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Tribuna
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Un llamado a la responsabilidad (Guatapé, Antioquia)

En Colombia suele suceder en una semana lo que tendría que suceder en un año: la pasada comenzó con la renuncia del ministro de Minas “por no tomar medidas” para evitar el apagón inminente

Ricardo Silva Romero

Sería suficiente decir “es que Colombia no tiene sentido”, sería, de hecho, la respuesta científica a la pregunta por este país, pero lo humano sigue siendo atar los cabos sueltos y fallar, y ahora mismo hay que interpretar a este Gobierno abrumado que le pide ahorrar energía eléctrica a un pueblo que no le está creyendo nada. El lunes 7 de marzo a las 18:52 el presidente @JuanManSantos publica en su cuenta de Twitter una fotografía de él mismo –un claroscuro de aquellos– trabajando con tres de sus funcionarios bajo una lucecita penumbrosa. Tuitea el siguiente pie de foto: “seguimos trabajando pero apagamos luces de Casa de Nariño a las seis”. Y lo remata: “¡todos a ahorrar!”. Y cuando uno está a punto de hacer el chiste de “si con luz estamos como estamos…” se descubre exasperado porque estemos tan cerca de un apagón como el de 1992.

Se trata de una foto dramática, barroca, que pretende sentar un ejemplo: así debe verse cada habitación del país si es que queremos evitar los posibles cortes de energía. Pero en verdad retrata a un presidente en su peor momento: el 78% de los colombianos desconfía de su Gobierno, según el último sondeo, porque se ha acostumbrado a sobrevivir a la incompetencia del Estado, pero no a soportar un sistema hostil que no da tregua a los trabajadores, ni a esta sensación de estarles pagando a la corrupción y al despilfarro un puñado de impuestos colaterales (el “cargo por confiabilidad”, por ejemplo, que iba a evitar apagones como el del 92), y ni siquiera los valerosos diálogos de paz, que tendrían que devolver la fe y redimir cualquier Casa de Nariño, sacan de la cabeza la sospecha de que Colombia es el negocio de los políticos de turno.

En Colombia suele suceder en una semana lo que tendría que suceder en un año: la pasada comenzó con la renuncia del investigado Ministro de Minas “por no tomar medidas” para evitar el apagón inminente, obra de la improvisación patológica, el ominoso fenómeno de “el Niño”, los daños en la planta de Termoflores y el incendio de la hidroeléctrica de Guatapé, y siguió con el llamado del gobierno al pueblo para que ahorre la energía que ni en enero ni en febrero fue capaz de ahorrar. Se supo luego que en el centenario Guatapé, en el oriente de Antioquia, se avanza día a día en la reparación de su embalse verde y pasmoso como el País de Nunca Jamás. Y no hay que ser lúcido ni malpensado para imaginar que arreglar la represa no es sólo iluminar al país asaltado en su buena fe, sino sacar al gobierno de su ridícula penumbra.

El jueves en la mañana las hastiadas centrales obreras marcharán contra el costo de la vida, la reforma tributaria, la fragilidad de las pensiones, la hambruna en La Guajira, la venta de Isagén, la dilapidación en la refinería de Cartagena, el TLC: será un paro nacional, pues, contra los abusos silenciosos que el gobierno no frena, y se le echará la culpa de todo al presidente que el 75% de los colombianos está viendo con malos ojos, pero tendría que ser una manifestación contra un Estado neoliberal e insensato que está cumpliendo veinticinco largos años de hacer –sin ganarse antes semejante derecho– sendos llamados a la responsabilidad, al ahorro, a la eficiencia, a la rentabilidad, a la reconciliación, a la lucha contra la corrupción, a todo aquello, en fin, que sus cinco gobiernos mediocres han sido incapaces de conseguir.

Puede que venga el apagón de entonces a confirmar que esto no tiene sentido, que esto va y sigue yendo a ninguna parte. Ojalá que no: que no fracasen más la luz ni la paz ni la justicia. Porque no será otra foto ensayada, sino una gran sorpresa –que se dé lo mínimo: qué tal– lo único que podrá quitarle la razón a la marcha de los desengañados.

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