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El Vaticano nombra este sábado beato al arzobispo Romero en El Salvador

La voz de los oprimidos en el país centroamericano, asesinado hace 35 años, será reconocido pese a las presiones de la ultraderecha

Estatua en El Salvador de monseñor Romero
Estatua en El Salvador de monseñor RomeroAFP

El Salvador se prepara para la beatificación este sábado del  arzobispo Óscar Romero, gran defensor de los derechos humanos, voz de denuncia de las injusticias sociales, asesinado en marzo de 1980 por un escuadrón de la muerte de ultraderecha. Sectores conservadores de la Iglesia católica habían frenado hasta ahora el reconocimiento a la labor humana de Romero, pero el papa Francisco rompió todas las resistencias. Una gran ceremonia se espera hoy para la beatificación de Romero

La Iglesia católica y el Gobierno salvadoreño aseguran que todo se encuentra listo para que sea beatificado el arzobispo Óscar Arnulfo Romero, en una ceremonia sin precedentes y a la que se espera asistan unas 300.000 personas. Tuvieron que transcurrir 35 años después del asesinato de Romero por escuadrones de la muerte de ultraderecha y más de dos décadas de debates y divisiones en el seno de la Iglesia para que finalmente fuera convertido en beato, el primero de El Salvador.

La ceremonia central, que tendrá lugar en la plaza del Salvador del Mundo, estará encabezada por el enviado especial del papa Francisco, el cardenal italiano Ángelo Amato, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos. Amato ofrecerá la homilía de beatificación del ya popularmente conocido como San Romero de América, destacado defensor de los pobres y de las víctimas de violaciones a los derechos humanos en la década de 1970. Asistirán delegaciones de más de 57 países, 1.200 sacerdotes y cinco cardenales.

Analistas nacionales e internacionales consideran el crimen de Romero como el punto definitivo del estallido de la confrontación armada

Óscar Arnulfo Romero y Galdámez, nacido el 15 de agosto de 1917 en la empobrecida Ciudad Barrios de la provincia de San Miguel, a 157 kilómetros al este de San Salvador, fue asesinado por un escuadrón de la muerte de ultraderecha el 24 de marzo de 1980, cuando oficiaba una misa en memoria de una difunta. Una bala explosiva, calibre 22, le destrozó el corazón. El disparo lo hizo un francotirador contratado por el grupo que comandaba el ya fallecido mayor Roberto D’Aubuisson, según la Comisión de la Verdad, auspiciada por Naciones Unidas (ONU), en 1993. D’Aubuisson fundó en 1983 Alianza Republicana Nacionalista (ARENA), partido que gobernó de 1989 a 2009.

Romero fue nombrado al frente del arzobispado en 1977 cuando el país era “una olla de presión a punto de estallar”, antesala de la guerra civil que duró 12 años y dejó más de 70.000 muertos, 8.000 desaparecidos y un millón de refugiados. Analistas nacionales e internacionales consideran el crimen de Romero como el punto definitivo del estallido de la confrontación armada. Pese a las investigaciones realizadas nacional e internacionalmente, su crimen sigue en la impunidad a causa de la vigencia de la amnistía de 1993, que prohibió juicios contra militares y guerrilleros que cometieron en la guerra civil crímenes de lesa humanidad.

“La voz de los sin voz”

Romero era considerado “la voz de los sin voz”: sus homilías domingo a domingo se habían convertido en espacios de denuncias acerca de la grave violación de los derechos humanos que practicaban las fuerzas oficiales y las guerrillas insurgentes. El Vaticano, después de investigaciones que duraron más de dos décadas, declaró la muerte del religioso como un “asesinato sacrílego” contra un miembro ejemplar de la Iglesia y por lo tanto, en febrero pasado Romero fue declarado mártir y su martirio allanó el camino para su beatificación. El jesuita y ahora papa Francisco aceleró el proceso que estaba estancado en el Vaticano y en la Iglesia salvadoreña por sectores conservadores que han sostenido que la muerte de Romero está relacionada por su involucramiento en la política.

“El poder militar y el capital en El Salvador tenían una cerrazón a tal grado que el reclamo social, la defensa de los pobres y de los derechos humanos se veía como un acto subversivo”, dice a EL PAÍS el jesuita José María Tojeira, en defensa de Romero. “La política oficial era corrupta, explotadora y criminal; que Romero denunciara esto fue una labor totalmente evangélica. Hay documentos de la iglesia que te piden que el obispo sea profeta de justicia donde hay guerra de poderosos contra débiles”.

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