales, cuyo uso intentó precisamente restringir el Gobierno del AKP para frenar las protestas de los jóvenes del parque de Gezi de Estambul hace tres años.
Con un alto precio en muertos y heridos, Erdogan paró el golpe antes de que prosperara, porque sabía con certeza algo que los generales implicados y sus supuestos instigadores parecieron ignorar: que la sociedad turca del siglo XXI ya no acepta los golpes de Estado ni siquiera para librarse de un mandatario autócrata como el dirigente islamista; no tolera la tutela de la bota del Ejército sobre los Gobiernos elegidos en las urnas, como ocurrió durante medio siglo desde 1960; y, en suma, rechaza ser considerada como menor de edad sin poder tomar sus propias decisiones.
El presidente turco sale visiblemente reforzado de un trance del que podía haber acabado entre rejas o exiliado. Su sueño de ejercer una presidencia ejecutiva con plenos poderes constitucionales parece estar ahora más cerca.
El Ejército turco deberá desfilar al paso que le marque el poder civil y regresar —tal vez ahora sí para siempre—, domesticado tras el fiasco, a los cuarteles. La oposición, que ha cerrado filas con el Ejecutivo, y los países occidentales y los Estados vecinos, que han respaldado a Erdogan y a su partido como legítimos gobernantes de Turquía, coinciden con alivio en que esta vez ha sido mejor lo malo conocido que lo peor por venir.
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