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Columna
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El deshielo de Cuba obliga a Rousseff a repensar su política exterior

Juan Arias

El deshielo de Cuba y su acercamiento a los Estados Unidos, quizás el hecho político más importante de la diplomacia mundial en 2014, plantea al nuevo gobierno de la Presidenta Dilma Rousseff, un desafío añadido en la hasta ahora conflictiva política exterior.

Si los expertos afirman que tras el nuevo factor Cuba, América Latina podrá tomar nuevos rumbos, no cabe duda que ello afecta de un modo especial a Brasil, punto clave del continente cuyo partido desde hace 12 años en el gobierno (PT) ha mantenido hasta hoy estrechos y a veces dudosos lazos políticos y diplomáticos con la Cuba totalitaria que empieza a deshacerse.

Ahora Brasil deberá hacer las cuentas con una Cuba nueva, por más lenta que pueda ser su democratización, ya que hasta Fidel Castro ha tenido la valentía de confesar que el modelo cubano “ya no sirve ni para Cuba”.

Como ha afirmado Guilherme Cassarôes en O Estada de São Paulo, Brasil es un país “cuya identidad fue parcialmente forjada por la diplomacia que le brindó una respetable reputación internacional”.

Quizás sea solo una pura coincidencia histórica, pero es cierto que en los últimos años en que el gobierno brasileño dejó de lado la estima y el apoyo a una fuerte política exterior, las cosas fueron empeorando internamente al mismo tiempo que la positiva imagen de Brasil puertas a fuera se ha ido deshilachando.

Rousseff inicia su segundo mandato con nuevos retos de política mundial y con un Itamaraty hundido en una crisis de identidad.

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En el nuevo gobierno que la Presidenta está anunciando a cuenta gotas, el nuevo ministro de Asuntos Exteriores, Mauro Vieira, adquiere una importancia a la par de la del de Economía.

Nada podría ser más negativo para un gobierno que no inicia con un paseo de rosas, que el nombramiento del nuevo Ministro para la Diplomacia no estuviera a la altura de las circunstancias.

Es posible que en el triste mercado de las vacas de los diferentes ministerios, el de Exteriores interese menos a los partidos que se disputan los que ofrecen mayores oportunidades de reclutar votos o dinero.

Quizás por ello, Rousseff podía esta vez sentirse con las manos más libres para colocar al frente de Itamaraty a una personalidad indiscutible del mundo de la diplomacia. ¿Lo ha conseguido?

El hecho que el nuevo ministro llegue de Washington podría ser una señal positiva, si es cierto que los Estados Unidos van a tener una mayor presencia e interés en una América Latina, cada vez menos bolivariana.

Brasil necesita con urgencia un nuevo ministro para dialogar con el mundo con reconocido respeto y competencia, capaz de hacer frente a los nuevos desafíos que presenta la política mundial, a las nuevos mercados que Brasil necesitará abrir para salir de su atolladero económico y para volver a colocar a este país, de gran tradición diplomática, en el lugar de prestigio que siempre le correspondió.

Equivocarse podría costarle un precio tan alto o más del que está pagando por haber renunciado, por ejemplo, en la gestión de Petrobras a una transparencia que mantuviera a la que fue una de las mayores y más prestigiosas petroleras del mundo, pujante y con prestigio internacional.

Petrobras había sido en el pasado la mejor embajadora de Brasil en el exterior, ejemplo de eficiencia y dinamismo técnico. Por haber empobrecido su política interna y externa, hoy la que fuera un día orgullo de los trabajadores brasileños se ha convertido en objeto de triste espectáculo de corrupción.

¿Qué no existe relación entre la crisis de Petrobras y el descuido del gobierno con su política exterior? Sólo quienes ignoran la fuerza de la diplomacia de un país y su modo de influir en todos los engranajes de la economía, es capaz de ponerlo en duda.

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