La deconstrucción del catalanismo
Artur Mas pasará a la historia, al menos, por su capacidad para desunir a los catalanes. Hay políticos que unen incluso con políticas divisivas y los que hay que hacen exactamente lo contrario, con discursos aparentemente unitarios producen efectos centrífugos. Pujol y Mas, sin ir más lejos. Es difícil hablar de Pujol y situarle como referencia comparativa con Mas, a quien engendró políticamente, instruyó en el oficio y designó como sucesor. Pero no hay más remedio que hacerlo, a pesar del gravísimo estigma que pesa todavía sobre el ex presidente de la Generalitat y su familia.
Pujol hizo converger a los nacionalistas alrededor de una sola coalición, que se asentó en el centro de la política catalana y abrazó desde el independentismo hasta el autonomismo, desde el liberalismo y la democracia cristiana hasta la socialdemocracia. Siendo un político polarizador, supo graduar el abrazo y el estrangulamiento en sus tratos con la izquierda, especialmente la socialista. Como resultado de su capacidad de pacto con todos, dentro y fuera, la UCD de Suárez, el PP de Aznar y por supuesto el que más, el PSOE de González, consiguió que el consenso catalanista impregnara la vida catalana entera y penetrara en todos los partidos.
Todo los avances del autogobierno de las tres últimas décadas se deben a la claridad estratégica y a la firmeza de las convicciones de Pujol, acompañada de su pragmatismo y su capacidad para unir a los catalanes y encontrar amigos y aliados en el resto de España, y sobre todo en Madrid, pero también en Bruselas y en el mundo.
Artur Mas ha deshecho en apenas cinco años una parte nada desdeñable de esta obra. Como una trituradora, ha dividido la coalición y arruinado a su partido casi hasta la extinción, ha sembrado la discordia dentro del catalanismo y ha cortado amarras con los partidos españoles. Se ha quedado sin amigos ni aliados fuera de su gobierno y del mundo soberanista.
En vez de propugnar políticas unitarias para enfrentarse a las intenciones más aviesas y bien evidentes del PP respecto a la autonomía catalana, ha preferido el enfrentamiento polarizador, que ha radicalizado al gobierno conservador español, retroalimentándose así mutuamente los dos polos nacionalistas, el catalán y el español, en sus provocaciones y en sus propuestas excluyentes.
No lo ha hecho solo. El entorno soberanista convergente le ha jaleado como si fuera un genio salvador, preparado para la entrega de su persona en el altar del martirio patriótico. El presidente, para colmo, se lo ha creído, con los devastadores efectos psicológicos que una actitud así ocasiona en la personalidad de un dirigente político.
Ha querido ser el Ferran Adrià del catalanismo y es ya clamoroso su fracaso. Ha conseguido ciertamente todas las fórmulas de la deconstrucción catalanista: dividir el país entre soberanistas y unionistas, independentistas y dependentistas; distinguir entre el Estado propio y el Estado enemigo; apostar por las estructuras del hipotético Estado independiente frente a las políticas autonomistas ya superadas; imaginar una lista civil sin políticos, como la lista no del presidente sino con el presidente o, si no hay más remedio, sin el presidente, aunque a ser posible finalmente otra vez con el presidente en su calidad de político que se presenta por última vez y es ya por tanto ex político. Insuperable.
¿Se imaginan una lista en la que figuren famosos del deporte, la cultura y el arte, o famosillos del mundo mediático, esté o no trufada finalmente de políticos o sea toda íntegra para unos figurantes, que luego, incluso con otras elecciones a celebrar inmediatamente, deberán ceder de nuevo el paso a la casta política desprestigiada? Mas no ha llegado a Ítaca pero ya ha alcanzado una cima de la genialidad táctica y la imaginación creativa, al fin y al cabo dentro de una tradición bien reconocida del catalanismo (Salvador Dalí y Francesc Pujols) y del marxismo (Groucho).
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