Las cambiantes versiones de la batalla de Galípoli
El AKP turco celebra el centenario de la campaña en clave patriótica y religiosa
“Un soldado turco me preguntó: ‘Tú, ¿no inglés?’. ‘No, no soy inglés’, le respondí. Entonces estiró su mano y me dijo: ‘Yo turco’. Ahí, en la colina donde se había librado el combate más sangriento de Galípoli, estrechamos nuestras manos. Sonreímos. ¿Por qué estoy en guerra con este hombre? ¡Esta no es mi guerra!”.
La historia de esta carta, supuestamente escrita por un joven de los Cuerpos de Ejército Australiano y de Nueva Zelanda (ANZAC) que formaron parte del contingente británico en la campaña de Galípoli, podría ser tan cierta, tan exagerada o tan falsa como los cientos de anécdotas que a diario se narran a los visitantes del Parque Histórico Nacional de la Península de Galípoli, donde, a lo largo de 1915, tuvo lugar una de las batallas más cruciales de la Primera Guerra Mundial. Como la leyenda del cabo Seyit, quien cargó él sólo piezas de artillería de 215 kilos para armar una batería cuya grúa se había estropeado. O la del sargento Yahya, quien, junto a 67 hombres, resistió el envite de los ataques navales británicos y retrasó durante horas el desembarco de 3.000 soldados enemigos.
Fue uno de los combates cruciales de la Primera Guerra Mundial
Nadie hubiera dado una piastra por los otomanos en la primavera de ahora hace un siglo. Incluso sus aliados alemanes creían que las fuerzas anglo-francesas penetrarían los estrechos y tomarían la actual Estambul. Sólo un hombre, recuerda en sus memorias el entonces embajador estadounidense en Constantinopla, Henry Morgenthau, creía en las posibilidades de sus tropas: el ministro de la Guerra, Enver Pachá: “Pasaré a la historia como el hombre que demostró la vulnerabilidad de Inglaterra y su flota. Demostraré que su Armada no es invencible”.
Y lo logró. Galípoli pasó a la historia turca como el culmen de la resistencia a las fuerzas invasoras y como un adelanto de lo que sería la Guerra de Liberación (1919-22), tras la que se fundó la moderna República de Turquía. Por ello, se ha convertido en un lugar de peregrinaje para turcos de todas las edades, que acuden a presentar sus respetos a los “mártires” del Ejército otomano y a rezar ante las lápidas de quienes “salvaron la nación”. Mientras, los niños corretean entre las trincheras cubiertos con gorros militares.
Los visitantes escuchan absortos, sólo dejando escapar murmullos de aprobación, las historias de abnegado sacrificio y heroísmo que relatan los guías. “Peleábamos por defender nuestra tierra y nuestra religión, casi sin armas, sin comida. Esta gente se lanzaba a la lucha sabiendo que iban a morir dos segundos después. Y aún así luchaba. No debemos olvidarlo, por eso yo vengo aquí todos los años”, afirma el señor Ali, que forma parte de una excursión organizada por el municipio de Osmangazi, controlado por el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), la formación islamista gobernante en Turquía. Numerosos Ayuntamientos —algunos tan lejanos como el de Gaziantep, a 1.500 kilómetros— fletan autobuses a fin de que sus conciudadanos conozcan Galípoli de primera mano y en los vehículos aparece bien visible la cara o el nombre del alcalde, para que nadie olvide quien paga el viaje.
La tenacidad otomana
En 1914 el otomano era un imperio exhausto. Tres años de derrotas bélicas en los Balcanes y el norte de África hacían que pocos vieran con buenos ojos involucrarse en un nuevo conflicto. Sin embargo, la tendencia filogermana de algunos miembros del Gobierno y las presiones del káiser Guillermo II inclinaron la balanza: en otoño de ese año el imperio entraba en guerra tras haber cerrado los estrechos del Bósforo y los Dardanelos al tráfico marítimo, lo que impedía a Francia y Gran Bretaña suministrar armas a su aliada Rusia.
Resultaba imprescindible forzar su apertura. “El enfermo de Europa” era el eslabón débil de las Potencias Centrales y el primer lord del Almirantazgo británico, Winston Churchill, creía pan comido atravesar los estrechos. En unas horas —se pensaba— las fuerzas anglofrancesas derrotarían las defensas otomanas y podrían tomarse el té de las cinco en Constantinopla, obligando al Imperio a rendirse. Tras meses de bombardeos a los fuertes y las baterías otomanas de los Dardanelos, el 18 de marzo se lanzó el ataque, pero los otomanos resistieron y las minas submarinas hundieron tres barcos aliados y dañaron otros tantos, infligiendo así una humillante derrota a la mayor potencia naval.
Se optó entonces por un desembarco en la península de Galípoli, el 25 de abril, para asegurar los Dardanelos y permitir el paso a los buques de guerra. Una vez más se minusvaloró la capacidadotomana. Los sucesivos desembarcos aliados apenas avanzaron unos kilómetros en tierra, chocando contra las empinadas colinas de Galípoli y la tenacidad otomana. La contienda se convirtió en guerra de trincheras y se prolongó durante nueve meses, al cabo de los cuales los aliados dieron la batalla por perdida y abandonaron el lugar. Dejaban tras de sí medio millón de muertos, prácticamente la mitad en cada bando.
En los 12 años de Gobierno del AKP, el número de visitantes en Galípoli se ha multiplicado por ocho hasta los 2,5 millones anuales. El Ejecutivo ha restaurado los fuertes de la época y ha renovado los memoriales de guerra, además de construir un nuevo museo en el que no falta una sala dedicada a loar los logros del AKP. Pero, a medida que los islamistas se afianzaban en el poder, también ha cambiado el discurso sobre Galípoli, que hasta hace una década se centraba más en el papel de Mustafá Kemal Atatürk, fundador de la Turquía republicana y laica y que participó en la batalla como teniente coronel al mando de la 19ª División.
“A cada grupo se le cuenta una historia diferente. A los religiosos se les habla del heroísmo, del fervor y se hace hincapié en que se trataba de una yihad contra las potencias ocupantes”, explica el escritor australiano Bill Sellars, que vive en la zona desde hace 13 años. “Incluso he escuchado historias de milagros, de héroes otomanos resucitando de sus tumbas y de soldados británicos muertos por la mano de Dios”, cuenta.
La información en el centro de interpretación de Galípoli, sostiene Sellars, es “simplista y poco rigurosa”, una versión “plagada de romanticismo y politizada”. Por ejemplo, pasa de puntillas sobre el hecho de que la mayoría de los comandantes otomanos en los Dardanelos eran alemanes, para poder presentar la guerra como una agresión de potencias cristianas a un país musulmán, e ignora también que entre los defensores otomanos había cientos de soldados judíos y armenios.
Galípoli sirve así para reforzar la identidad nacional y la unidad del país. A los nacionalistas kurdos se les recuerda que, en Galípoli, lucharon “codo con codo” junto a los turcos, aunque ello, según Sellars, es inexacto: “Más que kurdos, había árabes. En abril de 1915, casi la mitad de la tropa la constituían árabes de Siria, pero eso no se escucha ahora porque apenas quedan árabes en Turquía. Políticamente, es más útil decir que había kurdos”. La Historia tiene muchas caras y muchas versiones, remata el escritor australiano: “Todo depende de la audiencia a la que se cuente”.
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