El equilibrista entre Bruselas y Moscú
Serbia, candidato a la UE, trata de preservar sus relaciones históricas y de amistad con Rusia
Erguido y blandiendo la espada, Nicolás II observa Belgrado desde un pedestal de mármol rojizo. El monumento de quien fuera el último zar de Rusia, que apoyó a Serbia en el conflicto contra el Imperio Austrohúngaro –lo que terminaría por desencadenar la I Guerra Mundial--, es un reciente regalo de Moscú a la ciudad. Esta mañana plomiza y otoñal está muy solitario, pero hace solo unos días, cuando fue bendecido por los patriarcas ortodoxos Irineo de Serbia y Kirill de Rusia, era todo flores y fiestas. Los religiosos, ante una nutrida representación ruso-serbia —con el presidente Tomislav Nikolic a la cabeza— alabaron al antiguo monarca y recordaron con pasión los vínculos de amistad que unen históricamente a sus dos países. Una letanía frecuente estos días y una acotación que está colocando a Serbia en una posición complicada.
El país trata de hacer equilibrios para preservar su buena sintonía con su tradicional aliado, sin perjudicar su estatus de candidato a la Unión Europea. Mientras, las relaciones entre Rusia y Bruselas son cada vez más deficientes por el papel del Kremlin en el conflicto de Ucrania. Pero el Gobierno serbio es, de momento, un acróbata aceptable. Tanto el presidente Nikolic como el Ejecutivo de Aleksandar Vucic (Partido Progresista) mantienen a brazo partido que su prioridad “número uno” es integrarse en el club comunitario. Y para ello, recuerdan, han emprendido una serie de reformas estructurales orientadas a cumplir las exigencias europeas. Sin embargo, también han dejado claro que Serbia no se unirá a Bruselas a la hora de imponer sanciones económicas a Moscú.
“Aplicar las sanciones sería muy malo para Serbia”, afirma el secretario de Estado de Comercio serbio
A Dusko Tancosic, ingeniero de Telecomunicaciones, le parece una postura inteligente. Alto y corpulento, este hombre de 38 años que camina apresurado por Kralja Milana, una de las arterias comerciales y financieras de Belgrado, apunta que Serbia debe mantener su “neutralidad”. “Estoy muy a favor de la integración en la UE, pero no podemos perder nuestras relaciones comerciales con Rusia. No pueden pedirnos esto. Sería pésimo para el país”, asegura.
Serbia (7,2 millones de habitantes) vive en una crisis económica casi permanente desde la disolución de Yugoslavia en los años 90 del pasado siglo. Con casi uno de cada cuatro ciudadanos en paro y un déficit presupuestario consolidado de más del 7% del PIB, el país no quiere perder ninguna fuente de ingresos. Rusia no es su principal socio comercial –es el octavo--; lo son la UE y sus Estados miembros, como Italia, Alemania o Austria, que aportan más del 76% de las inversiones directas extranjeras. Pero Serbia –que vendió una participación mayoritaria de su petrolera al gigante ruso Gazprom-- depende enormemente (más del 70%) del suministro energético de Moscú. También del líquido que, hasta ahora, le ha aportado: solo en 2013 Rusia prestó a Belgrado más de 700 millones de dólares (unos 562 millones de euros) de apoyo presupuestario.
“Aplicar las sanciones sería muy malo para Serbia”, afirma el secretario de Estado de Comercio, Turismo y Telecomunciaciones, Stevan Nikcevic, en una reunión con un grupo de periodistas en Belgrado, a la que EL PAÍS acudió invitado por la Comisión Europea. Nikcevic, que asegura que anhelan “con esperanza” la integración en la UE, reconoce también que el país trata de desarrollar el acuerdo de libre comercio que tiene con Rusia. Un tratado que permite exportar, sin arancel, la mayoría de los productos fabricados en Serbia, y que resulta “provechoso” también para compañías europeas.
Candidata a la UE desde 2012 y en negociación activa desde el pasado mes de enero, Serbia es un país geoestratégicamente importante. Tanto para la UE como para Rusia. Y el Kremlin parece cada vez más consciente de ello, asegura Ivan Knezevic, politólogo y vicepresidente de la organización European Movement. Por eso, sostiene, busca afianzar sus relaciones con Belgrado. Así se vio durante la simbólica visita del presidente ruso, Vladìmir Putin, a la capital serbia en octubre, donde fue agasajado en los actos de conmemoración de la liberación de Belgrado de la ocupación nazi.
