Como en tiempos de la Guerra Fría
Arabia Saudí e Irán se enzarzan en una pugna por la hegemonía regional e islámica
Irán y Arabia Saudí repiten un esquema que ya conocemos. Solo guerrean por delegación, es decir, mediante fuerzas interpuestas. Utilizan a las minorías internas del adversario para sembrar la discordia y dividirlo. Cada uno levanta su propia bandera ideológica o religiosa, que sirve para esconder sus intereses y ambiciones de hegemonía. Tejen alianzas que obligan a tomar partido a los vecinos, encrespan las relaciones internacionales y terminan organizando un mundo o una región bipolar.
Con frecuencia, los contendientes acuden a la provocación para comprobar la resistencia del enemigo. Una patrullera iraní lanzó hace una semana un misil a poco más de mil metros del portaaviones Harry Truman a su paso por el estrecho de Ormuz. El pasado octubre, Irán probó un nuevo cohete balístico con capacidad para alcanzar a Israel, aunque lo tenía expresamente prohibido por Naciones Unidas. Arabia Saudí acaba de ejecutar a un destacado clérigo chií, encendiendo las iras de los chiíes en Irán y en todo el mundo islámico. Y, como respuesta, las autoridades iraníes han permitido el asalto de la Embajada saudí en Teherán y con ello provocado la ruptura de relaciones diplomáticas .
La actual escalada tiene raíces profundas, pero el desencadenante es el pacto nuclear del pasado 14 de julio
También con frecuencia, estos encontronazos conducen a una escalada en las represalias mutuas y al riesgo de convertir el enfrentamiento frío en caliente con efectos desestabilizadores para todo el entorno regional. Por fortuna, en el caso que nos ocupa ninguna de las dos potencias tiene el arma nuclear, aunque es pavorosa la perspectiva de que una de ellas la tuviera a su alcance sin que antes hubiera amainado la tensión en la región.
El objetivo exhibido en la propaganda es la destrucción del rival: los iraníes quieren ver el final de los Saud y los saudíes, el derrocamiento de los ayatolás. Pero es un enfrentamiento táctico, en el que cada una de las potencias procura avanzar peones en la competencia por la hegemonía regional y el liderazgo político islámico. Todos los medios sirven para ello: servicios secretos, acciones encubiertas, terrorismo; o guerra económica, que en el caso saudí juega con el precio del petróleo.
La actual escalada tiene raíces profundas, pero el desencadenante es el pacto nuclear del pasado 14 de julio que permitirá a Irán desarrollar una industria nuclear civil. Nada de lo pactado puede complacer a la monarquía saudí. El levantamiento progresivo de las sanciones dará a Teherán márgenes presupuestarios para mejorar las condiciones de vida de los iraníes y contar con mayores palancas de acción, de forma que un Irán reintegrado en la comunidad internacional disputará a los saudíes el lugar privilegiado que estos han ocupado hasta ahora, de la mano de un pacto histórico por el que Washington le daba seguridad y protección a cambio de petróleo.
Irán y Arabia Saudí no libran tan solo una buena guerra fría regional sino que pugnan por convertirla en global, cada uno con una de las dos grandes potencias de la auténtica Guerra Fría de su lado. De momento, es decir, mientras dure y avance esta contienda fría islámica, ya hay un vencedor temible, sobre todo para los europeos, como es el califato terrorista que se ha instalado en Siria e Irak.
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