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Otro aire para París

La capital francesa plantea restringir la circulación de coches diésel y promover el uso de la bicicleta para luchar contra la contaminación

Gabriela Cañas
Contaminación en París
Contaminación en París reuters

Guillaume Descazal, de 35 años, lleva seis meses utilizando la bici más que nunca. Es el responsable de investigación informática en Crédit Coopératif y en abril se apuntó a la experiencia piloto lanzada desde el Gobierno de François Hollande para alentar a los trabajadores a utilizar un transporte limpio para acudir a la empresa. La sede de Crédit Coopératif está en Nanterre, a las afueras de París, y Descazal ha cambiado su moto por una bici. La empresa, a cambio, le paga 0,25 euros por cada kilómetro recorrido. “Los 30 euros de media al mes que me pagan me han ayudado a comprar una bici nueva porque la que yo uso en mi tiempo libre es de montaña”, explica este empleado una vez desprovisto de su equipo especial para pedalear por las calles de París.

La experiencia piloto acabó el 1 de diciembre. Han participado una veintena de empresas y el Gobierno prepara la presentación de sus conclusiones. Mientras tanto, ya ha aceptado una enmienda en la Asamblea Nacional de Los Verdes en su Ley de Transición Energética para obligar a las empresas a compensar a los empleados que usen la bici para ir al trabajo. Ahora solo deben pagarles (con un techo de hasta 55 euros al mes) si usan el transporte público.

Esta es una de las múltiples iniciativas que está abordando Francia para convertir a este país en un ejemplo de desarrollo sostenible. A todas ellas se ha unido esta semana una de las más drásticas y novedosas: la alcaldesa de la capital, Anne Hidalgo, ha anunciado que la ciudad quedará libre de vehículos diésel en poco más de cinco años. Paralelamente, mientras París aumenta sus comunicaciones en el subsuelo con 200 nuevos kilómetros de vías de metro rápido, en la superficie habrá un aire más limpio y más carriles bici. El uso de este vehículo está aumentando, pero transitar en él por París sigue siendo hoy una temeridad.

El Gobierno y su todopoderosa ministra de la Ecología, Ségolène Royal, no ha ido tan lejos. Esta última, incluso, ha irrumpido en el debate asegurando que la prohibición de utilizar las chimeneas, lo que estaba previsto para enero próximo, le parece una exageración. Ello, a pesar de que los expertos aseguran que un fuego que crepita una tarde en una chimenea emite tanta partícula fina como un viejo diésel de ocho años que haya recorrido varios miles de kilómetros. Pero en su ministerio sí trabajan ya para ofrecer una prima de 10.000 euros a aquellos que cambien su viejo diésel por uno eléctrico o híbrido, para incentivar la investigación verde en el sector y para imponer a los coches, como hace Alemania, un sistema que permita la identificación rápida de los vehículos más contaminantes. Francia, un país altamente industrializado, quiere, en definitiva, cambiar de aires.

El transporte es en este país el más importante emisor de gases de efecto invernadero (27% del total). Además, el diésel, que utiliza el 60% del parque automovilístico galo, emite micropartículas que son cancerígenas, según dictaminó en 2012 la Organización Mundial de la Salud. A pesar de ello, los fabricantes de automóviles consideran errónea la prohibición genérica. Argumentan que los nuevos diésel llevan filtros que impiden la emisión de micropartículas perjudiciales para la salud. En PSA, el grupo fabricante francés de Citroën y Peugeot, el más importante de Europa en vehículos de este tipo, hay escepticismo. “No mejorará la calidad del aire. Nosotros tenemos ya en el mercado ocho millones de vehículos diésel libres de micropartículas. Lo importante es distinguir entre los antiguos, los más contaminantes, y los nuevos”, explica a este periódico su portavoz, Laure de Servigny, que añade: “Según nuestras proyecciones, en 2020 solo habrá en Francia un 3% de vehículos eléctricos y un 20% de híbridos. El resto serán de gasolina o de diésel”.

“Los viejos vehículos diésel son una aberración. Son el auténtico problema”, dice Jean-Baptiste Renard, director del laboratorio de física y química del medioambiente del CNRS, el instituto público de investigación. “Para limpiar el aire de París habría que extender la limitación de estos vehículos a la periferia y, en general, consumir menos”. En ello están los fabricantes de automóviles y en ello las autoridades públicas, que prevén promover aún más el transporte público y ven en la bicicleta un aliado ideal.

Cualquier cosa menos repetir esos picos de contaminación del pasado, como los de diciembre de 2013 y marzo pasado, cuando en las calles de París se respiraba el mismo aire que generan ocho fumadores en una habitación de 20 metros cuadrados.

Francia y, sobre todo, París quieren aproximarse al estilo de vida nórdico. Ello generará un interesante nicho económico, el verde, que mejorará la calidad de vida de sus ciudadanos y, de paso, reducirá la factura energética. El edificio renovado de Crédit Coopératif es de energía positiva (gasta menos de lo que produce) y varios de sus empleados se han prestado a ir a trabajar en bicicleta. Es el medio de transporte de Christophe Vernier, que es quien lo ha gestionado dentro de la empresa. Se muestra satisfecho: “Es bueno para el medioambiente, es bueno para el asalariado porque hace ejercicio y cobra una prima, y es bueno para la empresa porque reduce el estrés de su personal, que padece menos enfermedades y es más productivo, aunque son resultados difíciles de medir”.

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Sobre la firma

Gabriela Cañas
Llegó a EL PAIS en 1981 y ha sido jefa de Madrid y Sociedad y corresponsal en Bruselas y París. Ha presidido la Agencia EFE entre 2020 y 2023. El periodismo y la igualdad son sus prioridades.

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