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CARTA DEL PAPA FRANCISCO A HANS KÜNG

“Querido hermano Hans...”

EL PAÍS publicó una petición del teólogo al Papa para debatir libremente el dogma de la infalibilidad. El propio Küng da a conocer ahora la respuesta de Francisco

El Papa confesó el sábado a los fieles en la plaza de San Pedro.
El Papa confesó el sábado a los fieles en la plaza de San Pedro.EFE

El día 9 de marzo de 2016 se publicó en importantes periódicos de diferentes países mi Llamamiento al papa Francisco rogándole que hiciera posible un debate abierto, imparcial y libre de prejuicios sobre la cuestión de la infalibilidad. Me alegró mucho recibir, inmediatamente después de Pascua y a través de la nunciatura de Berlín, una respuesta personal del papa Francisco fechada el Domingo de Ramos (20 de marzo).

De este escrito son importantes, para mí, los siguientes puntos:

— Que el papa Francisco me respondiera y que no me dejara con mi Llamamiento, por decirlo de alguna manera, suspendido en el vacío.

— Que fuera él mismo quien respondiera, y no su secretario privado o el cardenal secretario de Estado.

— Que resaltase el carácter fraternal de su carta en español mediante el uso del encabezamiento en cursiva y en alemán “lieber Mitbruder” (“querido hermano”).

— Que haya leído con atención mi Llamamiento, cuya traducción española le adjuntaba.

— Que valorara altamente las reflexiones que me habían conducido a publicar el volumen 5 [de mis obras completas], dedicado a la infalibilidad, en el que propongo debatir teológicamente las diferentes cuestiones en torno a este dogma a la luz de la sagrada Escritura y de la Tradición, con la intención de que la Iglesia del siglo XXI, semper reformanda, profundice en un diálogo constructivo con la ecúmene y la sociedad postmoderna.

El papa Francisco no fija limitación alguna. De esta forma, corresponde a mi deseo de abrir un debate libre sobre el dogma de la infalibilidad. Personalmente concluyo que este nuevo espacio de libertad debe ser aprovechado para avanzar en el esclarecimiento de las declaraciones dogmáticas controvertidas en la Iglesia católica y la ecúmene.

No podía yo imaginar entonces el gran espacio de libertad que, pocos días después, abriría el papa Francisco en su exhortación apostólica postsinodal Amoris laetitia. Ya en la introducción declara que “no todos los debates doctrinales, morales o pastorales deben ser resueltos con intervenciones magisteriales”. Se posiciona contra “una fría moral de gabinete” y se niega a que los obispos sigan comportándose como “controladores de la gracia”. Considera que la eucaristía no es un premio para los perfectos, sino un “alimento para los débiles”. Cita con frecuencia las declaraciones del Sínodo de los Obispos y de las conferencias episcopales nacionales. No quiere seguir siendo el único portavoz de la Iglesia.

Este es el nuevo espíritu que siempre esperé del Magisterio. Estoy convencido de que, por fin, también el dogma de la infalibilidad, una cuestión fundamental y decisiva de la Iglesia católica, se podrá debatir con espíritu libre, abierto y alejado de todo prejuicio. Estoy profundamente agradecido al papa Francisco por ofrecernos esta posibilidad. Mi agradecimiento se une a la expectativa de que los obispos, teólogas y teólogos hagan suyo sin reservas este espíritu y colaboren en la tarea de esclarecer el dogma de la infalibilidad en el espíritu de la Escritura y de la gran Tradición eclesial.

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