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Tribuna
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¿Deberían poder ser depuestos los políticos reos de mentiras graves?

La posibilidad de obligar a perder el mandato a un gobernante por mentir gravemente podría ser objeto de un proyecto de ley popular

Juan Arias

Antes de llegar a la Presidencia de la República, el entonces sindicalista Lula da Silva llegó a defender que la “salvación del país”, sería la posibilidad de que el pueblo que elegía a un político “pudiera destituirlo” si no cumplía con lo que había prometido.

Hoy, la sociedad se pregunta también, como entonces Lula, por qué las mentiras graves y comprobadas de los políticos no deberían poder tener efectos legales que les obligaran a abandonar el mandato que le concedieron los electores con su voto.

Mentira política no es sólo el presentar como verdad lo que se sabe que es falso, sino también prometer algo a sabiendas que no podrá ser cumplido

La posibilidad de tener que dejar el cargo “por mentir” podría ser objeto, por ejemplo, de un proyecto de ley popular, como la de la Ficha Limpia.

Las mentiras en política no pueden ser hoy castigadas, a pesar de que resulten peligrosas para la sociedad y la democracia.

Y sin embargo, el uso de mentir para engañar, y con ello ganar, por ejemplo, elecciones, puede dañar gravemente el futuro del país. Hoy se exalta una especie de sacralización del voto conquistado en las urnas, sin que los que lo emitieron puedan revocarlo, aunque el elegido se haya hecho moralmente indigno de él.

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Mentira política no es sólo el presentar como verdad lo que se sabe que es falso, sino también prometer algo a sabiendas que no podrá ser cumplido; dibujar un país próspero cuando se sabe que está quebrado, o prometer la realización de programas que se sabe de antemano que nunca serán realizados así como estigmatizar al adversario político con acusaciones graves a sabiendas que son falsas.

En las grandes religiones la mentira está considerada como la antítesis de Dios. En los evangelios cristianos, a Satanás se le apellida “padre de la mentira”. Lo que salva es sólo la verdad.

Existe, sin embargo la impresión, entre muchos ciudadanos, que la mentira es connatural a los políticos. Ellos lo saben y la usan con desenvoltura.

Ha llegado, sin embargo, la hora en la que los ciudadanos empiezan a cansarse de ese pasaporte de impunidad que les permite mentir a los políticos sin consecuencias jurídicas.

Quizás por ello, la sociedad parece cada vez más dispuesta a exigir que cuando los políticos mienten, probado su pecado, puedan pagar su pecado.

Cuando se habla de reforma política, ¿por qué no se podría introducir algo que ya existe en parte en algunos países, como el que las personas que dieron su voto a un candidato puedan retirarle su confianza cuando esté aún en el ejercicio del cargo, si se comprueba que fue gravemente infiel a lo que había prometido para elegirse?

En Brasil, fue el entonces sindicalista, Lula da Silva, quien defendió que los ciudadanos pudieran revocar el voto al político cogido en mentira flagrante, con estas palabras textuales que aparecen en un video de la época: “Nosotros defendemos que en la hora en que el pueblo vota en un político, si después de un determinado tiempo, no está cumpliendo aquello que prometió en el programa de la campaña, los mismos que lo eligieron puedan destituirlo”. Y añade: “Si consiguiésemos eso, sería la salvación de Brasil”. Lula estaba entonces en la oposición, no había llegado aún al poder.

¿No podría ser ese uno de los temas de la reforma electoral propuesto por los diversos movimientos de protesta popular?

Si las mentiras, desde las del Presidente de la República hasta las del último alcalde, tuvieran consecuencias legales que permitieran a los que le eligieron apearle de su cargo, los candidatos estarían más atentos a la hora de hacer sus promesas electorales.

La política, hoy tan denigrada, pero que es un arte indispensable para asegurar la democracia y la organización de la vida social, se vería menos estigmatizada y los jóvenes sobre todo podrían volver a apasionarse por ella.

Muchos jóvenes a los que la desilusión o el contagio de los mayores aún no les han envejecido precozmente aman los desafíos y la novedad. Ellos son creativos y capaces aún de concebir ideales desinteresados. Lo han demostrado los casi diez mil jóvenes que días atrás enloquecieron de entusiasmo en Río de Janeiro con las palabras del “abuelo”, José Mújica, expresidente de Uruguay, sólo porque les dijo que “quién desee enriquecerse no debe entrar en la política”, o que los políticos “deben vivir como la mayoría de la gente y no como ricos”.

Los jóvenes son más sensibles a la autenticidad que nosotros los adultos. Más intransigentes. Y tienen razón, porque son ellos las primeras víctimas de nuestras mentiras que comprometen el futuro que les tocará vivir y sufrir.

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