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HISTORIA

El ejemplo de la meritocracia china

El sistema funcionarial se inspira en las enseñanzas de Confucio, figura que hoy ensalza el presidente Xi con orgullo nacional

Pintura de la época de la dinastía Song (960-1279) que representa un examen imperial.
Pintura de la época de la dinastía Song (960-1279) que representa un examen imperial.

Las culturas son importantes por su contribución al progreso de la humanidad. Y la gran aportación de China a la cultura universal ha sido la invención del funcionariado meritocrático. Mientras en Europa la gobernación del Estado se basaba en la fuerza bruta y las relaciones familiares de un círculo cerrado de parientes con el soberano, los chinos establecieron una burocracia eficiente, abierta y secular, seleccionada con criterios de talento, mérito y erudición. Este sistema no solo permitió la permanencia y florecimiento del Imperio Chino durante 2.000 años, sino que acabó siendo imitado en todas partes, incluso en nuestras oposiciones actuales a los cargos públicos.

He regresado recientemente de la Universidad de Pekín, donde he podido comprobar que de nuevo se estudia la tradición confuciana, a la que la burocracia china ha estado siempre asociada. El presidente Xi Jinping ha ensalzado a Confucio, incluso ha honrado su memoria visitando su pueblo natal de Qufu. La palabra confucianismo —nombre que los jesuitas dieron al pensamiento del maestro Kong (en chino, Kong Fuzi, latinizado como Confucio)— no existe en chino; en vez de ello, se habla de la rujia o escuela de los burócratas eruditos (ru). Incluso los nuevos institutos recientemente creados para difundir la cultura china en el mundo se llaman oficialmente institutos Confucio.

El pensador creía que los males de la época de continuos conflictos que le tocó vivir (en los siglos VI y V antes de Cristo) solo se remediarían con la formación de una clase de funcionarios profesionales, eruditos y bondadosos. Sin embargo, fue la escuela rival de los legalistas, la fajia o escuela de la ley (fa), la que acabó con el caos y las guerras mediante la unificación de China bajo el gobierno único, totalitario e implacable del primer emperador, Qin Shihuangdi. Los legalistas despreciaban el moralismo y la erudición de los confucianos y pretendían gobernar según un sistema de castigos crueles para los desobedientes y de recompensas para los sumisos. La unificación de China constituyó un gran éxito, pero la ferocidad de sus castigos desacreditó a la escuela legalista, que desapareció tras la muerte del primer emperador, aunque su influencia subterránea permanece hasta nuestros días. Si Qin Shihuangdi hacía quemar los libros de las otras escuelas, ahora se censura Internet.

Aunque ya bajo la dinastía Han, hace 2.000 años, se inició la selección de funcionarios a partir de su conocimiento de los textos confucianos, fue el emperador Yangdi, de la dinastía Sui, el que en 606 estableció de un modo oficial y definitivo el Keju o sistema de exámenes imperiales, que acabaría permitiendo la selección competitiva de 10 millones de burócratas eruditos, que tan decisiva influencia tendrían en la administración y la cultura de China en los 1.300 años siguientes.

Los exámenes imperiales para la selección de funcionarios tenían lugar a diferentes niveles. Empezaban con las oposiciones o pruebas locales, a las que seguían las provinciales, y así sucesivamente hasta llegar a las últimas o imperiales. Los que aprobaban estas últimas recibían el título de jinshi y pasaban a ocupar los puestos más altos del Estado. Todavía ahora, en el templo de Confucio en Pekín, se pueden contemplar 198 grandes lápidas de piedra que contienen grabados los nombres de los 51.624 candidatos que aprobaron estos exámenes finales y obtuvieron el título de jinshi durante las dinastías Yuan, Ming y Qing.

El método acabó siendo imitado en todos lados, incluso en nuestras oposiciones actuales a cargos públicos

Los candidatos al funcionariado se pasaban más de 20 años preparando los exámenes y memorizando los escritos confucianos. Se ponía a prueba su conocimiento de esos textos y su estilo literario, no sus capacidades técnicas o administrativas. Los que aprobaban tenían su futuro asegurado; incluso su familia obtenía ventajas y adquiría un estatus social más alto. Idealmente, el sistema producía una clase gobernante meritocrática y culta, elegida solo en función de sus méritos y talento. Esta burocracia proporcionó al Imperio Chino una extraordinaria estabilidad. A pesar de las rebeliones, conquistas extranjeras y cambios de dinastía, los funcionarios eruditos y meritocráticos permanecían en sus puestos de trabajo y aseguraban la continuidad y la eficiencia de la administración.

Los exámenes imperiales tenían lugar en enormes instalaciones especiales divididas en celdas individuales donde se encerraba a los candidatos durante los tres días y noches que duraba la prueba. El candidato no podía abandonar su celda. Todo el sistema estaba pensado para evitar la trampa y el favoritismo. Así, para excluir la posibilidad de que los examinadores reconociesen la letra del candidato y eso influyera en su juicio, todos los exámenes escritos eran recopiados de nuevo por escribas profesionales, de tal modo que la identidad del candidato permaneciese irreconocible.

Los misioneros jesuitas llegaron a China a finales del siglo XVI. Matteo Ricci fue autorizado a residir en Pekín y tener acceso a los expertos y burócratas de la corte. Los jesuitas escribieron cartas a Europa describiendo la realidad china en términos muy halagüeños, lo cual influyó decisivamente en la actitud que adoptaron intelectuales como Leibniz y Voltaire, ávidos lectores de esas cartas. Voltaire calificó a China como “la nación más sabia y mejor gobernada del mundo”. Incluso pensaba que el emperador Qianlong era el rey-filósofo ideal y compuso poemas en su honor. Voltaire recalcó especialmente la idea revolucionaria de sustituir la nobleza de la sangre por la del mérito, que atribuía a Confucio, considerado por él como un pensador racionalista e ilustrado.

El sistema fue pronto imitado por los países más próximos, como Corea y Vietnam, que incluso adoptaron el chino como lengua de sus oposiciones. El sistema confuciano de exámenes públicos estuvo vigente en Vietnam unos 1.000 años, hasta que los franceses lo abolieron en 1913. En Corea, el neoconfucianismo se convirtió en la ideología oficial de la dinastía Joseon. Aunque más tarde, también en Europa y América se imitó el sistema chino.

Si comparamos la India actual con China, nos llama la atención que en India hay más libertad, mientras que el Estado chino es mucho más eficiente. Hartos de la orgía ideológica de la época de Mao, los comunistas chinos confían más en la racionalidad elemental de la ingeniería que en la desprestigiada política. De hecho, para hacer carrera en los más altos escalones del Estado conviene ser ingeniero, como pude constatar en la Universidad Tecnológica Tsinghua, en la que estuve el año pasado. Tanto el actual presidente, Xi Jinping, como el anterior, Hu Jintao, son ingenieros egresados de la Universidad Tsinghua. Y el presidente previo, Jiang Zeming, era también ingeniero.

Jesús Mosterín es filósofo.

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