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Los cinco fallos (o algo peor) que permitieron a El Chapo escaparse

Los cómplices del capo actuaron a cara descubierta, el preso nunca fue cambiado de celda y los avisos de la DEA cayeron en saco roto

Jan Martínez Ahrens
Imagen del túnel por donde escapó El Chapo.
Imagen del túnel por donde escapó El Chapo.Marco Ugarte (AP)

Joaquín Guzmán Loera, El Chapo, anda libre. Su increíble huida, por un túnel de 1.500 metros, no sólo ha demostrado la fortaleza del cártel de Sinaloa, sino gravísimas carencias en el penal de máxima seguridad de El Altiplano, considerado hasta la fecha una fortaleza inexpugnable. Los fallos son de tal envergadura que el propio Gobierno está convencido de que el narcotraficante contó con apoyos internos. Este es un repaso a los cinco errores (o algo peor) que permitieron la fuga del siglo. 

El privilegio de la celda única. Algo tan sencillo como mover de habitáculo a El Chapo hubiese evitado su fuga. La medida no es excepcional. Los presos más peligrosos son reubicados periódicamente e incluso cambiados de presidio. Así ocurrió recientemente con Miguel Treviño Morales, el Z-40, el terrible líder Los Zetas. Pero Guzmán Loera se benefició de una celda única y de un intenso trajín de citas. Desde su encarcelamiento en febrero de 2014, recibió 500 visitas. Hubo familiares, abogados, amantes y, con seguridad, los mismos cómplices de su fuga. 

Pista libre para el túnel. Si algo define al cártel de Sinaloa son los pasadizos. Solo en Chihuahua, Sonora y Baja California han construido más de un centenar para burlar la frontera con Estados Unidos. Esta intensa actividad subterránea, que le ha valido a Guzmán Loera el apelativo de Señor de los Túneles, ha tenido también como objetivo las cárceles. En mayo de 2014, el cártel liberó a tres operarios de El Chapo encarcelados en Culiacán (Sinaloa) mediante un túnel de características muy parecidas al del Altiplano. Ninguna autoridad, sin embargo, reaccionó. Es más, los militares presentes dentro del presidio fueron expulsados hace seis meses y, según el diario La Jornada, el sistema de alertas subterráneas fue desconectado. El camino a la liberación de El Chapo quedaba despejado. 

A cara descubierta y a plena luz. Los cómplices de El Chapo actuaron sin tapujos. Por un millón y medio de pesos (94.000 dólares), pagados en efectivo, compraron en abril pasado el terreno, y sin complejos se pusieron a construir a sólo 1.500 metros de la cárcel que más presos peligrosos alberga en México, y a un kilómetro del Octavo Regimiento de Infantería de la 22 Zona Militar. Los primeros trabajos los hicieron además al aire libre (algo perfectamente visible desde el penal)  y empleando a vecinos del lugar. Luego, cuando arrancó el túnel, ya abandonaron los apoyos externos. La edificación, con una planta de unos 200 metros cuadrados, incluyendo la bodega, fue creciendo sin que nadie preguntase nada. En un alarde impunidad, del túnel sacaron 3.250 toneladas de tierra. Ni policías ni militares ni siquiera los servicios de urbanismo municipales advirtieron (aparentemente) nada. Para rematar el desastre, las obras se desarrollaron sin licencia. 

El aviso de la DEA. El Chapo, tras su detención, no se estuvo quieto. A las pocas semanas de su captura en un hotel de Mazatlán (Sinaloa), dio orden a sus secuaces de que empezaran a buscar la forma de liberarlo. La Agencia Antidroga de Estados Unidos (DEA) lo supo y, según la agencia AP, dio aviso a su vecino del sur. El Ejecutivo de Enrique Peña Nieto ha negado que fuera informado, pero la DEA no. En cualquier caso, que Guzmán Loera intentara escapar era algo más que una posibilidad remota, como ya demostró su anterior fuga del penal de Puente Grande (Jalisco). 

El fracaso del control interno. En 2001, El Chapo se escapó de la prisión de máxima seguridad de Puente Grande oculto en un carro de ropa sucia. Durante ocho años había vivido allí a su antojo. Mujeres, fiestas, lujos. Y cuando emprendió el vuelo, ante la posibilidad de una extradición a Estados Unidos, se descubrió que había corrompido a 62 funcionarios, entre ellos el mismo director del penal. Con estos antecedentes, era obvio que volvería a intentar sobornar en el presidio de El Altiplano. Pese a ello, no se ampliaron los controles internos y, si se hizo, fueron estruendosamente burlados. El mismo Gobierno admite ahora que la fuga no hubiese sido posible sin la “complicidad de personal de la prisión”. De momento, ya hay siete funcionarios encarcelados. Y coincidencia o no, su fuga se registró al poco de que Estados Unidos pidiese su extradición.

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Sobre la firma

Jan Martínez Ahrens
Director de EL PAÍS-América. Fue director adjunto en Madrid y corresponsal jefe en EE UU y México. En 2017, el Club de Prensa Internacional le dio el premio al mejor corresponsal. Participó en Wikileaks, Los papeles de Guantánamo y Chinaleaks. Ldo. en Filosofía, máster en Periodismo y PDD por el IESE, fue alumno de García Márquez en FNPI.

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