El cerco a una ciudad kurda agrava la crisis en Turquía
Las ambiciones de Erdogan y los ataques del PKK llevan el país a la confrontación
El Ejército turco mantiene la ciudad kurda de Cizre bloqueada desde hace una semana, sin comunicaciones y con toque de queda dentro de una operación contra el grupo armado PKK. Atentados y emboscadas de la guerrilla; agresiones nacionalistas; ataques a la prensa… Turquía parece haber regresado en espacio de tres meses a la negra década de 1990, el periodo más crudo de la guerra contra los kurdos. Y todo cuando, hace apenas medio año, este conflicto que ha causado unos 45.000 muertos en las últimas tres décadas, parecía a punto de solucionarse.
En varias ciudades kurdas en las que se han producido enfrentamientos con las fuerzas de seguridad, el Gobierno turco ha decretado el toque de queda. “El PKK está llevando la guerra a las ciudades para obligar a los kurdos a mostrar su lealtad y mostrar que es la única autoridad en la región”, opina Mehmet Özcan, experto en terrorismo de la Academia Nacional de Policía. En Cizre, tras una revuelta, el Ejército mantiene bloqueados los accesos de la localidad desde hace una semana, además de cortar las comunicaciones de telefonía e Internet. Una delegación del HDP compuesta por diputados y dos ministros que tiene el partido pro-kurdo en el Gobierno de transición ha intentado llegar hasta la localidad pero se le ha prohibido el paso. “Cizre lleva días sitiada y sufre un serio desabastecimiento de comida, agua y acceso a servicios sanitarios básicos. Se teme una masacre”, denuncia la formación en un comunicado, según el cual 21 civiles ya han muerto a manos de las fuerzas de seguridad. En respuesta, el ministro de Interior turco, Selami Altinok, ha señalado que en Cizre han sido eliminados unos 30 “terroristas” de la guerrilla kurda PKK y 11 policías han sido heridos. Altinok aseguró que no se permitía a los diputados viajar a Cizre "para no exponer sus vidas a un ataque de provocación".
Varios cientos de civiles, agentes de seguridad turcos y militantes kurdos han perdido la vida desde las elecciones del 7 de junio, en las que el gobernante Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP, islamista moderado) perdió la mayoría absoluta y la formación pro-kurda Partido de la Democracia de los Pueblos (HDP), logró los mejores resultados de la historia. A partir de entonces los acontecimientos se han sucedido en una espiral hacia el abismo: el 11 de julio el grupo armado kurdo PKK dio por terminado su alto el fuego ante la falta de avances en el proceso de paz; el 20 de julio un atentado suicida supuestamente perpetrado por el Estado Islámico acabó con la vida de 33 jóvenes activistas pro-kurdos; el Gobierno anunció su “guerra contra el terrorismo” deteniendo a cientos de personas y bombardeando las bases del PKK en Irak y Turquía y, en menor medida, las de los yihadistas en Siria; la guerrilla kurda incrementó sus ataques –sólo en la última semana ha matado a más de 30 soldados y policías- y, para colmo, los partidos turcos no lograron pactar una coalición y se convocaron nuevas elecciones para el 1 de noviembre.
En una reciente entrevista con EL PAÍS, el líder del HDP, Selahattin Demirtas, atribuye el descarrilamiento del proceso de paz al presidente turco, el islamista Recep Tayyip Erdogan. Antes de los comicios, mantiene Demirtas, “vio que su apoyo en las encuestas descendía y comenzó un discurso nacionalista turco”, además de impedir desde marzo que la delegación kurda se entreviste con Abdullah Öcalan, fundador del PKK y uno de los principales negociadores del proceso, que se encuentra encarcelado en una isla-prisión turca. No son solo los kurdos quienes culpan al presidente; el jefe de la oposición, el socialdemócrata Kemal Kiliçdaroglu, ha afirmado que toda esta violencia “tiene un solo responsable”, Erdogan, al que acusan de crear el caos para que el AKP recupere la mayoría absoluta en los próximos comicios, modifique la Constitución y establezca un sistema presidencialista. El propio Erdogan lo reconoció implícitamente el pasado domingo cuando, en una entrevista para la cadena ATV, dijo: “Si cierto partido hubiese conseguido 400 diputados o un número suficiente para cambiar la Constitución, la situación hoy habría sido muy diferente”.
Del otro lado, las posturas también se han radicalizado. El PKK ha hecho oídos sordos a los llamamientos de la dirección del HDP a que abandone la lucha armada. “El PKK se siente fuerte a causa de las condiciones creadas en la región, por la lucha de los kurdos contra el Estado Islámico. Viendo el apoyo internacional cosechado por los cantones autónomos declarados por los kurdos de Siria, han pensado que también podrían hacerlo en Turquía”, sostiene Mensur Akgün, director del think tank GPoT. De hecho, numerosos alcaldes de localidades kurdas han sido detenidos o están siendo investigados por haber declarado la autonomía de forma unilateral, siguiendo las directrices del grupo armado.
La continua llegada de ataúdes del sudeste de Turquía también ha despertado los sentimientos nacionalistas y anti-kurdos de la población turca y, además de las multitudinarias marchas contra el terrorismo, se han producido ataques contra 128 sedes del HDP. El partido ultranacionalista turco MHP –muy activo en las protestas- se ha desvinculado de la ola de violencia, acusando a los islamistas del AKP de estar detrás de ella. En otro de los tumultuosos ataques de esta semana, en este caso contra la sede del diario opositor Hürriyet, una cámara grabó al diputado del AKP Abdurrahim Boyukalin liderando a los agresores y diciendo: “Cualesquiera que sean los resultados de las elecciones del 1 de noviembre, haremos [a Erdogan] presidente [de un sistema presidencialista]. Y luego, todos estos [sus detractores] serán expulsados”.
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