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El alcalde de Roma, expulsado por sus propios concejales

Un gestor dirigirá el consistorio tras ser disuelto por la dimisión de los ediles

El alcalde de Roma, Ignazio Marino, en Roma, el 30 de octubre de 2015.
El alcalde de Roma, Ignazio Marino, en Roma, el 30 de octubre de 2015. FILIPPO MONTEFORTE (AFP)

El 12 de octubre dimitió, el 29 se arrepintió, y el viernes por la tarde no tuvo más remedio que abandonar la alcaldía de Roma después de que sus concejales renunciaran en bloque siguiendo una orden de Matteo Renzi, primer ministro de Italia y secretario general del Partido Democrático (PD). Los últimos días de Ignazio Marino al frente de la ciudad de Roma han constituido, en expresión de L’Osservatore Romano, periódico oficial del Vaticano, “una farsa”, pero también una demostración de cuán difícil es luchar en Italia contra el poder establecido.

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Marino, un cirujano de 60 años con fama de honesto, llegó a la alcaldía en el verano de 2013, aprovechando el descrédito de la casta política italiana. Lo primero que hizo fue denunciar el entramado corrupto que desde hacía años mantenía hipotecado el funcionamiento de la capital. Una red de intereses que enseguida la fiscalía de Roma y la policía no dudaron en calificar como Mafia Capital, “la quinta mafia de Italia”. Un torrente de detenciones demostró que lamentablemente Marino —un político amateur bautizado como “un marciano en Roma”— tenía razón.

Los meses sucesivos también demostraron que era lo único que tenía. Marino no disponía de ningún plan ni de ninguna capacidad de maniobra para sacar a la ciudad del caos y la degradación extrema. Por si fuera poco, una serie de errores absurdos —la ausencia prolongada de una ciudad colapsada, un encontronazo con el Vaticano a cuenta del viaje del Papa a Filadelfia— terminó por desconectarlo de Renzi, quien nunca le había profesado demasiado aprecio ni apoyado en su lucha contra la corrupción.

La puntilla se la administró él mismo, cuando supuestamente pretendió cobrar como gastos de representación cenas y almuerzos con amigos y familiares. Marino se consideró entonces víctima de una conspiración político-mediática y a partir de ahí comenzó un camino errático. Los suyos, entre inmolarse con él o acatar las instrucciones de Renzi, lo tuvieron claro.

Amargamente, Marino declaró: “Queda claro que la política ahora se discute fuera de las sedes democráticas. Se ha demostrado una ausencia total de respeto por los electores”. A modo de contestación, el presidente del PD, Matteo Orfini, el hombre que Renzi nombró en teoría para ayudar a Marino y se ha convertido en uno de sus verdugos, declaró: “Él ha mentido y cometido una enormidad de errores”. Una vez más, la izquierda italiana no necesita enemigos.

Trampas y descuidos

La situación ahora no puede ser más problemática. Sin alcalde, el delegado del Gobierno en Roma, Franco Gabrielli, tendrá que nombrar un gestor para sustituir a Marino de forma provisional. Sea cual sea la solución, el mensaje no puede ser más descorazonador: hasta Ignazio Marino, el hombre al que propios y extraños concedían la rara virtud de la honradez, se va de la política repudiado por los suyos y con la honestidad hecha jirones. Y no solo. Aunque se llegasen a demostrar, sus pequeñas trampas o tal vez descuidos suponen una nimiedad con respecto a la mafia que él pretendió enfrentar. Durante la investigación de la fiscalía de Roma a Mafia Capital, sus principales dirigentes decían que, fuese quien fuese el alcalde de Roma, su negocio seguiría adelante. La “farsa” de Marino parece darles la razón.

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