Las sombras de la justicia mexicana
La reforma que llegará en 2016 pretende acabar con un sistema obsoleto e ineficaz
Detrás de un cristal sucio y rayado se adivinan cuatro siluetas que se mueven de un lado a otro. Pertenecen a los acusados que tienen cita este miércoles en el juzgado. Los padres que llegan a la sala abren mucho los ojos tratando de adivinar a sus hijos entre las sombras. No es fácil, una capa de cristal, otra de barrotes y 14 funcionarios que trabajan ajenos a la escena se interponen entre ellos. Cuando uno de los empleados abre un pequeño hueco en un lado de la cristalera, la cabeza redonda de Rubén asoma entre los hierros. Es su turno.
El chico luce una camisa blanca planchada que su madre le llevó a la cárcel. Es su primera audiencia desde que lo detuvieron en la calle por menudeo de drogas “unos 50 policías”, según repetirán todas las personas que testificarán a su favor en las próximas tres horas. Rubén, de 24 años y más de cien kilos de peso, lleva desde septiembre en prisión. “Durmiendo en el piso [suelo]”, apunta su madre.
Los jueces o no asisten o no intervienen en el proceso. Dictan sentencia según lo escrito por el mecanógrafo
El abogado llega al juzgado a las once de la mañana con un traje claro y un rosario de madera entrelazado en la muñeca derecha. Además de a Dios, el letrado tiene en sus manos las esperanzas y el dinero de la familia de Rubén, el propio y el prestado. “Pago aunque no tengo para que saque a mi hijo. Cárcel es cárcel”.
Casi la mitad de los reclusos del país, como Rubén, están presos sin sentencia, pendientes de procesos judiciales que se suelen alargar durante años. Las autoridades reconocen que el sistema está obsoleto. La reforma judicial, que impone audiencias orales, ha comenzado a implantarse en algunos Estados y en 2016 llegará a todo el país. Se espera que el nuevo modelo descongestione un sistema hasta ahora ineficaz en el que desconfían dos de cada tres mexicanos, según datos oficiales, y en el que la mayoría de los casos quedan impunes.
En el juzgado penal número 52 del Reclusorio Oriente, de las 14 personas que están trabajando en la sala solo tres prestan atención al juicio de Rubén: el abogado, la mecanógrafa y el representante del Ministerio Público. Se han colocado alrededor de un escritorio en medio del habitáculo. El resto de funcionarios se dedica a otras cosas. Uno le pregunta a otro si quiere algo para comer. Y sí, quiere “un sándwich y una coca”. Un tercero tiene que acuñar más de cien hojas de papel. “Tac, tac tac” suena el tampón sobre los folios. Durante ese rato, el resto de interesados en la vista (la familia y el propio Rubén desde su jaula) también dejan de oír porque ese ruido lo inunda todo.
El acusado no entra en la sala, sigue las audiencias de su caso detrás de una ventana con rejas
El desarrollo del juicio es más o menos el siguiente: el representante del Ministerio Público le dice su pregunta a la mecanógrafa. La mecanógrafa se la repite al testigo. El testigo contesta. Si de pronto construye una frase muy larga, la mecanógrafa le reprende: “Hable usted más despacio”. En el juicio no se habla, se dicta.
Rubén ni oye ni dice palabra ni se puede sentar. A veces gira la cabeza y pega la oreja a los barrotes. Una de las sombras que tiene a su lado le da algo y se lo lleva a la boca. Su madre y su tía se preguntan qué es. “Un chicle”, confirma su hermana al verlo mascar. Rubén es comerciante en una calle del centro del Distrito Federal. Vende “cosas de temporada, como carteras y así”, explica un familiar. De allí se lo llevaron un día de septiembre “unos 50 policías”. Los cuatro testigos de hoy trabajan en los puestos vecinos.
Testigo: Conozco a los policías que detuvieron a Rubén porque se debe a ellos que trabajamos.
Ministerio fiscal a la mecanógrafa: ¿Puede explicar eso?
Mecanógrafa al testigo: ¿Puede explicar eso?
Testigo: Algunos de los policías son a los que les pagamos para que nos dejen vender.
Esa es la base de la defensa del abogado del rosario. Rubén y varios comerciantes aseguran que para poder instalar sus puestos en la calle se ven obligados a pagar una mordida a algunos policías de la zona. Cuando las ventas bajaron, Rubén dejó de pagar. En represalia, supuestamente se lo llevaron y le endosaron tráfico de drogas. Solo una de los cuatro policías que han sido citados a declarar se ha presentado hoy al juicio.
¿Y dónde está el juez?
La madre de Rubén asegura que el juez es “ese señor”, pero se equivoca, ese señor es el representante del Ministerio Público. La hermana dice que ella no sabe eso. Por la puerta de la sala entra Luis Miguel Gutiérrez, tiene 20 años, viene a entregar unos papeles y está a punto licenciarse, pero ya trabaja con un abogado como pasante, por eso viste de traje. “No está. El juez nunca está”, asegura.
Lo categórico de la afirmación de Gutiérrez se debe a que en el sistema mexicano, el juez casi nunca asiste a las audiencias y solo dicta sentencia a través de lo escrito por la mecanógrafa. La reforma judicial, que llegará en enero de 2016 a la Ciudad de México, obliga a celebrar juicios orales, grabados, ante la presencia del titular del juzgado. Los magistrados están recibiendo instrucciones desde enero para conocer el nuevo sistema, en el que, además de dictar sentencia, serán protagonistas del proceso.
En cifras
- En México solo se denuncian el 9,9% de los delitos.
- El 31,4% de los mexicanos cree que denunciar es una pérdida de tiempo.
- Un proceso penal dura de media 543 días (se espera que con el nuevo sistema baje a 160).
- Casi la mitad de los presos del país están a la espera de sentencia.
- El 65% de la población cree que los jueces son corruptos o se les puede corromper.
- Dos de cada tres mexicanos desconfían de la justicia.
Pero esta vez el pasante Gutiérrez se equivoca. Lasubellali Austria Cruz, juez interina del 52, sí está en la sala aunque pasa desapercibida. Sentada en uno de los 15 escritorios, la magistrada ocupa las horas que dura la vista firmando decenas de papeles que le entregan unos y otros. No hace ni una pregunta relacionada con el caso, atareada como está entre expedientes y con tanto ruido alrededor. Durante unos segundos suena la canción Diamonds de Rihanna porque a un policía le han llamado por teléfono. Del ordenador de la mesa de la magistrada sale un globo de corazón rojo, como los que se regalan los 14 de febrero, aunque hoy es noviembre. El globo también se interpone entre la familia y Rubén, que ya da muestras de agotamiento, ajeno como es a su propio juicio.
El abogado del rosario pide entonces un aplazamiento porque tres de los policías citados no han comparecido. El cristal sucio se cierra. La vida en la sala sigue como si ni Rubén ni las otras sombras hubieran estado nunca allí.
Algún día la juez Austria leerá todo lo que se ha dicho hoy y en las sucesivas vistas. Así decidirá si el chico es un traficante de droga o una víctima de policías corruptos. Si dormirá en el piso de la cárcel o volverá a vender cosas de temporada en la calle.
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