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Los líderes negros intentan asumir el control en Ferguson

Las autoridades están desbordadas por los disturbios, que persisten con la Guardia Nacional

Marc Bassets
El jefe del dispositivo policial junto a un activista negro.
El jefe del dispositivo policial junto a un activista negro. David Carson (AP)

La frontera que separa la paz de la violencia en Ferguson (Misuri) es frágil.

A las nueve de la noche el capitán Ron Johnson, responsable de la seguridad de las protestas por la muerte el 9 de agosto de Michael Brown, un adolescente negro desarmado por los tiros de Darren Wilson, un policía blanco, se siente confiado. Las protestas son pacíficas y alegres. “Sí, estoy satisfecho”, dice.

Una hora más tarde, centenares de policías se apelotonaban en medio de la West Florissant Avenue, la avenida de este suburbio de San Luis donde ha estallado el último episodio de tensión racial en Estados Unidos. Enfrente, centenares de manifestantes.

Era el prolegómeno de otra noche, la del lunes al martes, que acabó con 31 detenidos, dos heridos de bala, pistolas incautadas, cócteles molotov, gases lacrimógenos y la impresión de que las autoridades locales —de la ciudad, el condado y el estado— no saben qué hacer con unas protestas que las han desbordado y amenazan con convertirse en una crisis nacional con efectos en la imagen internacional de EE UU.

La crisis refleja un problema político y administrativo. Los gobernados no se sienten representados ni defendidos por los gobernantes. El 67% de la población de Ferguson —una ciudad de 21.000 habitantes— es negra, pero sólo tres de los 53 agentes de la policía local lo son. En el Consejo Municipal sólo uno de los seis miembros es negro. Y sólo uno de los siete miembros del organismo que regula las escuelas es negro.

Los líderes afroamericanos, locales y nacionales, intentan tomar las riendas de la crisis. El presidente Barack Obama ha criticado la dureza policial. El titular del Departamento de Justicia, Eric Holder, que como Obama es negro, viaja el miércoles Ferguson.

Los líderes negros -locales y nacionales- intentan tomar las riendas de la crisis de Ferguson, pero las acciones de vándalos y la errática respuesta policial no logran controlar la situación

El capitán Johnson tiene algo de alter ego de Obama. Es afroamericano, tiene 51 años, dotes de liderazgo e ideas claras sobre los problemas raciales que persisten en EE UU 50 años después del final de la segregación racial y casi siete después de la llegada de un afroamericano a la Casa Blanca.

“Todo esto nos hará mucho mejores”, dice. “Todo esto hará a la policía mucho mejor”.

Acompañar al capitán Johnson por Ferguson durante las horas crepusculares, cuando la calle puede encenderse o seguir en calma, es asistir a los equilibrismos —y, al final, al fracaso— de alguien que a la vez ejerce de líder comunitario y de representante de las fuerzas del orden.

El jueves el gobernador de Misuri, el demócrata Jay Nixon, colocó a Johnson, criado en la zona de Ferguson, al frente de la seguridad tras los excesos de la policía local en los primeros días de disturbios.

Los manifestantes ven al capitán como a uno de los suyos. Y él se deja querer. Se mezcla con ellos. Coordina el mantenimiento del orden con líderes de organizaciones afroamericanas como el Partido de las Nuevas Panteras Negras, que comparte nombre con el grupo radical de los años sesenta, y la Nación del Islam.

“Quiero que la gente pueda traer a sus hijos aquí”, dice.

—¿Cómo les explica que el policía que disparó siga libre?

—Es como si algo ocurriese en su país: yo no puedo decir lo que ocurra allí. Esto [la investigación del caso] implica a otra agencia policial —responde Johnson.

—Pero usted se unió a los manifestantes. Piden justicia. ¿Necesita más justicia este país?

—Tenemos que asegurarnos de que sepan que se respetarán sus derechos fundamentales y que, si tienen problemas, tengan derecho a protestar. Es lo que estamos haciendo.

Algunos de los que protestan —mayoritariamente negros— se le acercan y le felicitan por los esfuerzos por pacificar la calle y preservar el derecho a manifestarse. Otros le recriminan su papel al frente de la policía, que ha usado gases lacrimógenos. “Yo confiaba en usted hasta anoche. Pero usted mintió: dijo que habíamos lanzado cócteles molotov”, le dice un joven.

“No permitiré que me llame mentiroso y cuestione mi integridad”, replica el capitán. Y jura que “los vándalos” —personas ajenas de Ferguson, según Johnson— lanzaron cócteles molotov y habían disparado.

Después recuerda que estos días el reverendo Jesse Jackson, colaborador de Martin Luther King en el movimiento por los derechos civiles y una de las voces más influyentes en la izquierda afroamericana, le aconsejó: “No permitas que los matones tomen Ferguson”.

Otros líderes negros que estos días han desfilado por Ferguson, como el reverendo Al Sharpton, de Nueva York, han insistido en el mismo mensaje: ninguna tolerancia con los violentos.

En los momentos más tensos, dirigentes de la comunidad local y líderes religiosos se interponen entre la policía antidisturbios y la multitud.

Pero estos líderes, Sharpton, Jackson, Johnson, incluso Holder y Obama, topan con otra realidad. Los “matones” regresan cada noche. Y las tácticas policiales —cada día distintas: erráticas— siguen proyectando la imagen de una policía violenta. Ferguson y el mundo son demasiado complejos para arreglarlos con buenas palabras.

Por la mañana, vecinos y comerciantes de West Florissant Avenue recogen los escombros de la noche anterior, en una nueva rutina que nadie aquí pronostica cuándo acabará.

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en París y antes lo fue en Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).

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