Obama se inspira en Bush (padre)
La coalición internacional para derrotar a los yihadistas emula la que construyó George H.W. Bush en 1991 contra Sadam Hussein
Todo en el discurso a la nación de Barack Obama el miércoles —el tono, la retórica, la estrategia— tenía un aire a George Bush. A George Bush padre. El presidente Obama anunció una escalada en la intervención de Estados Unidos en Oriente Medio para combatir a los yihadistas suníes del Estado Islámico (EI). Los avances yihadistas han forzado a la primera potencia mundial, reticente a implicarse en nuevas guerras tras el fiasco de Irak, a regresar a la región.
El runrún bélico —en las columnas de prensa y las tertulias televisivas, en los laboratorios de ideas, en el Capitolio— volvió a sonar en Washington tras la ejecución pública de dos periodistas norteamericanos. Obama, que creía haber cerrado más de una década de guerras, corre el riesgo de acabar su mandato, en 2017, con el país en guerra y el terrorismo islamista, al que creía derrotado, más fuerte que nunca desde 2001.
¿Cómo regresar a Oriente Medio sin parecerse a George W. Bush? La respuesta: inspirándose en su padre, George H.W Bush. El primero fue presidente entre 2001 y 2009. El segundo, entre 1989 y 1993.
El Estado Islámico en Oriente Medio y Vladímir Putin en Ucrania obligan a replantear el repliegue
Bush hijo, que ordenó la invasión de Irak en 2003, actuó unilateralmente en Oriente Medio. En 1991 Bush padre lideró una de las mayores coaliciones de la historia para expulsar al Irak de Sadam Hussein de Kuwait.
El hijo, en los años posteriores a los atentados del 11-S, se guiaba por sus instintos, dividía el mundo entre amigos y enemigos y veía pocos límites a la capacidad de las fuerzas armadas de su país para transformar el mundo. El padre ponía freno al poder de EE UU y calculaba —en exceso, según sus críticos: dejó escapar vivo a Sadam— los riesgos de sus acciones. En la Guerra de Golfo murieron 148 norteamericanos en combate; en Irak, tras la invasión de su hijo, murieron más de cuatro mil.
Bush hijo se rodeó de neoconservadores que recogían la tradición idealista en la política exterior norteamericana: EE UU debía usar su fuerza para expandir la democracia y los derechos humanos. Bush padre era reacio al aventurismo y adicto a la realpolitik, la escuela del realismo: EE UU debía velar por sus intereses y participar en el juego del equilibrio de poderes.
En las palabras de Obama el miércoles se escuchó alguna de Bush padre. Cuando dijo, por ejemplo, que “América liderará una amplia coalición para revertir esta amenaza terrorista”. O cuando celebró que la operación en Irak y Siria representa “lo mejor del liderazgo americano”. “Defendemos a personas que luchan por su libertad, y sumamos a otras naciones a favor de nuestra seguridad y nuestra humanidad común.”
Las palabras clave aquí son “liderar” y “coalición”. Como Bush padre en 1991, Obama busca aliados —árabes y europeos— para ir a la guerra. Como entonces, EE UU dirige la coalición. Las guerras no tienen nada que ver —entonces EE UU desplegó más de 700.000 militares; ahora el número apenas supera los mil— pero sí se parecen el estilo y el método.
El discurso sirvió tanto para explicar qué hará EE UU ante la amenaza yihadista como qué no hará. No habrá tropas en combate como en 2003 o en 1991. La intervención no será unilateral. No será Irak ni Afganistán, dijo Obama, sino que se parecerá más a las intervenciones aéreas que EE UU desarrolla desde hace años en Yemen y Somalia con escaso escrutinio público y sin el dramatismo mediático y diplomático que rodea la intervención en Irak y Siria.
No es Bush hijo, no, pero tampoco es Obama puro, el que dice que no existen soluciones militares, que EE UU debe dedicarse a resolver sus problemas en casa y no los de los demás, y el que cree que en todo caso la prioridad es Asia y no Oriente Medio o Europa. El Estado Islámico en Oriente Medio y Vladímir Putin en Ucrania obligan a replantear el repliegue. Y el ‘liderazgo desde atrás’ —una frase acuñada por un asesor de Obama para describir el papel secundario de EE UU en la guerra de Libia en 2011— queda enterrado. Ahora liderará desde el frente.
No es seguro que funcione. Que Obama construya una coalición efectiva está por ver. Que, visto el historial reciente de las intervenciones armadas de EE UU, la estrategia logre derrotar al EI, es una incógnita.
La sombra de Bush hijo le persigue. Sus guerras —Irak y Afganistán— siguen siendo las guerras de Obama y, al carecer de calendario claro, es posible que se prolonguen indefinidamente y las herede su sucesor. El terrorismo islamista, principal preocupación de George W. Bush, es la de Barack Obama y quizá lo será de su sucesor.
La respuesta de Obama parece ser: sí, regreso a Oriente Medio pero no soy Bush hijo, sino más bien Bush padre. Evocar las ideas de Bush padre permite a Obama la síntesis entre su tendencia a la cautela y el hartazgo entre los ciudadanos de guerras sin victoria y la exigencia —dentro y fuera de EE UU— de unos Estados Unidos más presentes en el mundo.
Que Obama admira al patriarca Bush y a su consejero de seguridad nacional, el general Brent Scowcroft, es conocido. David Remnick, director de la revista ‘The New Yorker’, lo explicaba este verano en un reportaje. Y ellos le corresponden.
El pasado diciembre, en una conversación en su despacho en Farragut Square, en el centro de Washington, Scowcroft —que, como los Bush, es republicano— no tuvo problema para elogiar al demócrata Obama. Al abordar sus relaciones con los Bush, el viejo general, que fue crítico con la invasión de Irak, respondió: “Bush sénior es uno de mis amigos más queridos. Con el hijo no tengo demasiada relación”.
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