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Duelo de vallas en el Magreb

Marruecos y Argelia rivalizan en levantar barreras a lo largo de sus 1.600 kilómetros de frontera El paso está cerrado desde hace 20 años con graves consecuencias económicas

Javier Casqueiro
Un operario marroquí trabaja en la construcción de una valla en la frontera con Argelia el mes de agosto. / Fadel Senna (AFP)
Un operario marroquí trabaja en la construcción de una valla en la frontera con Argelia el mes de agosto. / Fadel Senna (AFP)

Los vecinos de la localidad marroquí de Oujda parecen estos días más preocupados por el calor y las alergias que provocan sus olivos que por el 20 aniversario de una de las fronteras cerradas más largas del mundo: los 1.599 kilómetros que los separan física, económica y, sobre todo, políticamente de sus vecinos argelinos. El alcalde de la localidad, farmacéutico, ha ordenado arrancar los miles de árboles porque sostiene que dañan la salud. Sin embargo, cuando los Gobiernos de Marruecos y Argelia miran hacia Oujda sí que ven algo más que olivos: una fuente continua de tensiones.

Estos meses el cruce de declaraciones sobre la necesidad de terminar con el vallado ha sido continuo. El rey de Marruecos, políticos y analistas parecen obsesionados con la necesidad de dar el paso. Y aunque en Argelia también admiten que la cerrazón es absurda, los dos países no dejan de rivalizar con nuevas zanjas.

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Antes del verano, el rey Mohamed VI enunció su malestar por la cicatriz que divide los dos países: “Este cierre no es compatible con la Unión del Magreb Árabe ni con la lógica de la historia, y aún menos con las exigencias de la interdependencia y la complementariedad geográfica. Va contra los intereses de los pueblos magrebíes que aspiran a la unidad”.

Parecía un llamamiento a desbloquear el problema, pero en julio su ministro del Interior, Mohamed Hassad, anunció ante el Parlamento la creación de una alambrada de 140 kilómetros, con una base de hormigón de 50 centímetros y 2,5 metros de rejillas de púas con sensores electrónicos, entre Saidia y Jerada, pasando por Oujda. Hassad la justificó por la “seria amenaza terrorista” que vive el país.

Las obras comenzaron enseguida. Pero los analistas consideran que fue una respuesta a la pared de alambres que tiene también en marcha Argelia entre Bab Aássa, BouKanoune y El Aricha, en la provincia de Tlemcen. Sobre ambos vallados se desconoce casi todo: la inversión, quién los ejecuta y cuál es su estado.

Argelia acusa a Marruecos de convertir esos pasos en vías para la introducción de cannabis y resina de hachís. Mientras, Rabat cifró el pasado 13 de agosto en 143.000 el número de comprimidos del psicotrópico karkoubi (la nueva obsesión de las fuerzas de seguridad marroquíes) que entran al país desde Argelia por esa zona, y 10 días después dio orden de iniciar los trabajos de la nueva valla. Hachís contra pastillas. A través de los cruces argelinos de Boukanoune y Ahfir llega también mucha gasolina (1.500 millones de litros al año, porque está a mitad de precio), electrodomésticos y alimentos. Y también fluye una ingente cantidad de inmigración clandestina: se calcula que 40.000 personas al año. El cierre ha convertido las localidades limítrofes en desiertos económicos que viven sólo del contrabando.

Economistas como Najib Akesbi fustigan a ambos países por su irracionalidad en torno al tema, que se complica aún más cuando Argelia condiciona una reapertura al conflicto del Sáhara y la convocatoria de un referéndum sobre su autodeterminación, un asunto tabú en Marruecos.

Este bloqueo resume la incapacidad de los países de la zona para aparcar sus diferencias e impulsar el comercio regional. La delegación francesa de la ONG OXFAM ha terminado un documento que evidencia lo perjudicial del cierre de fronteras en la región. Sólo el 3,3% de exportaciones de las cinco naciones del Magreb va hacia otras ellas; lo que deriva en una fuga de capitales anual de 6.200 millones de euros.

Argelia clausuró la frontera unilateralmente en el verano de 1994 después de que Marruecos exigiera visado a todos los argelinos en reacción al atentado terrorista en el hotel Atlas Asni de Marrakech, perpetrado por tres yihadistas del país vecino y en el que murieron dos turistas españoles.

Con casi dos millones de visitas anuales, Oujda era una ciudad muy visitada por los argelinos. Allí nació hace 77 años su presidente, Abdelaziz Buteflika. Su casa familiar, de color salmón, 350 metros cuadrados y patio con jardín, en un cruce de la calle de Nedroma, en el barrio de los argelinos, está rehabilitada pero vacía. Los más ancianos recuerdan su paso por el colegio local como buen estudiante y futbolista.

El pasado fin de semana estaba convocada en el paso fronterizo Zouj Beghal (Dos mulas) una gran sentada del partido de opositor Istiqlal pidiendo cambiar unilateralmente ese nombre por el de Al Akhawayn (Dos hermanos) en homenaje a cómo deberían sentirse ambos pueblos. El Ministerio del Interior marroquí ha prohibido el acto sin más explicaciones. El Istiqlal trasladó el evento a otro punto de Oujda.

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Sobre la firma

Javier Casqueiro
Es corresponsal político de EL PAÍS, donde lleva más de 30 años especializado en este tipo de información con distintas responsabilidades. Fue corresponsal diplomático, vivió en Washington y Rabat, se encargó del área Nacional en Cuatro y CNN+. Y en la prehistoria trabajó seis años en La Voz de Galicia. Colabora en tertulias de radio y televisión.

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