El espionaje es clave ante el terror
Los servicios de espionaje necesitan establecer nuevas prioridades para enfrentarse a las crecientes amenazas
Ahora que ha pasado la tormenta de los atentados de Bruselas, se levantan los dedos acusadores que preguntan cómo una gran red, responsable de dos gravísimos atentados terroristas, pudo atravesar el cordón de seguridad europeo. Poco a poco se ha ido filtrando información que muestra que los servicios de seguridad tenían en sus radares a individuos que formaban parte de esa red y, a toro pasado, parece que nuestros servicios de inteligencia tenían una imagen muy detallada del panorama. Sin embargo, ese a posteriori resulta una lente defectuosa para analizar los fallos del espionaje, que requieren una lectura mucho más profunda para comprender correctamente cómo pudieron producirse unos errores que, en apariencia, se podrían haber evitado.
El descubrimiento, tras un atentado terrorista, de que se disponía de información sobre las personas involucradas puede resultar deprimente. Después del atentado del 7 de julio de 2005 en Londres, salió a luz que al menos dos de los implicados habían pasado por campos de entrenamiento en Pakistán cuya existencia conocían los servicios de espionaje. De hecho, el líder de la célula y su mano derecha venían apareciendo en los márgenes de las investigaciones desde casi cuatro años antes del atentado, e incluso había fotos de ellos junto a un grupo de condenados por planear un atentado en Reino Unido. También en el caso de los atentados del 11-S en Estados Unidos, las investigaciones posteriores revelaron que los servicios de seguridad ya habían señalado a los individuos implicados como elementos preocupantes. Dos de los miembros de la célula del 11-M que reventó los trenes de Atocha en 2004 eran viejos conocidos de los agentes que seguían la huella del salafismo en España.
Si los servicios de seguridad tenían fichados a esos individuos, ¿por qué no impidieron que siguiesen adelante tendiéndoles una emboscada y atrapándolos? El problema radica en que este planteamiento olvida cómo funciona el espionaje.
En Europa, no siempre está claro con qué organismo hay que colaborar, con lo que es difícil compartir datos
Aunque a posteriori estos detalles pueden parecer significativos y una señal clara de un peligro inminente, es posible que quedaran enterrados bajo otra cascada de detalles, hechos e hilos. Volviendo al ejemplo de los terroristas de Reino Unido, existía información de años atrás que los situaba en un campo de entrenamiento hablando sobre su marcha al extranjero para combatir. Pero formaban parte de un grupo de 12 sospechosos y, en aquel entonces, otros colectivos constituían una amenaza mayor. Es una cuestión de prioridades. Los servicios de espionaje disponen de recursos limitados y se ven obligados a elegir y descartar. Unas pistas que más tarde parecerán enormemente significativas, en el momento se juzgan menos importantes y bajan peldaños en el rango de prioridad.
Por desgracia, el establecimiento de prioridades es una ciencia imperfecta que necesita evolucionar para reflejar la amenaza a la que se hace frente. Parte del error de cálculo sobre los conspiradores del 7 de julio en Reino Unido fue obviar que unos ciudadanos británicos pudieran cometer atentados suicidas en su país. Parte del error de cálculo sobre los terroristas del 11-S fue pasar por alto que Al Qaeda pudiera ejecutar una conspiración tan ambiciosa y sofisticada en territorio estadounidense. Parte del fallo en los atentados de París fue infravalorar la intensidad con que el Estado Islámico (ISIS, en inglés) se organizaba para atentar en Europa. Parte del fallo con relación a la célula de Bruselas fue desconocer su tamaño y pensar que París constituía su punto final. Ahora, a posteriori, esa red y sus objetivos pueden verse parcialmente en una serie de atentados e intentos previos, como el tiroteo de Mehdi Nemmouche en el museo judío de Bruselas o la confesión de Reda Hame de que había vuelto a Europa con la intención de abrir fuego en una sala de conciertos.
También hay fallos menos abstractos que pueden verse en el caso de la célula de Bruselas y París. El hecho de que ahora podamos ver la mano de Abdelhamid Abaaoud en conspiraciones en Europa que se remontan a 2014 demuestra que debería haber sido una prioridad mayor en todo el continente. Eso apunta a un fallo en los servicios fronterizos y en la forma en que los diferentes países del continente comparten información secreta. Schengen crea un espacio común en el que los terroristas pueden actuar con impunidad, y del que por desgracia no se benefician los servicios de seguridad que los persiguen. La cooperación y la coordinación son esenciales para los servicios europeos de seguridad y espionaje, habida cuenta de que su jurisdicción solo llega hasta sus fronteras. Al mismo tiempo, la prioridad también varía entre los distintos países: mientras que para Bélgica y Francia este problema es el más acuciante, ya que existen células activas listas para atentar, es posible que para otros Estados miembros, como Portugal o los países del centro y este de Europa, la amenaza no parezca tan inminente.
Por último, las diferencias legislativas entre los Estados miembros son otra dificultad añadida. Es difícil detectar la ubicación de armas peligrosas, como las pistolas, porque la legislación es muy diferente entre países. Además, las competencias de la policía y los servicios secretos son dispares entre Estados y no siempre está claro con qué organismo homólogo hay que colaborar, con lo que es más que posible que resulte más difícil compartir información. En algunos países, la policía lleva las riendas de las investigaciones, pero en otros los servicios secretos recelan a la hora de compartir información por miedo a poner en peligro una fuente de información al exponerla a un proceso judicial. Esta es una diferencia clave entre los servicios de espionaje y la policía: mientras que la segunda trabaja con un procesamiento judicial como meta, los primeros se mueven en las sombras, evitando el foco de los tribunales. Eso provoca problemas, dentro de los Estados y entre ellos.
Y, sin embargo, estamos ante una amenaza paneuropea. En las semanas previas a los atentados de París, las autoridades italianas llevaron a cabo una investigación más amplia en todo el continente contra un grupo que se hacía llamar Rawti Shax: una comunidad compuesta en su mayoría por extremistas kurdos suníes, vinculada a Ansar al Islam, un grupo extremista de kurdos iraquíes muy cercano al ISI, precursor del ISIS. Su desmantelamiento, con arrestos en Escandinavia, Italia, Reino Unido y Bélgica, mostró todo el potencial de la cooperación judicial y entre los servicios secretos en toda Europa.
Pero el éxito duró poco. Al cabo de pocas semanas se produjo la masacre de París y se descubrió que una red más amplia de terroristas llevaba un tiempo activa y operando en todo el continente. Desde entonces se redobló la atención, pero una célula logró colarse en Bruselas. Aunque esta red marcará sin duda un punto de inflexión para los servicios belgas y franceses, la cuestión es si la lección tendrá eco en todo el continente. Toda Europa tiene que aprender las lecciones de París y Bruselas, ya que los grupos y redes vinculados al ISIS (y a Al Qaeda) siguen queriendo atentar en el continente. El espionaje, siempre una ciencia imperfecta, es en última instancia una de las últimas barreras contra la amenaza compleja y sofisticada que representa el ISIS.
Raffaello Pantucci es responsable de estudios de seguridad internacional en el Royal United Services Institute y autor de We Love Death As You Love Life: Britain’s Suburban Terrorists.
Traducción de Newsclips.
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