_
_
_
_
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Lo mejor fueron las doloridas preguntas de la gente

Por primera vez en los escenarios teatrales y casi virtuales de los debates presidenciales aparecieron los indecisos

Juan Arias

Lo mejor del último debate de los candidatos a la Presidencia, Dima Rousseff y Aécio Neves en la TV Globo, fue la participación, a veces dolorida, a veces con aire de desencanto, de los electores, llegados de todo el país para interrogar a los candidatos.

Por primera vez, en los escenarios teatrales y casi virtuales de los debates presidenciales, los indecisos se presentaron en carne y hueso, sin uniformes de partido, desarmados de expertos en encuestas, con su pregunta a veces temblorosa en las manos.

Fue quizás el único momento de autenticidad en los numerosos debates ensayados para la platea de los 200 millones de ciudadanos. Tan auténtico que alguna de las electoras tenía dificultad en leer su pregunta. Se trataba de esa triste realidad de millones de brasileños que dejan la escuela sin conseguir leer un texto en voz alta.

Aquellas preguntas, realizadas con rostros serios, revelaban cada una de ellas un drama de la vida real, casi una confesión de impotencia frente a dos candidatos poderosos llamados a gobernar el país. Observé las caras de aquellos indecisos que, tras leer su pregunta, se quedaban con los ojos fijos y respetuosos escuchando las respuestas de los candidatos. Eran ojos que basculaban entre la ilusión de escuchar algo que pudiera darles un atisbo de esperanza y el temor de que todo pudiera quedarse en palabras y promesas.

En algunos momentos, los electores, consiguieron poner hasta una nota de emoción al exponer sus preguntas. Como la mujer de 55 años, con trabajo cualificado que ya no consigue entrar en el mercado; o el señor que colocaba en su pregunta el drama del aumento del alquiler de su piso cada día más alto y que su familia no conseguía pagar; o el joven que colocó a los candidatos el tema de la violencia tras confesar que él y su familia tuvieron que salir de su barrio ocupado por los traficantes.

“¿Qué pasará el día en que los que trabajan no consigan pagar las pensiones de los jubilados ante el aumento cada vez mayor de los ancianos?”, preguntó una señora sin retóricas, casi con un nudo en la garganta.

En pocos minutos, aquel puñado de ciudadanos anónimos, arrinconados en la platea, casi asustados ante aquel escenario de luces, cámaras y micrófonos, colocaron sobre la mesa, mejor de lo que lo habían hecho hasta ahora los candidatos, la piel dolorida de la vida real de millones de ciudadanos cansados en las últimas semanas de que los candidatos se enzarzaran en acusaciones mutuas y se refugiaran en el pasado para escabullirse de decir abiertamente qué Brasil nuevo piensan pergeñar para el futuro de este país.

La presencia de los electores en el debate supuso una contraposición mayor que todas las disputas entre los presidenciables. Era la confrontación entre la gente común que llevó hechos y problemas reales, sin perifollos escenográficos, contra la retórica de riadas de números y promesas de los candidatos más interesados en destruirse mutuamente que en escuchar los lamentos de los que no tienen ganas de peleas. A ellos les falta tiempo para pensar en cómo llegar a fin de mes sin caer en las garras de la inflación o de los intereses voraces de los bancos.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_