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OBITUARIO

Albert Reynolds, el irlandés que no tuvo miedo a la paz

El ex primer ministro lideró junto a John Major el proceso que puso fin a la violencia en el Ulster

Albert Reynolds, en una imagen de 2007.
Albert Reynolds, en una imagen de 2007. DYLAN MARTINEZ (REUTERS)

Albert Reynolds, fallecido este jueves a los 81 años, fue un empresario de éxito que acabó recalando en su madurez en la arena política hasta convertirse en el octavo primer ministro de la República de Irlanda. Pero ante todo fue un irlandés que, en sus propias palabras, no tuvo miedo a la paz. Convenció al Gobierno británico de que era posible establecer una hoja de ruta para poner fin a más de tres décadas de violencia en el Ulster, alentado por las tentativas negociadoras del movimiento republicano a principios de los noventa, y ejerció un papel determinante en la tregua finalmente anunciada por el IRA. Los Acuerdos del Viernes Santo, plasmados hoy en un Gobierno de Belfast compartido por católicos y protestantes, dieron fruto gracias a aquel arriesgado empeño.

De las gestiones con su homólogo británico, el entonces primer ministro John Major, nació la Declaración de Downing Street en diciembre de 1993, un documento que establecía los principios del proceso de paz en la provincia incluyendo el derecho de la mayoría unionista, y no sólo del nacionalismo irlandés, a decidir su futuro en un marco democrático. El Sinn Fein, brazo político del IRA, acabó aceptando la premisa, y un año después el Ejército Republicano Irlandés decidía silenciar las armas.

“Actuó en Irlanda del Norte cuando más importaba”, escribió Gerry Adams, presidente del Sinn Fein, en su cuenta de Twitter. Albert Reynolds supo entender en sus tiempos como jefe de Gobierno (1992-94) que ellos y otros combatientes del republicanismo estaban dispuestos a participar en una solución política aunque implicara concesiones, en primer lugar, la renuncia a la violencia que la Declaración de Downing Street consiguió hacer extensiva también al grueso de los paramilitares protestantes.

Hasta entonces, la causa irlandesa en su vertiente política nunca había sido aparentemente el centro de las inquietudes de Reynolds. Nacido en 1932 en la población rural de Rooskey (condado de Roscommon, al norte de la República), fue un buen estudiante cuyos progenitores no pudieron sufragar su acceso a la universidad. Pero, dotado para el trueque desde sus años escolares cuando vendía caramelos a otros colegiales, se lanzó a una carrera empresarial en un ámbito diverso de sectores, incluidos los del transporte, la alimentación y el ocio. Cuando decidió entrar en la política, a los 44 años, ya era millonario.

Reynolds consiguió un escaño en el Dail (Parlamento de la República) bajo el amparo del partido hegemónico Fianna Fáil y de su jefe de entonces, Charles Haughey, quien le nombró ministro en sucesivos gobiernos y, una vez caído en desgracia, propició el ascenso de su delfín al liderato. Los dos años y medio en los que Reynolds encabezó sendos gobiernos de coalición con los laboristas no fueron precisamente un camino de rosas, empañados por una serie de escándalos de corrupción y por la designación de una fiscal general que hizo la vista gorda a las alegaciones de abusos sexuales perpetrados por miembros de la Iglesia católica. Eso le costó el puesto al primer ministro, quien sin embargo quiso retener su escaño de diputado con la vista puesta en el futuro inmediato.

En 1997 presentó confiado su candidatura a la presidencia de la República. Perdió en la segunda vuelta y contra todo pronóstico frente a Mary McAleese, la primera persona en el puesto originaria del Ulster, y en el fondo una encarnación de que el signo de los tiempos habían cambiado. Albert Reynolds acabó retirándose de la política activa, aunque siguió muy presente en el mundo empresarial y también dedicando una buena parte de su tiempo a las carreras de caballos, un negocio y una pasión a partes iguales.

Su familia reveló el año pasado que padecía de Alzheimer, una enfermedad que le impidió asistir al acto de conmemoraciones de la Declaración de Downing Street que cumplía las dos décadas. Y que fue, según reconocen todas las partes implicadas en un conflicto que desangró Irlanda del Norte, su mayor logro. “Nunca tuvo miedo de arriesgarse políticamente para avanzar en el camino de la reconciliación”, son las palabras de su sucesor en el cargo, Bertie Ahern, que mejor resumen el mayor logro en la singladura de Albert Reynolds.

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