La eterna juventud uruguaya
El pequeño país sudamericano registra un alto porcentaje de población de más de 60 años, la edad legal de jubilación en el sector público, en activo
Los pacientes del doctor Raúl Ruggia ponen la mano en el fuego por este especialista en neuropediatría, de 83 años y que sigue ejerciendo la profesión. Alicia, que lleva a su hija al consultorio situado en el Hospital Italiano de Montevideo, ni siquiera se plantea que la edad del médico sea un problema. Su única preocupación sería que se jubile. Hay pocas posibilidades, sin embargo, de que eso suceda. El concepto es totalmente ajeno a Raúl Ruggia: “La jubilación absoluta no existe porque es imposible vivir sin actividad. El retiro es una causa de deterioro mental y de depresión”, asegura el neurólogo.
El caso de Raúl Ruggia no es aislado en Uruguay, donde el 40% de los hombres entre los 65 y los 70 años trabaja, según datos del Instituto Nacional de Estadística. De los 70 a los 75 años, el 21% de los hombres sigue sin jubilarse. En el caso de las mujeres, la actividad es mucho menor: el 20% de las que tienen entre 65 y 70 años trabajan, pero el porcentaje se reduce al 90% en la franja entre 70 y 75 años.
En parte, esta situación es hija de la necesidad, porque la jubilación sólo es posible después de 30 años de cotización. Muchas personas no pueden reunir nunca tantos años de aportación, por lo que siguen trabajando. La jubilación no es obligatoria en el sector privado. En el público, aunque tiene límites, puede postergarse.
La presencia de gente mayor en la vida laboral es algo socialmente aceptado. Los ejemplos son numerosos. Sin ir más lejos, el hombre más popular del país, el seleccionador nacional de fútbol Oscar Washington Tabárez, acaba de renovar contrato a sus 67 años. De cumplirlo, dejaría el cargo después del Mundial de 2018, a los 71. El empresario más respetado del país, Robin Henderson, propietario de una cadena de supermercados, ronda los 80 años y sigue al mando de su compañía. El exguerrillero José Mujica, presidente saliente del país, se dispone a regresar al Senado durante cinco años después de que su lista obtuviera el mejor resultado de voto entre los jóvenes en las pasadas elecciones. Cuando termine la legislatura tendrá 85 años. El nuevo presidente electo de Uruguay, Tabaré Vázquez, dirigirá a sus 75 años un gabinete de ministros donde la media de edad ronda los 65 años.
La presencia de gente mayor en la vida laboral es algo socialmente aceptado. Los ejemplos son numerosos
Ismael Núñez, dirigente del sindicato de trabajadores del comercio, conoce bien el caso del empresario Henderson y la posibilidad de una hipotética jubilación sólo es fuente de preocupación: “Una empresa así sólo puede ser adquirida por una multinacional y eso quiere decir despidos y recortes”.
El profesor de la Universidad ORT Francisco Faig señala con ironía que “en Uruguay la juventud termina a los 50 años. Tengo 40 años y me siguen diciendo que soy joven. Me lo dicen con cariño pero lo cierto es que la preponderancia de los mayores es una traba para la modernización de este país. La generación de entre 30 y 40 años está arrinconada”.
A pesar de sus críticas, Faig reconoce que las generaciones de mayores de 65 años son las mejor formadas de la historia del país. Estudiaron en la época dorada de la enseñanza pública uruguaya, vivieron la dictadura, además de varias crisis económicas. Esa mezcla entre formación y capacidad de resistencia a la adversidad los ha hecho únicos y los mejores ejemplos se dan en la política.
Actualmente, la tasa de desempleo en Uruguay ronda el 7%. ¿Qué pasaría si de golpe los mayores de 60 años decidieran dejar de trabajar? Ramón Ruiz, uno de los directores del Banco de Previsión Social (la Seguridad Social uruguaya) ni se plantea esa eventualidad porque “aquí lo central es el trabajo”. La preocupación para son los niños y jóvenes; según la CEPAL, la tasa de pobreza es ocho veces mayor entre los menores de 15 años que entre los mayores de 55. “En los próximos años la prioridad será integrar en el mercado laboral a un 20% de la población que está fuera del sistema, sobre todo mujeres y jóvenes”, afirma Ruiz.
Walter Pérez es afilador de cuchillos en un barrio de Montevideo desde hace 42 años. Tiene una bicicleta a la que se le bloqueada una rueda para que el pedal quede conectado con un torno de piedras esmeriles de afilar. A sus 67 años, el trabajo le exige un esfuerzo físico que realiza encantado: “Me jubilé hace unos años y me deprimí. Fui al médico y me recomendó volver a trabajar”, afirma. El afilador reparte ahora tarjetas de visita porque hace unos meses surgieron por el barrio unos jóvenes que se hacían pasar por sus hijos para robarle los clientes. Por ahora, Walter no parece dispuesto de dejarle paso a las nuevas generaciones.
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