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La secesión de Escocia preocupa a EE UU

Obama se inspira en los avisos de Clinton ante la consulta Quebec de 1995: respeto a los votantes y preferencia por la unidad

Marc Bassets
El presidente Barack Obama, a la izquierda, afronta con el referéndum escocés la posible ruptura de un socio estrecho, como Bill Clinton, a la derecha, en 1995 con Quebec
El presidente Barack Obama, a la izquierda, afronta con el referéndum escocés la posible ruptura de un socio estrecho, como Bill Clinton, a la derecha, en 1995 con QuebecGARY CAMERON (Reuters)

La ruptura de Gran Bretaña inquieta a Estados Unidos. Es improbable que un presidente recomiende una opción de voto en una democracia amiga y Barack Obama no lo hecho. Pero ha dejado pocas dudas de que prefiere la victoria del no en el referéndum del jueves en Escocia.

El presidente de EE UU y sus asesores han repetido un doble mensaje. Primero: respeto a lo que decida el pueblo escocés. Y segundo: preferencia por que Escocia no se separe.

“Reino Unidos es un socio extraordinario para América y una fuerza benefactora en un mundo inestable”, escribió el miércoles Obama en un mensaje en Twitter. “Espero que siga fuerte, robusto y unido”.

“[Los escoceses] votarán como crean que es mejor para los intereses de las comunidades en Escocia”, había dicho el lunes Josh Earnest, su portavoz, tras insistir en la defensa de la unidad de Reino Unido.

El mensaje de la Administración Obama es casi calcado al de la Administración Clinton en octubre de 1995. Entonces otro socio de EE UU, Canadá, se encontraba en la misma situación que Reino Unido. La provincia francófona de Quebec estaba a punto de votar en un referéndum de secesión. El no acabó ganando pero por menos de un 2% de votos.

El presidente Bill Clinton recordó unos días antes de la consulta que este era un “asunto interno de Canadá” y que eran los quebequeses quienes decidían. Pero añadió: “Canadá ha sido un gran modelo para el resto del mundo y un gran socio para Estados Unidos, y espero que esto continúe”.

En The morning after (La mañana siguiente), un libro recién publicado sobre el referéndum quebequés, la periodista Chantal Hébert recoge el testimonio de Raymond Chrétien, entonces embajador canadiense en Washington. “Al final de la campaña yo estaba en contacto constante con la Casa Blanca”, dice Chrétien. “Cada declaración de la Administración de EE UU se preparaba consultando de cerca con la embajada, para que no hubiera sorpresas. Querían ayudarnos”.

Documentos internos de la Casa Blanca de Clinton, publicados el pasado marzo, revelan que EE UU excluía reconocer en seguida a Quebec si ganaba el sí. Tampoco preveía un reingreso inmediato de la provincia escindida en la Asociación de libre comercio de América del Norte. “Puesto que los canadienses todavía tiene que encontrar sus futuros arreglos constitucionales, es prematuro considerar la cuestión del reconocimiento de Quebec”, se lee en los documentos. Ahora Clinton ha apoyado el no en Escocia.

EE UU siempre ha oscilado entre la promoción del derecho a la secesión y la preocupación por que este derecho cree inestabilidad o perjudique sus intereses. Este es el país de la declaración unilateral de independencia de las 13 colonias británicas en 1776 y el que en 1861 lanza una guerra para sofocar la separación unilateral de los estados esclavistas del sur. Es el país que, con el presidente Woodrow Wilson, consagra tras la Primera Guerra Mundial el derecho a la autodeterminación y al mismo tiempo lo cuestiona: la palabra autodeterminación “está cargada de dinamita” y aplicarlo es “peligro para la paz y la estabilidad”, dijo Robert Lansing, secretario de Estado de Wilson. Y es el país que reconoce la secesión unilateral de Kosovo y no la de Crimea.

En el caso de Escocia, a EE UU le preocupa que una victoria del sí precipite la salida del resto de Reino Unido de la Unión Europea. Y Washington no oculta que quiere Reino Unido dentro de la UE: fuera sería un socio menos influyente y valioso.

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en París y antes lo fue en Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).

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