“Alexis no ha empezado ni siquiera a gobernar, no le han dejado”
El pueblo griego de Kyriaki es un laboratorio de voto de Syriza, que registró en la localidad el mayor apoyo del país en enero y el porcentaje más alto de 'noes' en el referéndum
Cuando los habitantes de Kyriaki (2.492 habitantes, censo de 2011) hablan de Andreas o Alexis, no lo hacen de unos parientes o amigos conocidos por todos. Andreas y Alexis, a secas, no son otros que Papandreu padre, el visceral líder del Pasok de los años ochenta, bastante ladrador y poco mordedor, y el líder de Syriza, primero en las encuestas, aunque por la mínima, de cara a las elecciones del domingo. Por lo demás, la radiografía de Kyriaki, un pueblecito serrano encajado entre quebradas y abetos a 180 kilómetros al noroeste de Atenas, muestra de manera fidedigna el cataclismo socioeconómico que la crisis ha provocado en Grecia: pensiones jibarizadas, sueldos reducidos a un tercio, servicios públicos ausentes, emigración a las ciudades o el extranjero, casas vacías a punto del embargo.
De esa familiaridad con que los vecinos del pueblo nombran a ambos políticos se desprende también una conclusión: Tsipras es el nuevo Papandreu para la mayoría de los votantes de Syriza (el 58,9% del total en enero, 22 puntos por encima de la media nacional). El paralelismo entre ambos es palpable: a las ínfulas iniciales, y las ganas de revolucionar las cosas, ha seguido un baño más o menos traumático de realpolitik. Nada parecen importar las contradicciones —como rechazar los rescates y acabar firmando uno— en este pueblecito, adormilado y vaciado de alegría por el inminente otoño; el electorado tiene una fe de converso en Syriza, o mejor dicho en Tsipras, como prueba también el mayor porcentaje de noes del país en el referéndum del 5 de julio, una propuesta personal del político. El no logró aquí el 79,6% de los sufragios, 18 puntos más que el promedio nacional.
Una alianza "contra natura"
El duelo televisado entre Alexis Tsipras y Vanguelis Meimarakis no arrojó ningún resultado concluyente. Con un virtual empate entre ambos (31% de votos para Syriza y 30% para Nueva Democracia según la media de las encuestas, lejos ambos de la mayoría absoluta), muchos esperaban que el cara a cara de la noche del lunes sirviese para decantar el resultado, pero únicamente añadió incertidumbre a la incógnita de las urnas, y resulta dudoso que haya logrado convencer a los indecisos (hasta el 15%).
Con momentos de tensión y cruce de acusaciones personales, en el vivaz debate —mucho más animado que el anterior, a siete bandas— ni Tsipras ni Meimarakis hicieron anuncios inesperados o arrojaron ulterior luz sobre las cuestiones más candentes (la aplicación del tercer rescate, sobre todo, con su pléyade de duras reformas). Como viene haciendo desde hace semanas, Tsipras descartó una coalición con ND: “El próximo Gobierno será progresista o será conservador, no ambas cosas”, reiteró.
Las opciones de colaboración apuntan al Pasok (6,3%) y el liberal To Potami (5,5%), los mismos partidos que también podrían respaldar a ND en un hipotético Ejecutivo de unidad. Una colaboración "contra natura" —así la definió Tsipras— de Syriza y ND convertiría además a los neonazis de Aurora Dorada (7,4%, posible tercer partido) en la principal fuerza de oposición, un escenario tan inquietante como difícil de gestionar.
Yanis Pulos, de 70 años, dirigente del Pasok local durante décadas y dos veces alcalde, es uno de los más entusiastas conversos (un fenómeno común en el pueblo, que durante décadas repartió su voto entre la conservadora Nueva Democracia, ND, y el socialista Pasok). A sus 70 años, votó a Syriza en enero, dijo no en el referéndum y el domingo optará de nuevo por Tsipras, “por confianza personal, por identificación con Alexis”; Kyriaki es de los pocos lugares de Grecia donde el índice de popularidad del ex primer ministro se mantiene prácticamente intacto. “Cómo no votarle si hasta ahora ha tenido las manos atadas, tanto en Europa como dentro de su partido por culpa de los radicales. Es ahora cuando más apoyo necesita, porque no ha empezado ni siquiera a gobernar, no le han dejado”, sentencia Pulos.
Son precisamente los antiguos votantes del Pasok desembarcados en Syriza los que más cómodos se sienten con el giro al centro del partido, como Pulos. También la funcionaria del Ayuntamiento Panayota: “No hay otra alternativa. O los partidos pequeños de intenciones inciertas, o la determinación de Alexis. Volver al Pasok sería como regresar al pasado, y uno siempre quiere progresar, ir hacia adelante”. O Yanis Fortosis, autónomo de 55 años desde que perdió su trabajo por la crisis, votante primero del Pasok, ocasionalmente de los comunistas y en las últimas elecciones “de Alexis”, como ahora, “para que no salga la derecha” de ND, en segundo lugar en las encuestas.
El también jubilado Nikos Kutsikos, agricultor y “militante de izquierdas desde el 74”, cuando se restableció la democracia, también se rindió al hechizo de Tsipras, a quien “probablemente” vote de nuevo el domingo, aunque le reprocha “haberse sentado a negociar sin un programa claro ante los socios europeos”. Las dudas de Kutsikos también reflejan la indefinición que, como efecto del rápido desgaste del Gobierno de Syriza y, sobre todo, de la cabriola pos-referéndum, afecta a un porcentaje no pequeño de votantes (entre el 10% y el 15%); a última hora, sin embargo, Kutsikos confiesa que “lo más probable” es que repita voto. Los pocos jóvenes de Kyriaki lo tienen más claro, y se inclinan por la abstención, como Eleni, empleada en un café. “Nos han traicionado todos. No voy a votar, y algunos de mis amigos lo van a hacer por Aurora Dorada [neonazis, tercero en intención de voto], sólo como reacción, o por Unidad Popular [la escisión radical de Syriza]. Estamos aún en estado de shock, ¿esto era el cambio?”.
El pueblo, que ha vivido un prolongado periodo de vacas gordas gracias a las fábricas y minas de los alrededores —sobre todo Aluminios de Grecia, pilar de la industria siderometalúrgica del país—, y hoy exhibe preocupantes tics xenófobos hacia sus inmigrantes albaneses, ha aterrizado a golpes en la realidad desde el pasado. A partir de 1981, tras la elección de Andreas Papandreu como primer ministro, el poder clientelista agradeció los votos con unos sueldos de escándalo, como el del padre de Eleni o su hermano, hace sólo una década, “de 3.000 euros como mínimo” (ídem las pensiones). La crisis los ha dejado “en jornales de 500 o 600 por 12 horas de trabajo… ¿alguien tiene una solución para esto?”, se pregunta retóricamente la joven.
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