Ciento once civiles
A Maduro le asiste una inspiradora tradición de rastracuerismo militarista
El primer presidente civil que tuvo Venezuela en el siglo XX fue un sobrio y modesto profesor de instituto; uno de nuestros más célebres novelistas: Rómulo Gallegos.
Singularmente, Gallegos fue electo presidente, en 1948, en mitad de una tenebrosa temporada de dictaduras militares latinoamericanas, ganando las primeras elecciones universales, directas y secretas que alguna vez tuvimos en las que, además, obtuvo casi el 80% de los sufragios.
Gallegos hizo campaña electoral recorriendo un país que venía de vivir más de un siglo acogotado por dictaduras militares, y lo hizo tan solo con un libro bajo el brazo. El libro era su novela Doña Bárbara, un positivista, valiente alegato en pro de la civilidad frente a la barbarie encarnada en las dictaduras militares.
Los actos de toma de posesión, en febrero del 48, tuvieron el doble carácter de fiesta popular y de apoteosis intelectual. Un festival folclórico mostró por vez primera a una sorprendida Caracas las manifestaciones populares de un país, hasta entonces, descoyuntado y desconocido de sí mismo.
Decenas de intelectuales y artistas, venidos de 30 países, volaron a Caracas para la ocasión. El poeta Archibald MacLeish, amigo personal de Gallegos, encabezó la delegación oficial estadounidense. Una exposición de arte moderno juntó a la cubana Amelia Peláez con nuestro Armando Reverón. Con todo ello, Gallegos buscaba subrayar el fin de la era de los gamonales y los cuartelazos y exaltar valores de civilidad y de cultura. “No hemos salido de la tutela de broncos guerreros [advertía en su discurso inaugural] para vivir bajo el predominio de una casta militar privilegiada”. Por un día, al menos, doña Bárbara pareció haber sido al fin vencida.
Muchísimos venezolanos pensaron en aquel momento que Gallegos se había portado como un tonto
Sin embargo, los altos mandos militares tardaron muy poco en resentir la sujeción al mundo civil consagrada en la constitución del 47, y procurada escrupulosamente por Gallegos desde el primer día de su mandato. En consecuencia, en noviembre del 48, tres coroneles emplazaron a Gallegos a distanciarse de su partido, Acción Democrática, formación socialdemócrata, a permanecer como figurón en la presidencia y dejarles a ellos las funciones de Gobierno. Gallegos optó por poner a los coroneles ante un disparadero: o Gobierno civil encabezado por él o, de lo contrario, “caballeros, tendrán ustedes que derrocarme desembozadamente”. Al negarse Gallegos a ser el pelele de una junta de espadones, los coroneles lo apresaron y lo arrojaron al exilio.
Muchísimos venezolanos pensaron en aquel momento que Gallegos se había portado como un tonto, como un majadero a quien nada habría costado entenderse con los coroneles y permanecer, así fuese miserable y decorativamente, en el cargo.
Este modo de pensar es resabio de una historia política que, solo en los primeros 100 años de vida independiente nos dio 120 pronunciamientos militares y veintitantas constituciones, a razón de una cada casi cuatro años. ¡Ah!, y decenas de polichinelas civiles de los caudillos y mandones.
Nicolás Maduro ha prometido que, de perder el PSUV las elecciones parlamentarias del 6D, se lanzará a la calle a “salvar” la revolución bolivariana y que gobernará con “pueblo y ejército”. Es su manera de decir que está dispuesto a ser el títere de una acorralada camarilla narcomilitar si ésta, demencialmente, decidiese desconocer los resultados que las encuestas ya anuncian auspiciosas para la oposición. Esto no sería una novedad continental; a Maduro le asiste una inspiradora tradición de rastracuerismo militarista.
Por eso el 6D es imprescindible alcanzar el “número mágico”, la cota máxima de 111 insobornables diputados que acometan la dura lucha que permita retornar a Venezuela el imperio de lo civil sobre lo militar.
Twitter: @ibsenmartinez
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