Brasil vive la catarsis colectiva del ‘impeachment’ a Dilma Rousseff
La mandataria tiene muy pocas probabilidades de evitar la destitución
Casi 24 años después de la destitución del presidente Fernando Collor de Mello, Brasil utiliza otra vez el instrumento más radical de su Constitución. A las ocho y media de la mañana del viernes comenzó la maratoniana sesión decisiva del impeachment a Dilma Rousseff. La inició el polémico presidente de la Cámara, Eduardo Cunha, militante de la iglesia evangélica y acusado de corrupción en el Caso Petrobras: “Comienza la sesión bajo la protección de Dios”. Durante dos días, hasta la votación del domingo, desfilarán por la tribuna los representantes de los 25 partidos políticos brasileños y buena parte de los 513 diputados. Todo apunta a que la presidenta tiene las de perder.
Durante estos dos días, Rousseff, reelegida hace solo 15 meses, vivirá un auténtica agonía política. Parte del país ve con incomodidad y rechazo a una presidenta elegida por las urnas hace dos años encaminarse hacia la pérdida de su mandato. Pero, por otro lado, el 60% del país, a juzgar por un reciente sondeo de Folha de S. Paulo, apoya el proceso de impeachment . Al contrario de lo que pasó en los tiempos de Collor, cuando en el país reinaba una unanimidad casi completa contra el presidente, la división casi por la mitad de Brasil crea un clima de incertidumbre sobre lo que pasará en los días siguientes a la votación, sea cual sea el resultado.
El primero en subir a la tribuna fue uno de los ciudadanos que presentó el recurso de destitución, el jurista Miguel Reale, que defendió la raíz última del impeachment, las denominadas en Brasil pedaladas fiscales, que consisten en recurrir a créditos de bancos públicos para enjugar el déficit presupuestario. Para Reale, esto, simplemente, es ocultar la situación real financiera del país y constituye un “crimen de responsabilidad”, suficiente como para destituirla.
Después habló el abogado general del Estado, José Eduardo Cardozo, que minimizó este motivo, que consideró fútil, y recordó que la verdadera razón por la que el presidente del Congreso, Eduardo Cunha, enemigo de Rousseff, aceptó el recurso de Reale no fue su contenido, sino “la venganza personal y el chantaje”. Cunha aceptó que el Congreso examinara el impeachment horas después de que varios diputados del partido de Rousseff, el Partido de los Trabajadores (PT), votaran a favor de investigar a Cunha en una comisión de Ética.
De cualquier forma, el juicio es político y pocos miran las minucias técnicas de las confusas pedaladas fiscales. El motivo es más complicado de entender que las acusaciones de corrupción pasiva y conspiración que pesaban contra el expresidente Collor. Y más: los pecados de Rousseff parecen proporcionalmente pequeños ante un Congreso atestado de diputados investigados por corrupción –y asustado con el caso Petrobras– que en el último año se ha especializado, además, en aprobar aumentos de gastos populistas. Rousseff no está implicada en ningún caso de corrupción. Nadie la ha acusado hasta ahora de haberse llevado un solo real a su casa. La paradoja ha sumergido a los brasileños en una exaltada discusión sobre la naturaleza del impeachment, mezcla de juicio jurídico y voto de desconfianza parlamentaria.
Sin poder contener la desbandada en el Congreso Nacional, el Gobierno jugó el jueves su última carta en el Tribunal Supremo Federal. El abogado general del Estado, José Eduardo Cardozo, pidió la nulidad del proceso alegando falta de garantías para la defensa. La mayoría de los jueces no aceptó el recurso y el proceso siguió, de forma inalterable. Los debates continuarán el sábado y, probablemente, la mañana del domingo. A las dos de la tarde del domingo, comenzará la votación. Será entonces el verdadero Día D de Dilma Rousseff, ya que si el Congreso aprueba el proceso de impeachemnt, difícilmente lo paralizará el Senado, donde la mayoría de diputados es aún más hostil a Rousseff. La votación terminará alrededor de las nueve de la noche, ya que cada diputado tendrá diez segundos para hablar.
Todos los expertos dan a Rousseff por perdedora. Hay periódicos que proporcionan ya el número de diputados que votará en contra de ella. Si la oposición suma el domingo, como parece probable, los 342 votos mínimos exigidos, el proceso cumplirá su fase crucial y seguirá al Senado. Rousseff ha asegurado que aunque pierda la votación de este fin de semana va a continuar siendo presidenta de la República el lunes, que no va a renunciar, y promete continuar en la lucha por mantenerse en su cargo hasta el fin de la legislatura. Pase lo pase, suceda lo que suceda este domingo, es difícil imaginarse cómo Rousseff seguirá dirigiendo el país las próximas semanas. Mientras, el vicepresidente Michel Temer, antiguo aliado de la presidenta, ahora convertido en su peor enemigo –junto con Cunha-, aguarda pacientemente entre bastidores a hacerse con las riendas del Estado.
El micrófono mudo
Los diputados que participan en el proceso de impeachment cuentan con un tiempo determinado. Es una hora para cada formación, que varios parlamentarios del mismo partido comparten. Pero en el parlamento brasileño el presidente brasileño no avisa al parlamentario en cuestión de que el tiempo se le acaba. Simplemente, cuando los minutos se han esfumado, el micrófono se desconecta, el parlamentario sigue por unos segundos gritando al vacío y, después, cuando se da cuenta de que nadie le escucha, se calla y se retira, obedientemente. Recuerda a algunas ceremonias de los Óscars o de los Goya a la hora de cortar por lo sano el aluvión soporífero de agradecimientos a la familia y colaboradores. La medida llama la atención al recién llegado, ya que, además, los discursos, por lo general, son vehementes y enfervorizados, y abundan también en gesticulaciones que, cuando el micrófono se calla, se cortan también en seco.
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