Duelo de gigantes sin sangre
Lula es siempre un enigma y una sorpresa. ¿A qué juego están apostando él y Rousseff?
Hay quien calificó de duelo el debate del lunes entre la presidenta brasileña, Dilma Rousseff, y la ecologista Marina Silva, dos mujeres fuertes y orgullosas, convencidas de su propia valía y que se perfilan como las candidatas seguras en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales. Fue, sin embargo, más bien una exhibición de esgrima, sin sangre, sin ataques personales, aunque con clara victoria de Silva.
Lo ha reconocido hasta su más duro crítico, el columnista de Veja, Reinaldo Azevedo, que llega a considerar una posible victoria de la ecologista y evangélica como un peligro para la democracia. “Marina fue la vencedora. Dilma, la derrotada”, escribió. Lo cierto es que el juego de esgrima fue, y seguirá siendo hasta las elecciones, más fácil para Silva, a la que le basta atacar, algo que sabe hacer con precisión quirúrgica. Le bastan también sus promesas para un hipotético Gobierno presidido por ella. Más difícil le resulta el debate a Rousseff, que se ve asaeteada por los resultados de una economía en crisis, en recesión técnica, con unas expectativas de crecimiento del PIB de un 0,54% tras haber sido rebajadas 14 veces consecutivas.
Rousseff se esforzó por presentar un festival de cifras de las conquistas de su Gobierno y se vio obligada a negar la evidencia de la crisis. Sobre ella vuelve a aletear, sin embargo, la vieja profecía de “es la economía, estúpido”. Y lo es, fundamentalmente. “Usted deja el Gobierno peor de lo que lo heredó de Lula”, le dijo el otro contendiente, el candidato socialdemócrata conservador, Aécio Neves.
"Usted deja el país peor de lo que lo dejó Lula", espetó a Rousseff su opositor Aécio Neves
Justa o injustamente, Rousseff sólo tiene como armas las conquistas reales de los cuatro años de su Gobierno, pero sobre esos logros pesa el hecho de que el 79% de los brasileños ya hayan dicho que no les bastan. Quieren cambiar “todo eso que está ahí”, como escribió un analista político. Y es contra “todo eso” —que se resume en la vieja forma de gobernar— contra lo que Silva ha levantado su bandera, que es la del cambio. No necesita ni dar explicaciones. Se siente la escogida. ¿Hasta por Dios?
A la acusación formulada por Rousseff de que sus contrincantes apuestan a la carta del “pesimismo”, le respondió Neves: “Candidata, pesimistas lo son entonces el 79% de brasileños, que quieren cambiar”.
Marina Silva se encuentra en la mejor posición del mundo: si la atacan demasiado, crece en consensos. Si la respetan y le tienen miedo, se come todos los votos. Ella es el caballo favorito de las apuestas y contra eso es difícil luchar.
Esto quedó claro en el debate hasta en el lenguaje gestual: Rousseff no conseguía esconder su cara de disgusto, de malhumor por tener que defender lo que ya es considerado como pasado, y por no poder atacar como le gustaría porque podría resultarle aún peor.
Ambas, mujeres de pulso, hasta duras, con gran personalidad, ya se habían enfrentado cuando eran ministras del Gobierno de Lula da Silva. Ambas se engancharon entonces en una dura disputa sobre el tema de la defensa de la Amazonia. Marina Silva tiró la toalla, dejó el Gobierno y después el partido (PT), y hoy vuelven a enfrentarse en un nuevo duelo.
Rousseff espera que la indefinición de Silva, su política de sueños, pueda ser una ola emotiva más que racional y que al final, dentro de un mes, pueda prevalecer la racionalidad. La partida se jugará entre ellas dos. ¿Póquer o ajedrez?
Mientras tanto sigue viva la sombra de Lula, el mentor de Rousseff. Extraña su silencio. Y ante la falta de noticias se multiplican las conjeturas. Todas, menos que vuelva a estar enfermo. Hay quien piensa que da por perdida la batalla. Otros, que le es difícil atacar a Silva. Le habría dicho a un asesor amigo: “Es difícil desmontar a Marina, a quienes hasta mis electores consideran como mi mejor sustituta”.
Sin embargo, Lula es siempre un enigma y una sorpresa. ¿A qué juego están apostando él y Rousseff? Silva espera, sentada por ahora en la ola que la aúpa más alto en cada sondeo electoral.
Rousseff no es, sin embargo, mujer de tirar la toalla. Hay hasta quien asegura que le ha pedido a Lula que la deje combatir a ella sola. Sigue en pie la parábola bíblica de David y el gigante Goliat. Esta vez, más bien, entre dos gigantes. Y las dos mujeres.
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