Un camino sobre aguas turbulentas
Francisco se atuvo a la doctrina, insistiendo en que los prelados deben ser misericordiosos
En una catequesis de agosto, en 1999, Juan Pablo II proclamó que el Cielo o el Infierno no eran lugares físicos, arriba o abajo, sino estados de ánimo, de ausencia de Dios el Infierno, de presencia de Dios el Cielo. Y se armó la de Dios es Cristo, o casi, porque, aunque tales teorías las venían argumentando los teólogos más sabios desde hacía medio siglo, ningún Papa se había atrevido a tanto. Ahora, llega Francisco, argentino (Juan Pablo era polaco: a la Iglesia romana le viene bien elegir pontífices fuera de casa), y abre un boquete (o lo parece) en la inamovible teoría vaticana de que el matrimonio es para siempre (“hasta que la muerte os separe”), y que, en consecuencia, separados o divorciados, hombres o mujeres, no pueden acercarse a recibir la comunión, el gran sacramento cristiano.
¿Ha dicho algo distinto Francisco en esta primera catequesis de los miércoles tras su breve descanso veraniego? No, ni se espera que lo haga sin antes escuchar el próximo octubre la opinión general del sínodo de las familias iniciado el curso pasado con una encuesta general en todo el orbe católico y con una primera reunión exploratoria de prelados y expertos en el Vaticano. De momento, ninguna novedad, aunque nada más escucharle se alzaron voces muy críticas, en la idea de que este Papa está relajando la doctrina de la indisolubilidad del matrimonio, que sectores conservadores creen inatacable. “Los adúlteros pertenecen a la Iglesia, como el resto de personas en pecado mortal que sin arrepentimiento se van de cabeza al infierno. En el infierno hay sacerdotes pecadores, pero para los que cambian la doctrina traicionando a Cristo hay un sitio especial. Las puertas abiertas... y la Palabra de Dios arrinconada”, saludó las palabras del Papa a media tarde un periódico muy eclesiástico a la antigua.
No dejaba de ser una opinión precipitada, ganas de atacar de nuevo a un Papa que tiene descolocados a esos sectores, varios cardenales y obispos incluidos. En realidad, Francisco se atuvo ayer a la doctrina, aunque advirtiendo que, además de doctrinarios, los prelados deben ser también (o sobre todo) misericordiosos. En resumen, el Papa ratifica lo sabido: Primero: quienes han fracasado en su primer matrimonio y se casan de nuevo no están excomulgados, y no deben ser tratados como tales. Segundo: tales situaciones “contradicen el sacramento cristiano”, la Iglesia lo “sabe bien”, pero además de ser maestra, la Iglesia tiene un corazón de madre, que busca la salvación de todos, sin excluir a nadie. Tercero: el Papa pide a sus sacerdotes que diferencien entre quien ha sufrido la separación y quien la ha provocado, en línea con lo sugerido en el pasado sínodo por los prelados aperturistas, en su cabeza el cardenal Kasper, sugiriendo salidas personalizadas para cada situación. Diga lo que diga en octubre el sínodo, esto ya lo hacen miles de sacerdotes en sus parroquias, que ofrecen la hostia consagrada a feligreses divorciados sin remedio, es decir, de buena fe.
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