Suleimán Demirel, expresidente y antiguo jefe de Gobierno de Turquía
Fue siete veces primer ministro y los generales le derrocaron en dos ocasiones
Desaparecido hace 15 años de la escena pública, cuando completó sus siete años de mandato como presidente de la República, Suleimán Demirel (Isparta, 1924), dejó el miércoles definitivamente este mundo después de haberlo sido todo en la política de Turquía. Ingeniero educado en Estados Unidos, hijo de una modesta familia de agricultores del suroeste de Anatolia antes que tribuno. Y por ello pragmático. “Ayer era ayer. Hoy es hoy”, era su máxima.
Conocido primero como el “pastor”, por sus orígenes rurales, y llamado “Baba” (padre) en sus últimos años en el poder, fue protagonista destacado del periodo más convulso de la historia turca, el de los golpes de Estado, pronunciamientos y asonadas militares que descabalgaron entre 1960 y 1997 a cuatro Gobiernos elegidos en las urnas.
Después de dirigir la empresa nacional de electricidad, Demirel desembarcó en la política nacional turca tras el golpe de 1960, que acabó con el primer ministro Adnan Menderes en la horca. No eran tiempos para inadaptados. Pronto se convirtió, con 40 años recién cumplidos en el primer ministro más joven de la historia de Turquía. Hasta en siete ocasiones fue elegido jefe de Gobierno, pero el caos y la violencia que marcaron su era dieron al traste con sus aspiraciones en dos ocasiones. La primera en 1971, cuando un memorando dirigido por los generales al Ejecutivo le apeó del poder. La segunda en 1980, cuando los militares le condenaron a la cárcel y al ostracismo político tras haber sacado los tanques a la calle en el golpe más sangriento en la historia de la Turquía moderna.
Pero el conservador Demirel —junto al socialdemócrata Bülent Ecevit, uno de los grandes líderes turcos en el tercio final del siglo XX— siempre acababa regresando al poder. La victoria de su Partido de la Recta Vía en 1991 le encumbró de nuevo al cargo de primer ministro, y dos años después, la repentina muerte del presidente Türgut Ozal —durante una siesta de la que todavía se sospecha—, le brindó la oportunidad de coronar su carrera política como presidente de la República.
Bajo su mandato como jefe de Estado, se produjo en 1997 el llamado “golpe posmoderno”, que expulsó del poder a los islamistas del primer ministro Necmettin Erbakan (y de Recep Tayipp Erdogan, entonces alcalde de Estambul) sin necesidad de recurrir a los carros de combate. Poco después le visitaba el autor de estas líneas en el palacio de Çankaya en Ankara, unas modestas dependencias en comparación con la megalómana residencia de más de mil habitaciones que Erdogan estrenó tras conquistar la presidencia turca en las urnas el año pasado.
"Este país tiene una Constitución que todos deben acatar, y el Tribunal Constitucional decidió disolver el partido [de Erbakan] e inhabilitar a sus dirigentes. En Turquía ya no hay ejecuciones políticas extrajudiciales", argumentaba entonces desde su experiencia de alguacil antes alguacilado, de antiguo primer ministro derrocado por los generales. “Facilité la formación de un nuevo Gobierno para acabar con la tensión. Todo se hizo de acuerdo con las reglas democráticas”, se jactaba con un aire bonachón en un palacio donde al menos 200 personas hacían antesala, como en la época del sultanato otomano, para solicitar los favores del presidente turco.
Demirel sobrevivió en política porque supo adaptarse como un camaleón a los tiempos que le tocaron en suerte, de continuas presiones militares y complejas coaliciones en el poder. Pero el exceso de pragmatismo también puede acarrear consecuencias. Intentó reformar la Constitución para ser elegido presidente durante un segundo mandato, pero se quedó solo en el empeño. Turquía se aproximaba ya a un giro coopernicano que exigía nuevos liderazgos, ante la emergencia de los islamistas moderados de Erdogan que acumularon entre 2002 y 2015 mayorías hegemónicas en el Parlamento.
El resto ya es historia. “Ha dejado una profunda marca en nuestro país”, reconocía el presidente Erdogan después de su muerte. El Gobierno islamista, que pugna ahora por forjar una coalición tras haber perdido la mayoría absoluta el pasado día 7, organiza en su honor hoy una ceremonia de Estado en Ankara a la altura del último gigante que aún sobrevivía de la turbulenta Turquía del siglo XX.
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