Madame Claude, proxeneta del poder en la Francia de los sesenta
Banqueros, empresarios, intelectuales y políticos recurrieron sin cesar a sus servicios
Odiaba que la vincularan a la prostitución, una palabra que le parecía burda y soez. Prefería decir que, gracias a ella, “el vicio se había vuelto bello”. Madame Claude, el nombre con el que fue conocida Fernande Grudet, falleció el pasado lunes a los 92 años en Niza, en un pequeño apartamento de alquiler donde había pasado los últimos años recluida, viviendo gracias a una minúscula pensión.
Décadas atrás, Madame Claude tuvo otra vida: fue la proxeneta más conocida de la Francia de los sesenta y setenta, cuando regentó una red de prostitución de lujo que puso al servicio de los más poderosos. Coordinó un escuadrón de 500 mujeres —y también varias decenas de hombres—, en su mayoría modelos e intérpretes que intentaban hacer carrera en el París de la época. De cada 20 aspirantes, Madame Claude solo se quedaba con una, a la que formaba en su peculiar academia. Entre las condiciones que imponía, figuraban tener “porte de buena familia” y “un aspecto impecable”, lo que implicaba incluso pasar por el quirófano, según reveló en 2010 una de sus antiguas empleadas.
Políticos, banqueros, industriales e intelectuales recurrieron sin cesar a sus servicios. Entre sus clientes se encontrarían personalidades como John F. Kennedy, Giovanni Agnelli o el sah de Irán. En cambio, Madame Claude siempre insistió en no revelar los nombres de los franceses que frecuentaron su salón, situado en el exclusivo distrito 16 de la capital francesa. “Se lleva con ella secretos de alcoba, pero también secretos de Estado”, reaccionó el antiguo jefe de la policía judicial francesa Claude Cancès tras ser informado de su muerte. Según el mismo, fue una apreciada informadora de los servicios secretos, que no dudaron en protegerla durante años a cambio de sus revelaciones.
Con la llegada de Valéry Giscard d’Estaing al Elíseo en 1974, el proxenetismo empezó a ser duramente perseguido, tras haber sido medianamente tolerado. La confidente en la sombra perdió entonces todos sus privilegios. Perseguida por estafar 11 millones de francos a Hacienda, decidió exiliarse en Estados Unidos, antes de volver a Francia a mediados de los ochenta para montar un negocio de call girls, idea importada de su país de acogida.
Fue denunciada por uno de sus competidores, según reza la leyenda, y condenada a tres años de cárcel y un millón de francos de multa. Pero Madame Claude casi siempre caía de pie: terminó cumpliendo solo cuatro meses y sufragó su deuda publicando sus jugosas memorias.
Para muchos franceses, Madame Claude era un emblema de una época recordada con nostalgia y una excesiva idealización: la del crecimiento económico, la grandeur hoy extinguida y el libertinaje (masculino) desacomplejado. Pero ese favorecedor retrato en tonos sepia esconde una realidad menos agradable: la de quienes no tenían más remedio que ponerse a sus servicios. Tras su muerte, Libération le dedicó un editorial donde denunciaba que el carácter novelesco del personaje haya terminando embelleciendo la dura realidad de su negocio. “¿La prostitución se acepta mejor cuando la proxeneta lleva esmalte en las uñas?”, se interrogaba el diario.
El propio personaje contenía más sombras que luces. En 2010, un programa televisivo descubrió que su biografía era parcialmente falsa. Se inventó tres hermanos cuando no tenía ninguno, dijo que su padre era ingeniero cuando era un modesto obrero y sostuvo haber sido deportada durante la II Guerra Mundial, una afirmación dudosa. Los documentos de la época dan fe de otra versión: esta mujer nacida en 1923 en Angers, a la orilla del Loira, llegó a París sin un franco en el bolsillo, frecuentó las redes del crimen organizado y se empezó a prostituir antes de erigir su imperio particular.
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