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LAS PALABRAS
Columna
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Espías

La crónica de intrigas de la inteligencia peruana va de lo siniestro a lo esperpéntico

Gustavo Gorriti

No existe nación indiferente a la atracción equívoca y poderosa del espionaje, pero hay algunas donde pesa más. El Perú es una de ellas, aunque sea en la manera paradójica y a veces esperpéntica con la que el destino rueda sus dados en estas latitudes.

Los espías que sustraen la información de otras naciones son hasta admirados; y quienes lo hacen en el propio país para proteger al Estado de sus ciudadanos son despreciados o temidos. Cuando un servicio de espionaje sobresale en ambos aspectos con pasmosa eficiencia, como fue el caso de la Stasi en Alemania Oriental bajo la dirección del legendario Markus Wolf, los sentimientos son contradictorios, aunque suele primar el temor. En el Perú, durante la década de los noventa, Vladimiro Montesinos llevó —golpe de Estado mediante— al Servicio de Inteligencia Nacional (SIN) de la insignificancia a la hipertrofia y de ahí al control real del Estado y el Gobierno. Todo eso sin haber sido jamás el jefe formal del SIN.

En su accidentada carrera, Montesinos destacó por dos cualidades fundamentales: la capacidad de ubicarse como asesor indispensable de personas con más ambiciones que habilidades; y en aplicar a fondo el rango completo de métodos del espionaje. Una vez que se hizo indispensable a Fujimori, en 1990, no le fue difícil actuar a través de testaferros. Hasta el propio Fujimori terminó siendo un testaferro inadvertido. Montesinos utilizó a la Fuerza Armada como un sucedáneo de partido político y al SIN como el politburó del Gobierno. El SIN, por supuesto, era él.

A veces salta un nuevo caso de vigilancia ilegal que adquiere decibelios de escándalo. El último, sobre el seguimiento a políticos, del propio Gobierno y de la oposición

Con parecida obsesión documental a la de la Stasi, filmó centenares de actos de corrupción en los que compró a empresarios, políticos, periodistas. No lo hizo para producir el más completo documental sobre la corrupción latinoamericana grabado hasta esta fecha, sino porque pensó durar por lo menos una generación en el poder. Sabiendo bien la importancia del mito, confiscó toda hazaña ajena como si fuera propia y adjudicó casi todo error o crimen propio a terceros. Su coeficiente de intimidación fue muy alto. Ser convocado sorpresivamente al SIN para "hablar con el Doctor", sobre todo en la primera parte de los noventa, provocó varios casos de aplausos esfintéricos que alguna vez alcanzaron la ovación. Ya sentada en la salita del SIN, la mayoría se encontró en su disposición más cooperadora con el Doc.

La inteligencia, empero, le falló en lo fundamental. Montesinos recibió el año 2000 sabiéndose poderoso y sintiéndose permanente. Antes de fin de año era un fugitivo que no tuvo tiempo de destruir toda la evidencia de abusos, corrupciones y latrocinios con que la nueva democracia peruana inició un mandato predicado en la refundación moral de la república. Más allá de la metafórica primera piedra no hubo refundación moral alguna, pero lo que sí quedó en el Perú fue una peculiar sensibilidad respecto de los temas de inteligencia y espionaje.

Por eso, cada cierto tiempo salta un nuevo caso de vigilancia ilegal que adquiere decibelios de escándalo. El último, en plena vigencia ahora, ha sido el mayor. Evidencias de seguimiento a políticos, del propio Gobierno y de la oposición, culminaron en la revelación (a través de la revista Correo Semanal) de una base de datos en Excel, con miles de ingresos del Registro Público de propiedades vehiculares e inmuebles pertenecientes a una larga lista de empresarios, políticos (incluyendo la actual primera ministra), funcionarios estatales, periodistas (el autor de este artículo es uno de ellos), consultores, lobiístas.

El manejo de la inteligencia por la precaria democracia peruana se ha caracterizado por una torpeza espectacular

Se trata de información pública, pero el que haya sido armada y compilada por la Dirección de Inteligencia supuso, en cuanto estalló el Excel, la inmediata purga, por parte del Ejecutivo, de los jefes designados hace poco para reorganizar la institución. Pese a las angustiosas purgas, el Gobierno enfrenta la amenaza de censura al gabinete en medio de encendidos intercambios de acusaciones.

Hay una crucial diferencia con el pasado, sin embargo. Durante el régimen de Montesinos y Fujimori, el sello del SIN fue de eficacia. Maligna, pero eficaz. En cambio, el manejo de la inteligencia por la precaria democracia peruana (la organización que sucedió al SIN se llama ahora DINI) se ha caracterizado, salvo excepciones, por una torpeza espectacular.

De lo siniestro a lo esperpéntico, la crónica de las intrigas de la inteligencia peruana sugiere el tránsito resbaladizo entre, digamos, Lavrenti Beria y el hermano tonto de Maxwell Smart. Pero, como van las cosas, Smart concentra hoy más decibelios de los que el Beria local concitó antaño.

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