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El alcalde de Roma retira su dimisión en un claro desafío a Renzi

Ignazio Marino presentó su renuncia en octubre a raíz de una polémica por facturas falsas

El alcalde de Roma, Ignazio Marino, el 25 de octubre de 2015.
El alcalde de Roma, Ignazio Marino, el 25 de octubre de 2015. ANGELO CARCONI (EFE)

Es imposible no volver a acordarse de aquel aforismo de Ennio Flaiano: “La situación política en Italia es grave, pero no seria”. El alcalde de Roma, Ignazio Marino, ha anunciado que retira la dimisión que presentó el pasado 12 de octubre tras descubrirse ciertas irregularidades en algunos de sus gastos de representación. La decisión de Marino supone un desafío abierto al primer ministro, Matteo Renzi, quien a pesar de ser el secretario general de su misma formación política, el Partido Democrático (PD), jamás le prestó su apoyo y en las últimas semanas se ha negado incluso a reunirse con él.

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El día que presentó su dimisión, Ignazio Marino, un cirujano de prestigio con una aureola de honradez frente a las infiltraciones mafiosas del ayuntamiento de Roma, ya advirtió: “Me reservo la posibilidad legal de repensar mi dimisión durante los próximos 20 días”. Se creyó entonces que se trataba de la última excentricidad de un alcalde que llegó en bicicleta y sin escolta a una ciudad caótica y que, dos años después, no solo no había logrado arreglar ninguno de los problemas, sino que se había enfrentado a las poderes fuertes de la ciudad, incluido el Vaticano.

Desde que presentó su dimisión, Marino ha permanecido acuartelado en su despacho, intentando en vano una salida digna, que ni Renzi ni el PD le han brindado, confortado apenas por unas decenas de fieles que, el pasado domingo, lo aclamaron a la salida del Campidoglio. Un calor que Marino agradeció con una promesa: “Me estáis ofreciendo el coraje y la determinación de seguir adelante. Me pedís que vuelva a pensar mi dimisión. No os desilusionaré”.

En el PD sonaron las alarmas. Marino, del que habían aprovechado su buena fama para hacerse con la alcaldía de Roma en unos momentos muy difíciles para la casta política, se había convertido en un caballo desbocado. Si Renzi no estuvo junto a él cuando decidió enfrentarse a las mafias infiltradas en el municipio, tampoco lo iba a estar ahora que una polémica periodística por unas facturas supuestamente falsas y una deslegitimación pública del Vaticano –el papa Francisco negó que lo hubiese invitado al encuentro de las familias en Filadelfia— lo habían situado a un tris de besar la lona. Solo hacía falta, creían en el PD, aislarlo cada vez más, forzar a sus consejeros municipales a dejarlo solo, esperar su caída y nombrar después a un comisario extraordinario que sea capaz de remendar la ciudad ante la próxima celebración del Jubileo.

Calcularon mal. Desde el día que recibió en su casa un sobre con una bala dentro, Marino se consideró ungido para una misión. Se había propuesto liberar a Roma de las mafias que, según la fiscalía, la dominaban desde hace años y lo haría, con o sin el apoyo de Renzi. Durante la mañana del jueves, el todavía alcalde se reunió en la sede del PD con Matteo Orfini, el comisario elegido por Matteo Renzi para intentar arreglar la situación en el ayuntamiento de Roma. A la salida de la reunión, Orfini dio una orden terminante a los 19 consejeros del PD: si Marino optaba por retirar su dimisión, deberían renunciar a sus actas para lograr la disolución del ayuntamiento. El final del nuevo enredo político italiano es imprevisible.

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