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El Nobel encumbra la escolarización como motor del desarrollo pacífico

El comité noruego galardona a la paquistaní Malala y a un activista indio

Ángeles Espinosa
Una niña india trabaja con su madre este viernes en un vertedero en Nueva Delhi.
Una niña india trabaja con su madre este viernes en un vertedero en Nueva Delhi.Altaf Qadri (AP)

La concesión del Nobel de la Paz a los activistas Kailash Satyarthi y Malala Yousafzai el viernes premia la lucha por la escolarización universal y los derechos de los niños. Satyarthi, de 60 años, trabaja para acabar con el trabajo infantil y liberar a los menores de la esclavitud. Malala, de 17, es una férrea defensora del derecho de todos a la educación, en especial de las niñas. Todavía hay 168 millones de niños trabajadores en el mundo, aunque la cifra se ha reducido desde los 246 millones que había en el año 2000. También se ha conseguido el 90,7% de escolarización en la primaria, pero aún quedan 60,7 millones de chavales fuera de las aulas.

“Los niños debe ir a la escuela y no ser explotados económicamente”, declaró Thorbjorn Jagland, el presidente del comité Nobel, al anunciar el galardón. “Es un prerrequisito para el desarrollo global y pacífico que se respeten los derechos de los niños y los jóvenes. En las zonas afectadas por conflictos en particular, la violación de niños lleva a la continuación de la violencia de generación en generación”, añadió.

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No son sólo palabras. De acuerdo con el Banco Mundial “la educación es uno de los instrumentos más poderosos para reducir la pobreza y la desigualdad, y sienta las bases para un crecimiento económico sostenido”. Las cifras de los avances alcanzados en lo que va de siglo son impresionantes. De 655 millones de niños escolarizados en primaria en el año 2000 (el 84,5%) se ha pasado a 691 millones en 2010 (el 90,7%). Sin embargo, todavía quedan 60,7 millones fuera de las aulas, más de la mitad en el África Subsahariana y un quinto en el Sur de Asia, de donde proceden los dos premiados. La cifra se dispara hasta los 386,5 millones si se añade la secundaria.

Al menos 9,2 millones de niños paquistaníes entre 5 y 12 años están sin escolarizar, según el último informe de Unicef en el que se alerta de que Pakistán no va a ser capaz de cumplir los Objetivos de Desarrollo del Milenio para 2015. Esos datos lo sitúan en el segundo puesto con más niños fuera de las aulas, después de Nigeria. De acuerdo con activistas locales por la educación, la cifra se eleva a entre 23 y 25 millones si se toma como referencia los 16 años. Alrededor del 60% de ellos son niñas, el segundo país del mundo con mayor desequilibrio de género al respecto (India es el tercero).

De ahí el empeño personal de Malala, quien vivió de cría la prohibición de los talibanes a la formación de las mujeres. Animada por su padre, Ziauddin Yousafzai, propietario y director de una escuela de niñas en Mingora, escribió un diario entre 2008 y 2009 en el que con un lenguaje infantil las crecientes limitaciones que impusieron esos extremistas cuando tomaron su ciudad, en el valle de Swat, hasta que obligaron a cerrar todos los colegios, y ella y su familia tuvieron que irse.

“Ha trabajado con pasión y coraje para lograr que todos los niños tengan derecho a la educación”, asegura la UNESCO en el comunicado en el que felicita a los dos premiados.

Su historia, que se conoció mundialmente, a raíz de que los talibanes intentaran asesinarla hace dos años, refleja en gran medida las contradicciones de Pakistán, un país con armas nucleares que sin embargo carece de un sistema educativo universal, y en permanente tensión entre las fuerzas oscurantistas que representan esos islamistas violentos y las aspiraciones de mejora de sus sectores más progresistas. Porque la baja escolarización no está necesariamente vinculada a los bajos ingresos nacionales. Las estadísticas del Banco Mundial revelan que con apenas 500 dólares de producto nacional bruto (PNB) per cápita, hay países con el 97,5% de niños escolarizados (Malawi) y otros que apenas tienen a un 35% de ellos en clase (Eritrea).

Lo que sí influye es la situación económica de las familias, que en muchas zonas del mundo no pueden permitirse renunciar a los ingresos que aportan los niños. De ahí las espeluznantes cifras que ha recogido la Organización Mundial del Trabajo, y que ayer mencionaba Jagland al anunciar el Nobel de la Paz. A pesar de que el número total de niños trabajadores se haya reducido un tercio desde el año 2000, quedan aún 168 millones de pequeños explotados, 85 millones de ellos en trabajos peligrosos. La mayoría, 78 millones, se concentra en Asia y el Pacífico, donde constituyen un 9,3% de la población infantil; pero, al igual que con la escolarización, es el África Subsahariana donde la incidencia es mayor, casi un 22% de sus niños trabajan (59 millones).

Lo que es más grave, muchos de ellos lo hacen como esclavos, en el sentido literal del término. Según Satyarthi, que lleva años luchando contra esa lacra al frente del Movimiento para Salvar a los Niños, en India 60 millones de niños (un 6% de la población) están obligados a trabajar. En su opinión, eso no tiene que ver con la pobreza, el analfabetismo o la ignorancia de los padres, sino con el beneficio que sacan los empresarios al no pagarles o pagarles una miseria.

“No es sólo un problema de India”, declaró ayer Satyarthi citado por Reuters. “Es un crimen contra la humanidad si un niño es privado de su infancia, en mi país o en cualquier otro del mundo. Es la Humanidad lo que está en juego”, subrayó el flamante Nobel.

El comité encargado del premio también destacó el que “un hindú y una musulmana, un indio y una paquistaní, compartan la lucha común por la educación y contra el extremismo”. Esas palabras resultan especialmente pertinentes en un momento en que sus países han vuelto a enzarzarse en uno de sus recurrentes enfrentamientos fronterizos. Malala instó ayer a los primeros ministros de India y Pakistán a acudir a la entrega del Nobel.

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Sobre la firma

Ángeles Espinosa
Analista sobre asuntos del mundo árabe e islámico. Ex corresponsal en Dubái, Teherán, Bagdad, El Cairo y Beirut. Ha escrito 'El tiempo de las mujeres', 'El Reino del Desierto' y 'Días de Guerra'. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense (Madrid) y Máster en Relaciones Internacionales por SAIS (Washington DC).

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