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El informe del avión que se estrelló en Malí deja abiertas todas las hipótesis

Bamako dice que el MD-83 de la española Swiftair cayó desde 10.000 metros a 740 kilómetros por hora durante una tormenta

Javier Casqueiro
Forenses investigan el 29 de julio los restos del AH5017.
Forenses investigan el 29 de julio los restos del AH5017.SIA KAMBOU (AFP)

El párrafo es corto, encierra dos meses de investigación y deja la conclusión aún en un enigma. “El avión despegó del aeropuerto de Uagadugú aproximadamente a las 1.15 horas con destino a Argel. Durante el ascenso, la tripulación realizó varios cambios de rumbo para evitar una zona de tormenta antes de alcanzar el nivel de crucero 310. A los pocos minutos, la velocidad del avión disminuyó, perdió altura, luego se dejó caer de repente en una curva a la izquierda. Golpeó el suelo a gran velocidad”.

Es la conclusión principal de la investigación abierta por la BEA, la agencia especializada francesa en siniestros aéreos sobre el accidente del MD-83 de la compañía española Swiftair ocurrido el 24 de julio en el desierto de Malí. Luego vienen 62 páginas para justificar que el misterio continúa. Las autoridades malienses, sin embargo, sí apuestan porque la nave se estrelló a casi 750 kilómetros por hora por una tormenta tropical. Hubo 116 fallecidos, la mayoría franceses.

El fin de semana pasado se reunieron en Bamako los máximos responsables de la agencia de investigación y análisis para la seguridad de la aviación civil en Francia con las autoridades locales para ofrecer un primer resultado de sus trabajos en este periodo.

Siguieron todos los protocolos, hablaron con todos los expertos posibles, incluidos españoles, ratificaron la versión de los controladores afectados, estudiaron todas las pruebas disponibles y llegaron a una conclusión frustrante. El analista jefe de la BEA, Bernard Boudeille, lo admitió: “Por ahora, no hay pistas privilegiadas”.

Lo que le sucedió el martes 24 de julio al MD-83, en el vuelo AH5017, no se ha podido aclarar y tiene todas las papeletas para que el suceso no se vaya a resolver nunca. El aparato quedó tan destrozado que todas las cajas negras y los instrumentos relevantes de la nave estaban rotos cuando fueron hallados.

Después de una ardua labor de reconstrucción solo han conseguido restaurarse cuatro archivos de audio con 31 minutos y 54 segundos de conversaciones entre el piloto y distintos controladores de la zona, en su mayoría contaminadas por ruidos. Lo que sí ha determinado la investigación, según sus autores, es lo que no ocurrió: no hubo ningún incendio a bordo, una especulación que se desató en los días siguientes al siniestro. Tampoco la tripulación —dos pilotos y cuatro asistentes de cabina, todos españoles, experimentados y con sus papeles en regla—, estaba particularmente cansada. No se ha hallado ningún indicio que soporte esas tesis.

Es un primer avance y aún tiene que terminarse la investigación definitiva, pero no parece probable que aparezcan nuevas pistas. La línea de trabajo más consistente apunta a una tormenta tropical, que se forma inesperadamente por el cruce de aires fríos y secos del desierto, como causa del accidente. N’Faly Cissé, presidente de la comisión de investigación formada en Malí, la defiende: “El clima fue uno de los elementos esenciales”. El experto francés al mando de la BEA matiza: “El avión hizo [una maniobra de] evasión a las 1.28 horas por las condiciones meteorológicas, pero sin turbulencias importantes, como en un vuelo normal”.

Las conversaciones conocidas, los registros y los datos disponibles dibujan un retrato de los minutos y segundos previos al choque. El avión de Swiftair, subcontratado por Air Algérie, había despegado sin grandes contratiempos ni novedades de Uagadugú con dirección a Argel. Pasó por una zona de tormentas, niveló, voló un tiempo ahí con el piloto automático y a la 1.45 saltó el mando de gases (un sistema que empuja los motores para recibir más potencia) y poco después (en apenas 2 minutos y 15 segundos) el aparato empezó a perder altura y se precipitó hacia el suelo desde casi de 10.000 metros y a una velocidad de 740 kilómetros por hora.

No hay conversaciones conservadas de esos momentos. Los últimos registros constatan que a las 1.45 horas el avión cabeceó 58 grados hacia abajo, desde los 9.500 metros en los que navegaba a 630 kilómetros por hora, hasta descender después a las 1.47 a solo 490 metros y a 740 kilómetros por hora. El impacto fue brutal y provocó un gran cráter.

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Sobre la firma

Javier Casqueiro
Es corresponsal político de EL PAÍS, donde lleva más de 30 años especializado en este tipo de información con distintas responsabilidades. Fue corresponsal diplomático, vivió en Washington y Rabat, se encargó del área Nacional en Cuatro y CNN+. Y en la prehistoria trabajó seis años en La Voz de Galicia. Colabora en tertulias de radio y televisión.

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