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¿Qué comparten Carmena y Colau con el alcalde de Nueva York?

Un año y medio después de llegar el progresista De Blasio al poder, no se han cumplido ni las esperanzas más entusiastas ni los augurios catastrofistas

Marc Bassets

Cuando Bill de Blasio llegó al poder Nueva York, en enero de 2014, la prensa conservadora lo describía como el alcalde de Occupy Wall Street. Tres años antes, el movimiento de los indignados estadounidenses había ocupado las plazas de las ciudades de este país —entre ellas, Zucotti Park, junto a Wall Street— en protesta contra las desigualdades y el poder de los bancos.

“Ocupar la alcaldía”, tituló, en un editorial, el diario The Wall Street Journal, poco antes de la elección. Grover Norquist, el lobista antiimpuestos más influyente en Washington, se preguntó en un artículo si con De Blasio Nueva York terminaría como Detroit, ejemplo máximo del declive urbano en Estados Unidos. Un columnista del ‘New York Post’, propiedad de Rupert Murdoch, como el Journal, acusó al ‘camarada Bill’ —así le llamaba— de repudiar el libre mercado.

De joven Bill trabajó como cooperante en la Nicaragua sandinista; él y su esposa pasaron la luna de miel en Cuba; y ganó las elecciones denunciando que las desigualdades había convertido Nueva York en “dos ciudades”.

La elección del demócrata De Blasio, con un 73% de votos, despertó esperanzas entre los progresistas de Estados Unidos, frustrados por las promesas incumplidas del presidente Barack Obama. La victoria de De Blasio, escribió la revista de izquierdas The Nation, “ofrece una de aquellas oportunidades que sólo ocurren una vez por generación, para que los progresistas tomen las riendas en la mayor ciudad de América, y una de las más icónicas”.

Sería impreciso comparar la victoria de De Blasio en Nueva York con la posibilidad de que la nueva izquierda gobierne Madrid y Barcelona, las mayores ciudades —y las más icónicas— de España. Ni Barcelona y Madrid son Nueva York ni Ada Colau y Manuela Carmena son Bill de Blasio. Pero el entusiasmo de sus seguidores y los miedos de sus detractores recuerdan algunos de los debates que se desarrollaron en Nueva York en los meses de la campaña y la victoria de De Blasio.

Un año y medio después de convertirse en alcalde, ni los augurios más catastrofistas ni los pronósticos más entusiastas se han cumplido.

“La ruptura ha sido mucho menor de lo que él asegura”, dice Joshua Freeman, historiador en la City University de Nueva York. Freeman explica que De Blasio ha mantenido a altos funcionarios de la administración de su antecesor, el multimillonario Michael Bloomberg. Y recuerda que, pese a la reputación izquierdista, De Blasio viene del aparato del Partido Demócrata. En el 2000 dirigió la campaña de Hillary Clinton por el escaño de senadora por Nueva York.

Freeman destaca algunos avances en el año y medio de De Blasio en la alcaldía, como la ampliación de la educación preescolar gratuita, o la creación de una tarjeta de identidad para los vecinos de la ciudad, incluidos los inmigrantes sin papeles. No es anecdótico, pero tampoco es una revolución. Los márgenes de maniobra del alcalde de Nueva York son estrechos. Buena parte de sus iniciativas dependen de Albany, la capital de Estado de Nueva York. Otro problema, para De Blasio: al contrario que antecesores suyos como Fiorello La Guardia en los años treinta y cuarenta, o John Lindsay en los sesenta y setenta, él carece del respaldo del Estado federal para poner en marcha política progresistas. La Guardia fue el alcalde del ‘new deal’ de Franklin Roosevelt; Lindsey, el de la ‘great society’ o la ‘gran sociedad’ de Lyndon Johnson. Obama es demócrata, sí, pero con el Congreso en manos del Partido Republicano las inversiones y las posibilidades de hacer experimentos urbanos son limitadas.

De Blasio, dice Freeman, “no puede hacer nada como alcalde que reduzca significativamente la distancia entre el 10% de arriba y el 10% de abajo: no entra dentro de los poderes del alcalde”. Y añade: “Puede hacer muy poco para controlar el incremento de la riqueza de los de arriba. La ciudad de Nueva York ni siquiera puede adoptar sus propios impuestos: necesita que el Gobierno del Estado se las apruebe”.

Fred Siegel, especialista en políticas urbanas, fue asesor del alcalde republicano Rudy Giuliani. Recuerda que, pese a la victoria arrolladora de De Blasio en las urnas, la participación fue baja —un 24% de votantes registrados— y por tanto su base es reducida. Siegel sostiene que De Blasio puede permitirse el lujo de ser progresista porque tiene protegidos dos flancos clave. Primero, argumenta, cuenta con la Bolsa de Wall Street y la potencia económica de la ciudad, impulsada por la política de tipos de interés bajos de la Reserva Federal. Y segundo, al nombrar como jefe de la policía a Bill Bratton, ideólogo de las políticas de mano dura con Giuliani, envió una señal de firmeza en materia de crimen y seguridad. Después, con la muerte de un negro a manos de la policía y la posterior muerte a tiros de dos agentes, el sindicato policial se enfrentó a De Blasio, pero con Bratton ha tenido una especie de pararrayos. “Bratton hace posible que De Blasio alardear sobre una agenda progresista”, dice Siegel. “Mientras el crimen esté bajo De Blasio tendrá bastante margen de maniobra”.

En las últimas semanas, De Blasio ha llevado su mensaje progresista por Estados Unidos. Junto a la senadora Elizabeth Warren, de Masschusetts, De Blasio aspira a convertirse en el referente del ala izquierda del Partido Demócrata. En su ciudad, su popularidad flaquea. Según un sondeo de la Universidad Quinnipiac, publicado en mayo, su tasa de popularidad es del 44%, el nivel más bajo desde que llegó al poder.

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en París y antes lo fue en Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).

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