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Tribuna
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En Brasil se lee menos que en Venezuela, Turquía o Egipto

¿Tendrá eso que ver con el panorama sombrío del Congreso presidido por el conservador Cunha, denunciado por el escritor brasileño Luiz Ruffatto?

Juan Arias

Quizás muchos brasileños ignoren lo poco que se lee en este país en relación con el resto del mundo. Quizás no sepan que en un ranking de los 30 países donde más se lee, según la agencia Nop World, Brasil aparece en la cola sólo antes de Taiwán y Corea. Y quizás eso tenga a que ver con la denuncia que el escritor, Luiz Ruffatto acaba de hacer con su artículo Nosso Fundamentalismo en esta sección del diario.

A Brasil le ganan en número de libros leídos y de horas de lectura por persona, por ejemplo, Venezuela, México o Argentina dentro del continente. Fuera leen más que los brasileños, los turcos, los egipcios, los saudíes, los húngaros, los polacos, los indonesios, los filipinos y los rusos entre muchos otros.

Y quizás les extrañaría saber a la gran masa de brasileños que los dos países donde se leen más libros por persona y se dedican más horas a la lectura en el mundo son la India y la China.

Es posible que un analfabeto o alguien que no haya leído un libro en su vida pueda revelar una sabiduría natural, un agudo sentido común y hasta una gran carga de poesía. Alguno he conocido en mi vida. Sin embargo, lo más natural es que un país que no lee o que aparece, como Brasil, entre los peores lectores del mundo, esté comprometiendo su desarrollo futuro no sólo cultural, sino también económico. Más aún, difícilmente entrará en el río de la modernidad y el progreso un país no-lector, al mismo tiempo que será rehén de los poderes dominantes.

Los dos países donde se leen más libros por persona y se dedican más horas a la lectura son la India y la China

En este diario, Ruffatto, al que podríamos apellidar de "engendrado por la lectura", a quien los libros, como a tantos otros genios de las letras y la ciencia, le condujeron al reino de la libertad de pensamiento, acaba de poner al desnudo en su columna el peligro de que este país tenga hoy al frente del Congreso a un diputado conservador como Eduardo Cunha. El político aspira a conquistar el Planalto y está desempolvando proyectos de ley medievales en materia de costumbres o caricaturísticos, como la creación del "Orgullo heterosexual".

Ruffatto tuvo un día el coraje de verdadero intelectual de trazar un tenebroso panorama de la situación cultural de Brasil con una ponencia en la Feria de Franckfurt en Alemania. Recuerdo que dejó mudas a las autoridades alemanas y avergonzadas a las brasileñas que lo habían convidado.

En su columna actual resalta que lo peor no es sólo la figura retrógrada de Cunha, sino el que cuente a su favor con dos tercios del Congreso que lo siguen con entusiasmo. Y, sin embargo, querido Ruffatto, todavía es peor que la mayoría de los brasileños piensan igual o peor que los diputados y senadores.

Existen otros temas tabú como por ejemplo, cuántos no preferirían que los militares volvieran a meter la cuchara en el país

Basta recordar algunos números de una encuesta realizada por Ibope/Estado/TV que coincide con otras como CNT/Sensus o Vox Populi. Según ellas, el 79 % de los brasileños está en contra del matrimonio de los homosexuales y el 63% rechazan que puedan adoptar niños. El 73% se declara contra la legalización del aborto y el 79% es contrario al de las drogas, incluida la macoña.

¿Y contra la pena de muerte? La gran mayoría es a favor de restablecerla en el país. Y habría que recordar aquí el resultado negativo del referéndum que proponía el desarme civil. Y sólo ahora el rechazo de la corrupción política empieza a aparecer entre las preferencias de los brasileños.

Existen otros temas tabú sobre los que las encuestas no se atreven a preguntar, como por ejemplo, cuántos, en este momento de crisis política, con un país atenazado por la corrupción y el descalabro económico y con la baja estima de la clase política en general, no preferirían que los militares volvieran a meter la cuchara en el país.

No se si siempre es cierto el dicho que "cada país tiene los políticos que se merece". Quizás haya excepciones, pero es verdad que un país aún fuertemente conservador, con miedo a la modernidad, sin fuerza para ocupar la calle pacíficamente —fuera de los blocos de los carnavales o las marchas evangélicas a favor de Jesús—, para exigir mayores márgenes de libertad, más coherencia a sus gobernantes y más respeto por el dinero público, difícilmente será capaz de llevar al Congreso diputados empeñados en colocar al país en los raíles de la modernidad.

Empecé esta columna recordando que Brasil figura entre los países donde menos se lee del mundo. Y lo hice para preguntarme al final: ¿Tendrá eso que ver con ese triste panorama del Congreso denunciado por el escritor brasileño?

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