Rusia el octavo socio comercial de Serbia, pero el país depende de la energía aportada por Moscú
De momento, Bruselas –que desde septiembre ha endurecido las sanciones a la economía rusa-- ha optado por ponerse de perfil ante la postura equilibrista de Serbia. Con matices. La semana pasada, en una visita a Belgrado, el comisario europeo de Política de Vecindad y Ampliación, Johannes Hahn, trasladó al Gobierno serbio que el país debería “alinearse progresivamente” con las políticas exteriores y de seguridad de la UE. Un gesto que fue interpretado como una presión en algunos medios rusos.
No obstante, la UE se muestra mesuradamente satisfecha con los progresos de Serbia en los requisitos de integración. El país ha iniciado reformas en su sistema judicial, económico –privatizando, por ejemplo, más de 500 empresas públicas— y también está avanzando (pasito a pasito) en el diálogo con Kosovo; el capítulo fundamental para la adhesión. “Estamos trabajando muy duro, y aún puede serlo más, pero estamos seguros que Serbia cumplirá”, asegura el ministro de Interior serbio, Nebojsa Stefanovic. En una sala del Palacio de Serbia, la enorme mole de estética comunista construida en los tiempos de Tito y que otrora fue el Palacio de Yugoslavia, Stefanovic se dice más que convencido de que el país podrá formar parte de la UE en 2020.
Pero aún queda mucho para esa fecha. El proceso está siendo largo. Y esto, la crisis económica, las reformas del Gobierno y el espinoso asunto de la independencia de Kosovo están deteriorando las aspiraciones europeas de los serbios. Un 46% de los ciudadanos apoyan la integración de su país en la UE, según la última encuesta (de junio) de la oficina serbia para la integración en la UE. Un año antes eran el 50%.
Ljliana Dguric no ha cambiado de opinión. Esta jefa de marketing de 53 años, de cabello oscuro y ojos azules, asegura que apoya “al 100%” la integración. “No comparto las políticas de algunos de sus países miembros, pero Serbia debe entrar en la UE por motivos culturales y de cercanía”, dice. Dguric se siente más cercana a Londres, Paris o Roma que a Moscú. Sin embargo, es tajante respecto a la política exterior comunitaria respecto a Rusia: “Estoy en contra de las sanciones en general”. La mujer recuerda que en los años 90 Serbia sufrió las sanciones internacionales por el apoyo de Slobodan Milosevic a los serbios de otras regiones en el conflicto de los Balcanes. “No teníamos nada. No había petróleo, no podíamos ni siquiera coger el autobús. Estas cosas al final siempre terminan perjudicando a la población civil”, apunta.
En busca del inversor extranjero
El margen derecho del río Sava, en Belgrado, está inundado de banderitas azules. Delimitan lo que será Waterfront, un macroproyecto urbanístico que levantará en la capital Serbia cientos de apartamentos de lujo, edificios de oficinas, ocho hoteles, un centro comercial y una torre a imagen y semejanza –aunque un tercio más pequeña-- de la Burj Khalifa de Dubai. Waterfront, que según el Gobierno serbio busca convertir la capital en el centro de turismo y negocios de referencia en los Balcanes, costará más de 3.000 millones de euros. Financiados en su mayor parte por la empresa de Dubai Eagle Hills.
La iniciativa es una de las muestras del énfasis con el que Serbia, que trata de salir de la insistente recesión económica, busca liquidez. También deja multitud de incógnitas. Como la de quién podrá acceder al complejo de lujo en un país donde el sueldo medio es de 350 euros al mes. Pero la crisis aprieta, hay que cumplir con los objetivos exigidos por Bruselas para su integración en la UE, y Belgrado tira los tejos allá donde puede. No solo al aliado tradicional Rusia o a Emiratos Árabes –que ha comprado participaciones, por ejemplo, de una de las aerolíneas locales y ha proporcionado a Serbia un préstamos a diez años de mil millones de euros— también a Turquía o a China, por ejemplo. Esta última es la responsable de la construcción del puente sobre el Danubio que une los distritos belgradenses de Zemun y Borca. La estructura gris de 1,5 kilómetros --construida por trabajadores chinos, llegados ex profeso a la capital serbia—se inaugurará dentro de un mes.
Inversiones como estas –sobre todo la de Eagle Hills, cuyos términos de acuerdo con el Gobierno serbio aún no están claros— han hecho surgir las voces críticas de quienes censuran que el ejecutivo de Aleksandar Vucic no mira el ‘color’ de sus inversores. Hace dos años, Azerbayan –con un más que discutido régimen-- aportó dos millones de euros para restaurar el parque Tasmajdan de Belgrado, uno de los más populares. Hoy, estos jardines acogen una estatua del fallecido presidente azerbayano Heydar Aliyev.
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