Otros dos partidos aliados abandonan a Rousseff ante la votación de la destitución
El Partido Progresista deja el Ejecutivo y dice que apoyará la destitución
Uno a uno, los partidos hasta el miércoles aliados de la presidenta Dilma Rousseff se alejan de ella y anuncian que el fin de semana votarán a favor de su destitución. El Partido Progresista, con sus 47 parlamentarios, y el Partido Republicano, con 22, se pronunciaron en ese sentido, mientras el PSD, con 38 escaños, debatía anoche hacer lo mismo. Las deserciones son contagiosas y el Gobierno se ve cada vez más impotente para parar el impeachment.
El Gobierno teme una desbandada general. Es fácil preverla: si los diputados indecisos de esta miríada de partidos políticos que es el Congreso brasileño olfatean que Rousseff hiede a muerto, se moverán en bloque al lado con más posibilidades de ganar, ayudándole de paso. Es eso mismo lo que está pasando ahora: poco a poco, casi diputado a diputado, el gozne central se desplaza y el poder se le escapa de las manos a la presidenta en dirección de su nuevo enemigo político, el vicepresidente Michel Temer, del Partido do Movimento Democrático de Brasil (PMDB). Los dos, Rousseff y Temer, emplean las mismas armas para convencer a los dudosos: cargos, secretarías, presupuestos, ministerios…. Pero para disfrutar de ese cargo hay que saber acertar y apostar al victorioso. El perdedor no se llevará nada.
De esta manera, mientras el expresidente Lula da Silva y Rousseff negocian por un lado, Temer, que se hará con el poder en cuanto el Congreso descabalgue a la presidenta, también forma un Gobierno en la sombra.
La oposición calcula que aún queda una cincuentena de diputados que no se han colocado ni en un lado ni en otro. Serán decisivos a fin de conseguir los 342 parlamentarios necesarios (un tercio de la Cámara) para que el inicio del proceso de impeachment sea aprobado y pase al Senado, donde se votará a primeros de mayo.
Todos los especialistas coinciden que, más allá del Senado, la votación clave será la de este fin de semana. El Gobierno, por su parte, necesita 172 diputados. El Partido de los Trabajadores (PT), la formación de Rousseff y Lula, y sus aliados de izquierda —que no se sumarán al impeachment— cuentan ahora con unos 120 votos seguros. De ahí que esos 50 parlamentarios de otras siglas, y de otras ideologías, sean claves.
Manifestaciones
Los brasileños interesados en política examinan frenéticamente los gráficos animados y alimentados al minuto que en las ediciones digitales de los periódicos y en las televisiones muestran el número —creciente o decreciente— de diputados que votarán sí o no. También se muestran, con nombres y apellidos, los parlamentarios indecisos y a los que no quieren revelar su opción. Estos son objeto de todo tipo de presiones: no solo por parte del Gobierno y de la oposición, sino de decenas de asociaciones de uno y otro lado —o de simples ciudadanos— que les llaman o les abordan en la calle y les impelen a decidirse.
Mientras, el presidente del Congreso, el polémico Eduardo Cunha, del PMDB, investigado por corrupción en el caso Petrobras, con cuentas ilegales y millonarias en Suiza y enemigo declarado de Rousseff, va revelando el calendario y el método de la decisiva, histórica y maratoniana sesión que se avecina: comenzará mañana y terminará el domingo, cuando, a las dos de la tarde, los diputados empiecen a votar. Paradójicamente, Cunha, uno de los políticos más criticados y más desprestigiados, es el que marca el ritmo del baile hoy en Brasil.
Hay ya previstas manifestaciones de un lado y de otro en las principales ciudades brasileñas, como São Paulo, Río de Janeiro o Brasilia. En esta última, la policía ha levantado un muro que dividirá las dos concentraciones a fin de evitar peleas entre correligionarios de uno y otro bando. Alguno ya ha llamado a esta pared de acero “el muro de la vergüenza”.
El país, mientras tanto, vive en una especie de limbo nervioso y expectante. Todo está paralizado a la espera de la crucial votación. Los periódicos, los telediarios y los parroquianos en los bares solo hablan de una cosa: del inminente impeachment. Los expertos se multiplican para hacer predicciones y los analistas políticos tratan de desentrañar qué pasará el domingo y, los más optimistas y preclaros, el lunes.
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