Washington y el Estado Islámico
La política americana en Oriente Próximo obliga a recurrir al uso de la fuerza
La mayor amenaza externa que percibe Europa proviene del mundo árabe. No solo son nuestros vecinos, sino que, por emigración y por su mayor natalidad, la población musulmana va en aumento. En sociedades tan envejecidas como las nuestras esto se debería entender como una bendición, pero no deja de ser un cambio cultural de enorme transcendencia.
Para encontrar las raíces más profundas de la inestabilidad creciente del mundo árabe habría que remontarse al final de la I Guerra Mundial, cuando la dominación otomana queda sustituida por la férula colonialista anglofrancesa, que rehace el mapa con fronteras arbitrarias y además de explotar, humilla a pueblos orgullosos, conscientes de su brillante pasado.
La descolonización se hace estableciendo monarquías —en Libia, Egipto, Irak— encargadas de mantener el orden sin romper los vínculos con las antiguas metrópolis. Las monarquías se desploman, sustituidas por dictaduras militares, o civiles como en Túnez, que mantuvieron una estabilidad que termina con la primavera árabe.
Pronto se desvanece la esperanza de que nazcan regímenes que avancen hacia la democracia. Egipto vuelve a la dictadura militar cuando de elecciones libres surge un Gobierno islamista. Irak, una potencia media que fue capaz de oponerse a Irán, se disuelve con la invasión norteamericana. Una intervención militar que encabeza Francia acaba con el dictador Gadafi, hundiendo a Libia en el caos. Desde el 2011 Siria se desangra en una guerra civil.
Nada se entiende de la situación en Oriente Próximo sin el papel contradictorio, habría que decir caótico, de Estados Unidos en la región. El ascenso del Estado Islámico, un grupo suní que surgió en oposición a la invasión de Irak, que los americanos dejaron en manos chiís, es una de las peores herencias que trajo la destrucción del régimen suní de Sadam Hussein, que no solo ha supuesto la descomposición de Irak, como Estado unitario, sino también la radicalización de la cuestión kurda.
Estados Unidos ha justificado su hostilidad a Bachar el Assad apelando a la brutal represión del régimen contra los sublevados, aunque en el fondo lo que combatía era su alianza con Irán y Rusia , llegando a apoyar en este empeño al Estado Islámico, que ha desempeñado un papel protagonista en la lucha contra la dictadura siria.
Ante tamaño estropicio, EE UU se ve obligado a recomponer nuevas alianzas con los antiguos enemigos y reconocer que el Estado Islámico representa la mayor amenaza para Siria y Jordania, pero también para Irán, además de debilitar la presencia occidental, cuya base principal es Israel. Una política tan oportunista como la de EE UU no sólo la reduce a una cuestión de interés inmediato. Al no respetar una mínima lealtad a aliados coyunturales, obliga a recurrir continuamente al uso de la fuerza. Es la política que practicó la Roma imperial, posiblemente la que mejor se ajuste a cualquier forma de imperialismo.
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