Testigo de la transformación de la policía de Dallas
McCaghren era teniente el día que mataron a Kennedy. La visita de Obama agita sus demonios
Un presidente en Dallas es un presidente en Dallas. La ciudad texana no puede huir de su etiqueta en el mundo, es el lugar donde fue asesinado John Fitzgerald Kennedy y siempre será así. Pasar casualmente por la plaza Dealey es como entrar en una fotografía. La pradera, el edificio del almacén de libros, el puente. Hasta una X marca el lugar. A unos 300 metros de aquí, el pasado jueves, un francotirador asesinó a sangre fría a cinco policías e hirió a otros siete. No tenía nada que ver, pero tal es el peso del magnicidio que el nombre de Kennedy apareció en todas las crónicas. Este martes, el presidente Barack Obama aterriza en Dallas y los peores demonios de la ciudad se hacen aún más presentes.
La visita de Obama, aunque no es la primera, se produce en otro de los momentos más trágicos de esta ciudad. Por segunda vez en medio siglo, toda la ciudad tomada por la prensa y cuestionada por el mundo, empezando por su cuerpo de policía. Ese mismo ambiente lo vivió Paul McCaghren, teniente de policía de Dallas el día que mataron a Kennedy. En la residencia de ancianos en la que vive a sus 84 años, recuerda aquel día con una palabra, “depresión”, que podrían hacer suya los agentes del cuerpo de hoy.
El 22 de noviembre de 1963, Paul McCaghren había sido asignado al grupo de 200 policías encargados de la seguridad en el centro Tarde Mart, donde había organizada una comida en al que el presidente debía pronunciar un discurso. En vez de eso, recibieron la noticia de que el presidente había sido herido. Tiene grabado el recuerdo de una señora mayor llorando sola en una mesa.
“En ese momento, no se sabía quién era el sospechoso, pero habían dado una descripción”. El capitán propuso irse del salón de banquetes y ayudar en la búsqueda. “Pero el jefe dijo que nos mantuviéramos en nuestros puestos. Dijo una de las cosas más estúpidas que he oído en mi vida: ‘Si es una herida leve, vendrá a dar el discurso”. En cuestión de minutos, supieron que el presidente Kennedy había muerto. De los 800 agentes del cuerpo, una cuarta parte estaban aún en sus puestos esperando en el banquete y el sospechoso suelto por la ciudad.
Para cuando llegaron a la comisaría, Oswald ya estaba allí detenido. “Era de locos”. Recuerda el caos porque “algún idiota había dejado a la prensa entrar al tercer piso y lo habían tomado”. “Llegué a mi despacho, enfrente de Homicidios, y me encontré allí un reportero que se había cerrado con llave y estaba usando mi teléfono”.
McCaghren participó en la investigación interna sobre los errores de aquellos días. Le tocó hacer entrevistas a compañeros sobre cómo pudo entrar el empresario Jack Ruby en el garaje de la policía justo en el momento en que iban a trasladar al sospechoso Lee Harvey Oswald. Ruby, amigo de muchos en la comisaría a los que invitaba en su club, disparó contra Oswald allí mismo y enterró para siempre la posibilidad de tener una verdad judicial de lo sucedido. No cree en conspiraciones.
Fue testigo de los errores en cadena de aquellos días, como ha sido testigo de lo que ha cambiado el cuerpo de policía desde que él lo dejó. “¿Éramos racistas? Sí”. En 1963, la segregación aún era legal en Estados Unidos. Había muy pocos policías negros en Dallas. A los negros, recuerda McCaghren, “no les protegía la ley”. Recuerda una noche cuando patrullaba en los años 50 en que atendió con un compañero una llamada en el sur de Dallas. Una mujer negra llorando porque su marido había abusado de su hija de 12 años. Se llevaron al tipo detenido. “Pero el fiscal del distrito ni siquiera quería oír el caso. Eran cosas de negros”. Relata que lo llevaron a un parque, lo bajaron del coche esposado. “Mi compañero se quitó el cinturón y empezó a pegarle una paliza tremenda. ‘No volverá a hacerlo’, dijo. Los afroamericanos no tenían ninguna posibilidad de que les defendiera el fiscal del distrito en delitos entre ellos. Las cosas eran así. Pero nosotros no salíamos deliberadamente a maltratar a negros”.
La ciudad a la que llega Obama tiene un cuerpo de policía de 4.000 empleados. Y un jefe negro, David Brown, con una trágica historia personal: su hijo mató a un policía y murió a tiros a manos de la policía. Es una ciudad diversa. Según datos del jefe Brown aportados el lunes, lleva 12 años reduciendo su tasa de criminalidad y es un modelo de policía comunitaria. Antes del tiroteo del jueves, solo había habido un muerto por arma de fuego en Dallas este año, dijo Brown. La matanza por cuestiones raciales se produce en una ciudad que creía estar en el camino correcto para cerrar esa brecha.
Las tensiones raciales existen, nadie las niega, como las tensiones políticas y la fiebre anticomunista existía en los sesenta. Pero la ciudad lucha por que no se la juzgue por la matanza del pasado jueves. Igual que el Dallas de 1963 se encontró espantado al verse presentado como una ciudad de ultras dispuestos a matar al presidente. No había ninguna animadversión en la población contra Kennedy, afirma McCaghren. “Hasta la mayoría de mis hombres estaban emocionados con la visita del presidente”. Dallas tenía un alcalde demócrata, el gobernador de Texas era demócrata y había una gran ilusión con el joven presidente, pero será para siempre el sitio donde mataron a Kennedy.
Obama visita una ciudad muy distinta de esa que está en la cultura colectiva, pero en un momento de trauma parecido. La sola idea de un presidente en Dallas despierta los demonios de los testigos de la historia. “Francamente, me preocupa”, dice este veterano. “La seguridad va a ser máxima, al contrario que cuando vino Kennedy, que iba por el centro de Dallas sin techo en el coche. Creo que los errores del pasado mantendrán seguros a los presidentes del futuro”. Se para y añade: “Contuve la respiración cuando oí que el presidente venía. Dios, no dejes que le pase nada”.
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