Tras la estela de El Chapo
La figura de Dámaso López, ‘El Licenciado’, emerge en el cartel de Sinaloa un año después de la detención del narcotraficante más buscado de México
En una peluquería de a dos dólares el corte cuelga de la pared una fotografía de Benjamín Gil, una leyenda del béisbol mexicano. El dueño no pierde más de cinco minutos en cada cliente. Aplica la maquinilla sin piedad en las cabezas de hombres con botas y sombrero vaquero que llegaron con greñas y se marchan como reclutas. En medio de la faena explica cómo funcionan las cosas por aquí. “Él”, dice retocando unas patillas, “ya sabe que usted está ahí, sentadito en ese sofá”. En este pueblo llamado Eldorado, la presencia de Dámaso López Núñez, El Lic, uno de los herederos de Joaquín El Chapo Guzmán, es invisible pero en ocasiones se materializa: el barbero señala a la calle, en concreto a una camioneta blanca de cuya ventanilla asoma un tipo que toma notas mientras echa un vistazo. Al sentirse observado, emprende la marcha y desaparece.
La sierra es el territorio más íntimo del cártel de Sinaloa. Los agricultores llevan décadas vendiendo sus cosechas de marihuana y adormidera a los ejecutivos de esta especie de Amazon de la droga, capaces de entregar cualquier cargamento en cualquier lugar en tiempo récord. En ese contexto pedregoso y hostil amasó su fortuna El Chapo, detenido hace casi un año. Sin embargo, El Licenciado, alguien que no desentonaría en el consejo de administración de una empresa, ha concentrado su estructura en una ciudad llana, de carácter más urbanita: Eldorado. Un núcleo poblacional del extrarradio de Culiacán visible en el horizonte por las señales de humo que emite un ingenio azucarero.
El Lic nació aquí 48 años atrás. La mayoría de las calles están sin asfaltar y el polvo que levanta el viento y los carros de caballos que hacen de taxis se cuela por todas partes. Su padre, Don Dámaso, fue recaudador de impuestos y presidente de los ganaderos de la región. En 2007 fue elegido síndico -enlace con el Ayuntamiento de Culiacán- y construyó un puente que une la apartada comunidad de Portaceli, de donde era originario, con la carretera principal. Don Dámaso murió en el ejercicio de sus funciones. Cerca del puente está el mausoleo en el que está sepultado: un enorme edificio blanco coronado por una cruz. Hay cámaras de seguridad en el exterior y el interior tiene cocina, aire acondicionado y asientos de piel. “Se preocupó por darle una buena educación a sus hijos”, cuenta un conocido de la familia.
El Lic estudió con las monjas carmelitas y después Derecho en la Universidad de Occidente. Su primer trabajo -en 1991- fue como policía de la fiscalía de Sinaloa. Llegó a dirigir, según el periódico El Universal, un programa de detección de prófugos de la justicia. En el turbio ambiente de las comisarías corruptas fue ascendiendo hasta que ingresó en el aparato federal de prisiones. Ostentó varios cargos secundarios, con sueldos de 600 dólares, hasta ocupar un puesto directivo en la prisión de Puente Grande. Uno de los internos de este penal de máxima seguridad era el Chapo, detenido en Guatemala en 1993. El viagra, el alcohol y las prostitutas inundaron las celdas. El Chapo se fugó de la cárcel en 2001 con ayuda de El Lic, y este, que había renunciado al trabajo porque no le satisfacían las vacaciones y el salario, según su carta de despido, ingresó de lleno en el negocio de la droga.
La DEA lo sitúa en la cúpula del cartel de Sinaloa. Una corte de Virginia, en marzo de 2012, emitió una acusación en contra de Dámaso López por lavado de dinero y distribución de cocaína. En Eldorado es algo más que un narcotraficante. Es un ente autoritario, imperceptible a simple vista pero presente en las acciones y las conciencias de los vecinos. Sus muchachos, vestidos con gorras de Armani y chalecos Hermes, vigilan a todo el que entra o sale del municipio. Apuntan matrículas, informan por teléfono. Antes era costumbre local salir a la calle en fechas señaladas para disparar al cielo. Eso ahora está prohibido, igual que otras tantas cosas: los coches no pueden quemar llanta y los vagabundos son expulsados a poblaciones vecinas.
“El Señor trajo a una banda muy conocida en México”, cuenta un hombre que en su día tuvo un cargo municipal, “y le dijo a todos los vecinos que fueran gratis. Un hombre, muy celoso el cabrón, se quiso llevar a su señora de la fiesta jalándola de los pelos. Tremenda putiza se llevó el desgraciado. Nadie le arruina la fiesta al Lic”.
La estructura del cartel de Sinaloa es un secreto revelado solo a unos pocos. “La impresión que tengo”, dice Javier Valdez, director del semanario local Ríodoce, “es que el cartel no ha nombrado un sucesor. Operan varios jefes regionales, como los hijos del Chapo, El Mayo (Ismael Zambada) o El Lic. Si hubiera un intento de alguno de ellos por hacerse con todo habría una guerra civil y no la hay. Es cierto que El Lic es un tipo muy poderoso. Tiene una presencia fuerte en la región de Eldorado con espías, vehículos que patrullan todo el día las calles. Se mueve con mucha tranquilidad por ahí y eso es símbolo de que está protegido”.
El 'Lic' ayudó a fugarse al Chapo de la cárcel de Puente Grande. Desde ese momento ingresó de lleno en el negocio de las drogas
La única fotografía pública de El Lic es la imagen borrosa de un hombre de ojos pequeños, frente despejada y perilla. Es de hace una década. Tiene un hijo, el Mini-lic, todo un narcojunior. En redes sociales hace gala de una vida de lujos y excesos: leopardos, armas y jóvenes con su apodo escrito en los pechos. Su nombre circuló como uno de los posibles sucesores del Chapo, su padrino. “Es un morro (joven) solo preocupado por la farándula, no está metido en el negocio. Ni remotamente es un líder”, analiza un experto en crimen organizado. Los narcocorridos lo ensalzan pero en Sinaloa casi nada es lo que parece. Tras la caída del Chapo, los capos vanidosos que antes querían ser protagonistas de canciones que agrandaran su mito piden ahora a los compositores que escriban sobre sus rivales para que las autoridades se les echen encima.
En la camino que conecta Culiacán y Eldorado se suceden cruces en memoria de los muertos en carretera. Una de estas estructuras de cemento recuerda la desgracia de un hijo del Lic que se estrelló contra un rancho. El chico llevaba un crucifijo, un regalo familiar que alguien le arrancó del cuello tras el accidente. Lo tuvo que hacer algún ladrón convencido de que el oro no sirve de nada al otro lado del espejo. Al día siguiente, de una casa a otra de Eldorado, amaneció colgada una pancarta. El padre del muchacho reclamaba a la vista de todos la devolución de la cruz. Primero con palabras, más tarde con plomo. Desde entonces, dice la gente del pueblo, ni los buitres se atreven a husmear en los bolsillos de los cadáveres.
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