Los islamistas turcos que no votan al AKP
Los seguidores del clérigo musulmán Fetulá Gülen boicotean al primer ministro
“Vota a quien quieras, pero no votes a un opresor, o alguien que comete injusticias contra la nación, o alguien que no respeta la ley y el orden, o alguien que reemplaza la ley por la arbitrariedad”. Quien así habla, en un comunicado publicado esta semana en referencia a las elecciones presidenciales que se han celebrado este domingo en Turquía, es el clérigo islámico turco Fetulá Gülen, que vive en un exilio autoimpuesto en Estados Unidos. Aunque no lo nombraba, Gülen exhortaba a sus seguidores, no muy veladamente, a que no votaran al actual primer ministro, que lleva más de una década en el poder.
En el pasado ambos fueron aliados que colaboraban para consolidar una política islamista y conservadora en Turquía, pero Gülen es quizá el mayor enemigo de Erdogan. Desde 2011, cuando el Partido para la Justicia y el Desarrollo (AKP) del aún primer ministro obtuvo la mayoría absoluta en el Parlamento y comenzó la deriva autoritaria de Erdogan, el AKP y los seguidores de Gülen han estado enfrentados en una guerra política que ha alcanzado su cima en los últimos meses.
En Turquía, tanto partidarios como críticos con Erdogan dan por hecho que los gülenistas, gracias a su entonces alianza con el AKP, se infiltraron en la Administración y ocuparon puestos clave en la policía, la judicatura y hasta en los servicios de espionaje. Sin embargo, ahora Erdogan se refiere a los gülenistas como un “Estado paralelo”, y su Gobierno lleva meses, desde que en diciembre surgiera un escándalo de corrupción del que culpa a Gülen, intentando purgar a estos cuerpos de la Administración de los gülenistas.
De hecho, el perfil del candidato presidencial de los principales partidos en la oposición, Ekmeleddin Ihsanoglu, un académico de 70 años y exsecretario general de la Organización para la Cooperación Islámica, recuerda al del propio Gülen, y parece haber buscado atraer el voto y la influencia de este movimiento.
La idea era también que Ihsanoglu, como Erdogan, musulmán practicante, pero de perfil más moderado, pudiera captar a los votantes del AKP más frustrados con la agresividad del primer ministro.
“Una victoria de Ihsanoglu sería un terremoto político sin precedentes y sería el fin de Erdogan”, comenta Gareth Jenkins, miembro del Instituto para Asia Central y el Cáucaso. “En cuanto sufra una derrota, todos los que se quejan en privado de Erdogan se sentirían lo suficientemente valientes como para abandonarlo públicamente”, añade.
En cualquier caso, un momento así parece lejano en Turquía. Erdogan ha logrado la mayoría absoluta, que le ayudará a consolidar su poder como primer presidente elegido por voto directo en la historia de la República Turca.
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