Xi Jinping intensifica su acumulación del poder en China
En un año de transición política, la cúpula del Partido demanda “lealtad absoluta”
El presidente chino, Xi Jinping, ya se ha convertido en solo tres años en el líder más poderoso de China desde los tiempos de Mao Zedong. Encabeza no menos de siete comités e instituciones que le confieren el mando del Ejército, de la reforma económica, la seguridad nacional y la tecnología de la información, entre otros sectores clave. Se ha deshecho de posibles rivales gracias a su campaña contra la corrupción, y mantiene un férreo control sobre la sociedad civil mediante detenciones de activistas y una dura vigilancia de Internet. Pero ante un año que se apunta clave políticamente, parece dispuesto a acumular aún más poder y ha empezado a exigir una “lealtad absoluta”.
Que 2016 no va a ser fácil para China ya es vox pópuli. Se espera un crecimiento de su economía aún menor que el del año pasado, que ya fue el más corto en 25 años. Se acumula la deuda de los gobiernos locales y en el sector bancario. Las reformas para eliminar la sobrecapacidad aumentarán el desempleo en algunas provincias, según ha admitido el propio régimen. Los mandos del partido intentan ya ir tomando posiciones ante el congreso del año próximo, en el que Xi escogerá a su nuevo equipo.
Ante este panorama, el mando del Partido Comunista ha dejado claro que demanda una “completa fidelidad”, una fórmula que aparece una y otra vez en los resúmenes de las reuniones oficiales. “Los organismos del Partido a todos los niveles y todos los miembros del Partido deben alinearse en pensamiento y obra con el liderazgo central del Partido, encabezado por Xi Jinping”, ordenaba la semana pasada el jefe de Gabinete del presidente, Li Zhanshu. En noviembre, el Politburó ya había declarado que una “lealtad incondicional” es la principal exigencia política.
En aparente respuesta al llamamiento, en las últimas semanas cerca de una veintena de dirigentes provinciales han ido declarando su lealtad a Xi y aclamándole como el “núcleo” del Partido, no simplemente como su secretario general. Esa palabra tiene una connotación histórica especial: aunque se usó para describir a los grandes líderes del Partido, cayó en desuso durante la etapa de Hu, un gobernante más débil. Su recuperación elevaría a Xi al nivel de los dirigentes históricos, Mao o Deng Xiaoping.
“Xi se ve a sí mismo como el Mao Zedong del siglo XXI”, apunta vía correo electrónico el politólogo Willy Lam, de la Universidad China de Hong Kong. Pero además, “encara desafíos que sus predecesores, Hu Jintao y Jiang Zemin, no tuvieron que afrontar: la ralentización del crecimiento económico y un posible descontento social a gran escala causado por el desempleo y quizás el descenso de nivel de vida”.
“Para distraer la atención del público indignado -los parados, o los que han perdido dinero en la Bolsa-, Xi tiene que expandir el culto a la personalidad creado en torno a él”, asegura Lam. El logro de un “posición prácticamente de emperador” le hará más fácil, considera, convertir a otros dirigentes, como Li Keqiang, en chivos expiatorios si la economía continúa cuesta abajo.
Parte de la preocupación de los líderes tiene que ver con la base de la legitimidad del mandato del partido: el compromiso de un crecimiento económico que permita un nivel de vida cada vez más alto. “La ralentización no es solo un problema económico, es también un problema político y social”, apunta el profesor Hu Xingdou, del Instituto de Tecnología de Pekín.
Ya han empezado a aumentar las protestas laborales. Según los datos de la ONG hongkonesa China Labour Bulletin, entre diciembre y enero se produjeron 774 huelgas en el país, la mayoría por impagos de sueldo a los trabajadores, frente a las 529 de los dos meses anteriores. No es casualidad que el régimen haya detenido a una serie de prominentes activistas defensores de los derechos laborales precisamente desde diciembre.
Aunque los llamamientos a la lealtad y los reconocimientos al líder no tienen solo el objetivo de reforzar a Xi. Representan también los primeros pasos en un proceso de transición que culminará en el próximo congreso quinquenal del Partido, cuando los dirigentes de más edad abandonen sus cargos. Un Xi con mayor estatus tendrá más fácil situar a su personal de confianza en los puestos clave.
Con esa fecha en mente “los gobernadores están decidiendo de qué lado se ponen” , explica el historiador y comentarista político Zhang Lifan. Si una veintena de ellos ya ha manifestado su apoyo decidido al “núcleo” Xi, también hay otros que no han utilizado esa palabra en sus discursos, como el de Shanghái. “Es una situación extraña… No sé qué está pasado exactamente en los círculos internos, pero seguro que algo está pasando”.
En opinión de Zhang, las presiones para elevar a Xi a la categoría de “núcleo” pueden representar una señal de rivalidades internas, quizá facilitadas por el mal manejo de las caídas de la Bolsa el año pasado y las dudas que surgieron sobre la capacidad de gestión del problema por parte de las autoridades chinas. Dentro del Partido, “generalmente, cuando se enfatiza la lealtad, es porque han surgido situaciones de todo lo contrario. Las consignas se emiten para subsanar las carencias”.
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