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Columna
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Una ‘guerra’ que se enfría

El acuerdo del gas entre Rusia y Ucrania no pasa de un parche en un conflicto sin resolver

El reciente acuerdo sobre suministro de gas entre Rusia y Ucrania impedirá que el frío amenace Europa, al menos hasta marzo, pero no pasa de ser un parche. La disputa entre Rusia y Occidente por las inclinaciones geopolíticas de Kiev no depende de problemas de calefacción, y en lo inmediato puede verse afectada por las recientes elecciones legislativas en Ucrania y sus áreas secesionistas, las autoproclamadas repúblicas rusófonas del Donetsk y Lugansk. Tras los protagonistas se encuentran, sin embargo, Washington y Moscú atizando el fuego en direcciones opuestas, aunque ambos preferirían que se los tomara por mediadores.

En 2004 el politólogo norteamericano, de afiliación republicana, Charles Krauthammer, escribía que lo que estaba en juego con la revolución naranja de ese mismo año en Ucrania, no era la democracia, sino el decantamiento de Kiev hacia Occidente o Rusia; “Ucrania era el gran premio”. La OTAN ofrecía presurosa en 2008 el ingreso de la república possoviética en la organización. Pero Moscú había trazado unas líneas rojas ante cuya violación no permanecería de brazos cruzados: el Cáucaso y Ucrania. Así, cuando, también en 2008, Georgia vivía su particular revolución antirrusa, Moscú intervino militarmente, desgajando territorios del país caucásico y, tras el derrocamiento por una insurrección popular en noviembre de 2013 del presidente de Ucrania Víctor Yanukovich, Moscú replicaba al previsible volte-face de Kiev hacia la UE y la OTAN, con la ocupación y anexión de Crimea el pasado 18 de marzo.

Las elecciones en las dos Ucranias son piezas necesarias para restablecer algo que se parezca al statu quo anterior. En Ucrania ha ganado el presidente Petró Poroshenko, aunque para contar con mayoría en la Rada de 450 escaños, tendrá que aliarse con el partido del primer ministro Arseni Yatseniuk pese a que los separan diferencias considerables. Ambas formaciones son sólidamente europeístas; pero Yatseniuk apoya una solución militar contra la secesión, lo que haría imposible el reconocimiento de una sólida autonomía de esas regiones, mientras que el bloque presidencial es partidario de negociar, como se acordó el 5 de septiembre en Minsk, así como de reconocer una medida de autogobierno a los separatistas. Finalmente, Moscú maneja la carta secesionista argumentando interesadamente que los comicios en tierra rusófona son necesarios para que Kiev tenga con quien negociar.

La política exterior de Moscú se basa en el fortalecimiento de la multipolaridad para reducir la presencia de EE UU en el mundo, y en que la operación Ucrania es una conspiración occidental para arruinar a Rusia. La ironía de todo ello consiste en que Obama también querría limitar esa presencia, pero manteniendo lealtades y puntos de apoyo globales, en forma de defensa adelantada. Al presidente norteamericano su Congreso, en el que las elecciones de ayer pueden hacerle la vida aún más difícil, no le permite el repliegue que quisiera, mientras que el líder ruso Vladimir Putin atiza la opinión nacionalista para jugar al trueque: si Ucrania quiere recuperar Donetsk y Lugansk –Crimea ya no volverá- tendrá que olvidarse de la OTAN.

Ni Obama ni Putin quieren una segunda Guerra Fría, pero ambos tienen escaso margen de maniobra. Pese al acuerdo sobre el gas, el enfrentamiento puede enfriarse aún mucho más.

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